Siempre actriz
No recuerdo exactamente el momento o el lugar en que me enamoré, habrá sido en la calle de los títeres o en el Sauto… Siempre que me preguntaban ¿qué serás de mayor?, respondía lo mismo: actriz.
Lo mantengo. El teatro está en mí como el aire. Un amor como pocos, un amor de verdad y a primera vista, a primera escucha, a primera risa. Yo lo elegí a él y él me eligió a mi; de alguna manera, lo hizo.
Como en toda pareja de enamorados, sentimos celos, desencuentros, pero nunca perdimos la fe en el otro. Y por eso lo amo… porque me salva.
Tantas palabras sencillas pudiera regalarle hoy, si cada día le ofrezco lo que aprendo. Quiero ser suficiente y estar a la altura de su nobleza.
Otros lo aman también y yo me enorgullezco de compartir ese amor con mucha gente buena.
El Teatro cubano encierra décadas de historia y de histeria compartida, la lucha entre “lo popular” y “lo culto”, la aprehensión de lo nuestro, el beso de un niño en la mejilla, una flor para Martí, desde la tradición a lo novedoso, almohada y trinchera.
Transcurren épocas de cambio, las tablas cubanas permanecen desde diferentes estéticas; en ocasiones aflora la apatía o la rabia, otras el optimismo, la reinvención de lo clásico o la búsqueda de nuevos discursos.
Ahora, que una pandemia amenaza contra la experiencia de subir el telón y escuchar la tercera campanada, aguardamos como corredores en la salida. Un disparo, una señal. El Villanueva nos marcó de rebeldía.
Mi viejo y permanente amor encuentra raíces en las grietas. Es que me siento parte de algo grande, durante estos tiempos raros y para siempre.