27 de abril de 2024

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Memorias de un titán

El Titán de Bronce de Cuba, Antonio Maceo y Grajales, constituye una de las figuras más representativas en la historia de la mayor de las Antillas, venerado por muchos por la intransigencia y destreza militar.

 

 

Memorias de un titán

El Titán de Bronce de Cuba, Antonio Maceo y Grajales, constituye una de las figuras más representativas en la historia de la mayor de las Antillas, venerado por muchos por la intransigencia y destreza militar que en vida lo caracterizaron y por la entereza con que asumió las riendas de la independencia de Cuba.José Antonio de la Caridad Maceo y Grajales vio la luz el 14 de junio de 1845 en la otrora calle Providencia No. 16, hoy calle Los Maceo No. 207, en Santiago de Cuba y aunque muchos historiadores y biógrafos lo presentan en sus inicios como un adolescente inquieto, indisciplinado, iracundo y eventualmente inclinado hacia el juego y las riñas, es un hecho que gracias a su constante autosuperación, Maceo logró vencer la tartamudez y las dificultades de pronunciación de la letra «C» y superar los vicios y defectos de la ignorancia, hasta obtener una ingente preparación académica, ética y moral y convertirse en el más brillante de los jefes cubanos.

Desde su incorporación a la Guerra de los Diez Años, el creciente periplo militar del Titán de Bronce comenzó a hacerse palpable. En este período, además de protagonizar un sinnúmero de hazañas combativas, evidenció su capacidad de liderazgo al mando de las fuerzas villareñas del contingente invasor, su madurez política ante las sediciones militares en Lagunas de Varona y Santa Rita, así como su rechazo al Pacto del Zanjón del 10 de febrero de 1878 y la protesta que el 15 de marzo encabezó en Baraguá como respuesta a este llamado de paz sin independencia del español Arsenio Martínez Campos.

En la llamada Tregua Fecunda, pese a las constantes persecuciones e intentos de asesinato, campañas de desprestigio y su estancia en el exilio, visitó distintos países latinoamericanos como Honduras, donde le fueron confiados altos cargos del ejército como el de jefe de la guarnición de Tegucigalpa, así como los de general de división, otorgado a él por el entonces presidente Marco Aurelio Soto, el de juez suplente del Tribunal Superior de Guerra y el de Comandante de Puerto Cortés y Omoa.

No solo estuvo en contacto con personalidades como Julio y Manuel Sanguily, José María Rodríguez o Juan Gualberto Gómez o deslumbró a la intelectualidad habanera con su imponente figura, desnudó su tórax colmado de cicatrices ante la mirada curiosa de dos periodistas de ideas separatistas que ansiaban entrevistarlo o enorgulleció al afamado sastre capitalino Leonardo Valencienne deseoso de confeccionarle un traje, o se codeó con los más influyentes escritores y periodistas de la época como Enrique José Varona o Julián del Casal, o asistió a la primera celebración del Primero de Mayo en Cuba, sino que también la religión abakuá, aunque él no tuviera consciencia de ello, custodiaba y protegía sus andanzas por La Habana y cada enclave capitalino visitado por él se convertía en centro de masivas ovaciones y muestras de respeto y admiración a su persona.

Tras materializarse el nuevo estallido el 24 de febrero de 1895, Maceo se incorporó a la batalla tras su desembarco por Duaba, Baracoa el 1ro. de abril del propio año, siendo recibido por el enemigo, con quien se batió valientemente. La noticia de su llegada a Cuba se extendió gracias a la prensa internacional y naturalmente, tanto el entusiasmo como la movilización fueron instantáneos.

Llegado el 22 de octubre y ya como lugarteniente general del Ejército Libertador protagonizó la Invasión a Occidente, calificada como la más fuerte campaña militar anticolonialista en Latinoamérica.

Las fuerzas a su mando efectuaron un sinnúmero de acciones insurreccionales que siguen suscitando la admiración de los más estudiosos hacia el creciente prestigio militar del Titán de Bronce, quien con su más puro ideal independentista reafirmó que el machete no se desenvainaría hasta que Cuba fuera independiente y libre del odioso flagelo de la esclavitud.

Durante su último año de vida no cesaron las hazañas combativas y el vigor del Titán, quien fue cabecilla de acciones militares en Paso Real de San Diego, Candelaria, Güira de Melena, Quivicán, Lomas de Tapia y demás sitios del territorio nacional.

Radicado junto a sus tropas en las fincas Montiel y Bobadilla, en San Pedro, cerca de Punta Brava, en la tarde del 7 de diciembre de 1896, la columna española del coronal Francisco Cirujeda sorprendió a los mambises y entre maniobras fallidas, pero con la idea de la retirada rotundamente desechada, Antonio Maceo Grajales empuñó por última vez su machete cuando una bala destrozó su arteria carótida y otra, posteriormente impactó en su tórax y puso fin a la vida de su corcel.

Valentía en la manigua, habilidades estratégicas más que notables, una evidente y envidiable fortaleza física y una disciplina ejemplar caracterizaron al Titán de Bronce, quien en sus más de 600 combates, recibió un total de 32 heridas significativas.

Cincuenta y un años apenas tenía el cubano más mencionado en la prensa del mundo occidental de la última década del siglo XIX y quien, pese al capricho difamatorio de la propaganda española, no perdió ni siquiera tras su muerte, un suceso que conmocionó tanto a sus seguidores como detractores, el prestigio, el cariño y la admiración eterna de su pueblo.

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