Ellos salvan
LAS TUNAS- UNA OBRA QUE HACE LATIR LOS CORAZONES DE LOS NIÑOS
«Los payasos me dan miedo», escuchamos todos en algún momento. Resulta una frase recurrente que puede provenir de personas de todas las edades. Huyen ante la idea de ver a un adulto disfrazado con ropa extremadamente colorida, apresurada, descoordinada, como si quisiesen desbordar frente al público todo el arcoiris que llevan dentro.
Estoy de acuerdo con la gente. A mí los payasos también me asustan. Me perturba que siempre lleven una sonrisa tatuada de extremo a extremo cuando detrás de la función o luego de terminada la fiesta de quince de aquella niña que se llevaba con todo el barrio, el mundo desciende en terror, en infortunios. ¿Los personajes a quienes dan vida serán lo suficientemente fuertes para acoplar los trozos de la que dejan a un lado de la cama, al arrancar la actuación estelar?
Siempre me lo he preguntado. ¡Cómo me gustaría que fuesen eternos! Como mamá, papá y abuelos. Menuda alegría que traen a cuestas cuando el sol nos molesta más de lo habitual y nos da pereza enfrentar la cotidianidad de lo inevitable. ¡Ojalá yo tuviese un mejor amigo payaso! Confluyese entre enseñanzas, adivinanzas, sonoridad y calor, mucho calor humano.
¿Siquiera mencioné que sanan el alma y eso sí que inquieta mucho? Así como los doctores. Devuelven el alma al cuerpo para después teletransportarte a un plano astral repleto de chispas, de música. Los cirujanos de la astucia y la conexión entre un colectivo. Son conocedores de todo. Saben de matemáticas, de letras, de ciencias, de arte. Saben cuándo me duele el corazón o cuándo me duele la vida. Saben dónde sacar la risa cuando no la hay y guardar las lágrimas donde no había lugar.
Los maestros con los que se aprende de positivismo y de la magia que sí existe, la palpable, la que está al alcance de un beso, un abrazo o una palabra de cariño. Siento envidia de los más pequeños. Viven sin saber que llegará el día en el que querrán verse más achicados y retomar los juegos con muñecos para que en su cumpleaños un adulto enropado entre círculos, estrellas y canciones, les dedique un villancico sin Navidad o les recuerde que son tan valiosos como el protagonista despampanante de su caricatura preferida de la tele.
Sí, me siguen aterrando los payasos. Me da miedo que desaparezcan de momento, que se desconozcan las hazañas que han logrado como nuestros héroes de cabecera. Cristóbal Colón no pudo descubrir los mundos más internos y complejos que habitaban a la vista de todos. Sin escudos, sin flechas, sólo con sueños. Ellos salvan.
