19 de abril de 2024

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Juan Almeida Bosque: humildad y heroísmo en un solo corazón

A este héroe con mayúsculas nunca se le vio rezagado, aunque sí sencillo y modesto como pocos. Continuó cumpliendo misiones y superándose en el terreno militar y cultural, siempre con un pie en el estribo, como los viejos mambises, para seguir librando todas las batallas que impuso la construcción del socialismo cubano.

Nacido el 17 de febrero de 1927, Juan Almeida Bosque fue el segundo vástago de un humilde matrimonio habanero que supo educar con valores y patriotismo a una prole de 12 niños, a los cuales el futuro Comandante del Ejército Rebelde ayudó a sostener desde bien temprano, pues el sentido de la responsabilidad y el amor por la familia fueron notorios en él toda su vida.

El civismo y la rebeldía ante las injusticias también distinguieron pronto al muchacho, cuyo porte y semblante reflejaban una sencillez tan impresionante que nadie, a primera vista, podría imaginar el temple y coraje de león que lo habitaba.

Consecuente con ello, cuando se produjo el golpe de Estado perpetrado por el usurpador Fulgencio Batista, en 1952, inmediatamente se alistó junto a los que denunciaron el acto vil y se dispusieron a combatir al que bien pronto sacó sus garras de cruel dictador.

Juan era un albañil, sin mucho estudio, sin embargo se acercó al movimiento revolucionario que encabezaba el joven abogado Fidel Castro y a las acciones de la llamada Generación del Centenario, empeñada en honrar la memoria del Héroe Nacional Cubano José Martí, en el año del centenario de su natalicio (1953).

Tras el plan patriótico que llevó a Fidel Castro a organizar los asaltos a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba; y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, con Abel Santamaría como segundo al mando, lamentablemente esas acciones no pudieron alcanzar sus objetivos.

 

Murieron salvajemente asesinados valiosos combatientes jóvenes. Fidel y otro grupo de aquellos valientes fueron hechos prisioneros, juzgados y condenados, entre ellos el bisoño Juan, quien se mantuvo fiel a sus principios y a la causa, al igual que los organizadores de las audaces iniciativas.

Ellos ya habían comprendido, con Fidel Castro como guía, que la lucha armada era la única opción posible para la liberación definitiva de la Patria, bajo la bota del oprobio, la tiranía y el entreguismo al imperio norteño.

El valiente y siempre bien plantado Juan Almeida unió su destino a la Revolución Cubana cuando él era muy joven y la libertad era todavía una causa por conquistar, en forma de un sueño de un grupo de raigales patriotas. Y fue leal a ese compromiso hasta su desaparición física, por razones de enfermedad, el 11 de septiembre de 2009.

Conste que ese fecundo tiempo lo empleó en estar siempre en la primera fila del deber y del combate, con la naturalidad y expresión noble y bondadosa con que sabía ganarse tantos corazones. Que lo digan, si no, los naturales de la ciudad de Santiago de Cuba, donde trabajó durante años en la década de los 70 cumpliendo una alta misión encomendada por el Partido Comunista de Cuba. La huella que dejó allí, en su pueblo, es imborrable.

De asaltante al cuartel Moncada, siguió junto a Fidel como prisionero político en la cárcel llamada Presidio Modelo, en la entonces Isla de Pinos. De ahí salió con sus compañeros cuando la presión popular y la propia movilización inspirada por el líder máximo de la Revolución desde la prisión obligaron al criminal presidente usurpador a hacer una amnistía y liberarlos, en 1955.

Cuando después de la salida se funda el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, y se hace mayor la conciencia de que el tirano prometía aumentar persecución y saña contra los patriotas, deciden marchar al exilio, a México, entre los aliados dispuestos a continuar y cambiar las tácticas de lucha, estaba el humilde albañil habanero.

Desde la nación hermana, que sirvió de base clandestina para la preparación de la expedición liberadora del yate Granma, Almeida vino como uno de los tres jefes de pelotones de aquel grupo que incluía a Juan Manuel Márquez, como segundo al mando; Ernesto Che Guevara, Camilo Cienfuegos y Raúl Castro.

Los tres últimos serían Comandantes en las montañas de la Sierra Maestra, al igual que él. Juan Manuel Márquez fue asesinado casi poco después de su arribo a las costas cubanas.

Siguió con su conducta de vanguardia en los días primigenios de la fundación del Ejército Rebelde, tras su llegada a Cuba el dos de diciembre de 1956, y después en Alegría de Pío, donde los expedicionarios fueron casi masacrados. Allí él, sin embargo, ante el llamado enemigo a la rendición, lanzó aquella lapidaria y corajuda frase, inscrita en la historia: “Aquí no se rinde nadie…”

A pesar de las dos heridas recibidas en el combate de El Uvero, uno de los primeros, siguió mostrando cada vez más su pericia militar, adquirida en la brega, ganada palmo a palmo, hasta ser el Comandante guerrillero a quien le cupo el honor de fundar el Tercer Frente Oriental, en los predios cercanos a la heroica Santiago de Cuba.

Junto a Camilo y al Che, Juan Almeida avanzó hacia La Habana con sus fuerzas para consolidar el efectivo triunfo de la Revolución que el enemigo ya intentaba impedir, asesorado por el imperio, y desde allí esperar la llegada triunfal de Fidel Castro con el grueso del Ejército Rebelde, en la Caravana de la Libertad.

A este héroe con mayúsculas nunca se le vio rezagado, aunque sí sencillo y modesto como pocos. Continuó cumpliendo misiones y superándose en el terreno militar y cultural, siempre con un pie en el estribo, como los viejos mambises, para seguir librando todas las batallas que impuso la construcción del socialismo cubano.

Fue miembro del Comité Central y del Buró Político del Partido desde su fundación en 1965, cargo en el cual fue ratificado en todos sus Congresos. Además, se desempeñó como Diputado a la Asamblea Nacional y Vicepresidente del Consejo de Estado, a partir de la primera legislatura del Parlamento.

Dueño de valores humanos acendrados y una natural nobleza, no podía ser menos que una suerte de poeta o juglar popular, de fina sensibilidad y voz crecida en los veneros del pueblo. Para deleite de sus compatriotas resultó ser compositor de una música muy inspirada, bella, melódica y armoniosa, que siempre nos transmitía las claves de su admirable carácter, su alegría y todas las virtudes que le brotaban, con una calidad que nadie duda.

Más de 300 canciones y una docena de obras literarias nos legó este Héroe de la República de Cuba, condecorado, además, con la Orden Máximo Gómez de primer grado, quien nos dejara más que todo su ejemplo inolvidable y el orgullo de haber sido un hijo de nuestra tierra. “Así te recordamos, Comandante”, como nos gusta tanto decirte junto a un cantor.

ACN

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