«… la segunda ciudad que guardo en mis sentimientos como materna es Matanzas»

AL PRINCIPIO accedí a la sugerencia de la entrevista para complacer a quien me lo pedía. Después me asaltó la curiosidad de intercambiar con alguien que había vivido moviéndose constantemente, custodiado, por así decirlo, por escoltas y bajo la mirada y el amor de alguien con su tiempo y su vida totalmente comprometidos con la Revolución.
Cualquier cosa que hubiera podido imaginar se derrumbó la primera vez que hablé con Juan Antonio Almeida Beauballet. Mi interlocutor era una persona sencilla, sumamente sincera, asequible. Consintió gustoso a conversar de su vínculo con Matanzas, a compartir anécdotas de su vida, a hablar de su actual trabajo en una cooperativa…, intercambio en el que la figura de su padre afloró constantemente.
Me asombró su buena escritura y el lenguaje, lo que me demostró lo que ya sabía: que, como muchos Almeida, tenía el don artístico e intelectual heredado del bisabuelo Salvador.
“Pudiera decir que soy de Cuba, porque rodé por el país como un nómada, tanto como mi padre, que nació como yo en La Habana, aunque se sentía santiaguero. Yendo tras él y su trabajo viví en varias provincias: Santiago, Bayamo, Holguín, hasta que volvimos a La Habana. Como un caracol con la casa a cuestas.
“Viví solo con mi padre la mayor parte de mi infancia. A pesar de ser un magnífico padre, era intransigente con lo mal hecho, no tanto conmigo por mi corta edad, pero sí, con su actitud dejaba bien clara su inconformidad cuando hacía algo incorrecto. Una mirada, un gesto de desagrado, aunque no irrespetuoso, lograban sin mucho esfuerzo traerme nuevamente a la cordura.
“Sus ocupaciones lo mantenían alejado la mayor parte del día, como era lógico, pero siempre intentaba estar presente a la hora de la comida, de dormir y, muchas veces, en el desayuno, momentos importantes para la vida de cualquier menor, excepto cuando estaba de viaje y no podía llevarme con él, que era en muy pocas ocasiones».
Así recuerda Juan Antonio la época en que vivían en Santiago de Cuba, cuando el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, su padre, era el miembro del Buró Político que atendía la provincia de Oriente. Hasta que regresaron a La Habana y el joven comienza sus estudios secundarios.
“Yo ya sentía las ganas de ser mayor e independiente. No sé qué me llevó a prescindir de transporte y escolta; tal vez porque quería ser como los demás, como aquellos muchachos que iban solos a la escuela, que montaban en guaguas y ´mataperreaban´ por las calles. Lo pedí y entonces mi padre accedió, permitiendo que pasara la semana en casa de mi abuela materna en Marianao, mientras estudiaba en el Conservatorio de Música Alejandro García Caturla, muy cerca de Tropicana y el Salón Mambí”.
El primer sustento para entrevistar a Juan Antonio fue su relación con Matanzas, donde estudió y descubrió el amor, ciudad a la que aún, de algún modo, se siente ligado. Y esa fue la segunda sorpresa, escuchar lo que decía y sentía por mi retazo de tierra marinero, lo cual, lo confieso, enalteció mi orgullo regionalista de matancera nata.
Al culminar el noveno grado, decidió continuar estudios en una institución militar. Comenzó el preuniversitario en la Escuela de la Marina, en La Habana.
“Pero suspendí el primer año. Y ahí sucedió: la decisión fue que ingresara en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, de Matanzas, bajo la supervisión estricta de mi tío Federico. Ya no me salí del tiesto; debía redimir mis actitudes y comportarme a la altura».
En 1983 Juan Antonio llega a la Escuela Militar Camilo Cienfuegos matancera.
“Pasé los tres años de preuniversitario en Matanzas. Digo que la segunda ciudad que guardo en mis sentimientos como materna es Matanzas; la primera, Santiago, por todas las cosas en las que esta provincia influyó en mi desarrollo emocional. Por La Habana siento algo especial, pero no tanto.
“En Matanzas encontré por primera vez el amor. Allí, en una de sus esquinas, di mi primer beso. Tejí sobre los mantos del tiempo futuros que zozobraron por culpa de la inmadurez que me los arrebató, pero la mayoría de aquellas ilusiones me fueron regaladas.
“Mis recuerdos todavía pasean por la Calle del Medio, sus tiendas, sus cafeterías, cuando los miércoles nos daban pase e íbamos al centro de la ciudad.
“La Escuela Militar Camilo Cienfuegos, de Matanzas, formó mi carácter y, por sobre todas las cosas, en ella comencé a dar mis pasos en la Literatura y la Música, aptitudes que compensan hoy mis carencias emocionales”.
Gracias a la paciencia y bondad de la “profe” de Literatura y Español, empezó a escribir poesía. Gracias a su persistente instrucción, logró ganar concursos y con un grupo musical de aficionados también ganó festivales interescolares de música.
“En realidad, tocábamos muy bien y aunque mis conocimientos de música vienen, como ya había dicho, de mis estudios secundarios en el Conservatorio Alejandro García Caturla, fue en Matanzas donde saqué el mayor provecho de ellos”.
Alguien que también caló profundo en él fue el profesor de Matemáticas.
“Era tan malo yo en esta asignatura como lo soy para recordar nombres. Este era un hombre delgado y espigado, como una vara de bambú doblada al viento, que logró introducir los conocimientos necesarios para que pudiera sacar los dos últimos años del bachillerato. Claro, lo hacía fuera del horario escolar, utilizando horas de su descanso para dedicármelas. Aún agradezco su empeño.
“La ciudad de Matanzas fue un abrigo en la piel de mi tío, que me trató con ternura, tanto la ciudad como él. Era tal su preocupación que se comportó como alguien muy cercano, a pesar de que fue al ir a estudiar allí y su compromiso con papá lo que me llevó a conocerle con profundidad.
“Al principio lo vi como un carcelero, una espada de Damocles a punto de ser descargada sobre mí, pero, por el contrario, fue un consejero fenomenal, un magnánimo instructor de responsabilidades y, además, muy afectuoso. Por él, por mis primos y por la tía Julia siento un enorme cariño. Se comportaron como una verdadera familia.
“Los matanceros, en general, me trataron con calidez y afecto; nunca sentí discriminación por no ser nativo, algo que sí experimenté en otros lugares”.
Y entonces se desbordan sus recuerdos: menciona la juguera frente al Parque de la Libertad, haciendo esquina; la retreta de la Banda de Conciertos alegrando el ambiente con algún danzón; el restaurant-cafetería de Peñas Altas y, por supuesto, la playa El Mamey.
Un poco más alejado, alude a Cárdenas y a Lázaro López, su mejor amigo, “cardenense hasta el tuétano”, y su familia, con la que aún, tantos años después, mantiene una bonita relación.
“También corrí muchas veces por Limonar y Bolondrón en compañía de este amigo, cuando, escapados del yugo amoroso que me imponía aquel primer amor, cazábamos alguna nueva aventura. De la belleza de Varadero no quiero hablar porque sería trillado, pero de su vida nocturna vale la pena recordar la Rada y la Patana. En aquel balneario también vive el recuerdo de mi padre enseñándome a esquiar sobre el mar y los entrañables días de buceo, actividades de las que disfrutábamos como niños.
“Te cuento una anécdota relacionada con ello: la pasión de mi padre por el esquí acuático viene de tiempos del principio de la Revolución. Esa pasión también dejó en él una oscura marca. Cuando realizaba esa actividad y era halado por un helicóptero desde un espigón en el balneario de Tarará, se le enredó la cuerda en su anillo, arrancándole de cuajo la primera falange de su dedo anular izquierdo y por eso sentía aversión por esa prenda. Solo usaba un reloj y, durante varios años, una cadenita con su grupo sanguíneo, decía que era solo por necesidad. Después, solo usaba un reloj, porque era el más puntual de las personas que conozco”.
Juan Antonio es graduado de Licenciatura en Ciencias Penales en la Escuela Superior de la Contra Inteligencia Hermanos Martínez Tamayo.
“Casi culminando los Camilitos realicé pruebas de aptitud para pilotos de combate. Ya me estaba gustando esa vida, pero a la primera fui ´planchado y tendido´. Posteriormente, aparecieron los compañeros de la Contrainteligencia ilustrando lo importante de su desempeño. Me enamoré de aquella carrera, luché a brazo partido para lograr ser admitido, hice todas las pruebas y, a mi entender, había cumplido con los requisitos, pero aquello quedó en ascuas; no supe más de la admisión o de que se estuviera haciendo alguna captación al respecto.
“Terminé mis estudios y nada de lo que se me ofrecía como opciones de estudio llamaba mi atención. De alas caídas, me devolví a La Habana y, para sorpresa mía, finalizando agosto, una muchacha del órgano de captación apareció en la puerta de casa para informarme que estaba aprobada mi solicitud de estudios en la Escuela Superior del MININT. Fue un momento de mucha alegría.
“Concluí mis años de Licenciatura, pero los designios del destino me llevaron a la Policía, donde cumplí funciones como instructor policial hasta que me di cuenta de que aquel no era mi destino, lo que me llevó a licenciarme. Tres años después, volví a la vida civil como ayudante ejecutivo de mi propio padre, que, más que un trabajo, fue una escuela, incluso más importante que la propia Universidad”.
Pero, ¿inesperadamente…?, Juan Antonio le dio un giro a su vida y hoy tiene un punto de venta que pertenece a la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) fortalecida Aridez Estévez Sánchez, única en el municipio Playa. Por supuesto que quiero saber cuál fue el origen de ese cambio.
“¿Cómo se inoculó en mí la pasión por la agricultura…? Bueno, te cuento que siendo ayudante ejecutivo en el Consejo de Estado, como te mencioné, y como papá ayudaba a todos en la familia, me dio la tarea de aunar a los primos, hijos de sus hermanos, para que hiciéramos producir unas tierras que existían alrededor de su casa. Estábamos en pleno período especial.
“Me indicó que tomara la experiencia que había desarrollado en las Asociaciones de Combatientes a lo largo del país. Entonces, dirigiéndonos él, sembramos aquellas tierras de viandas, frijoles y girasoles, y con este último producto aprendí el tema de la extracción de aceite. Esto creó una inercia que me llevó a hacerlo por mi cuenta hasta que llegué a este lugar donde realizo mi propio proyecto”.
La CCS fortalecida Arides Estévez Sánchez tiene una condición singular: está enclavada en la ciudad, distribuida en muchas pequeñas parcelas. Son más de 150 asociados que entregan cultivos varios de pequeñas parcelas. Los que más tierras poseen son los ganaderos, que rozan la periferia del municipio, pero no son muy extensas. Esta cooperativa es Vanguardia Nacional y cumple cabalmente con el encargo social, que es su principal objetivo.
“En el barrio de Siboney, en una extensión de 800 metros cuadrados, tengo mi pequeño punto de venta, de construcción rústica, de tubos y tejas: Del Sol Floristería y Jardín. En su espacio trasero cultivamos mi esposa y yo varios condimentos como orégano, romero, culantro, cilantro y sábila. También algunas flores como el anturium, la heliconia y el ave del paraíso. Es un espacio pequeño, algo así como un patio grande”.
Comenzaron siendo una floristería, pero querían hacer algo con sus propias manos.
“Eso de comprar y vender es lo que una buena parte de los comerciantes hace, pero queríamos marcar la diferencia. Mi esposa, que es muy intrépida y temeraria, complicó las cosas. Así que iniciamos el proyecto de elaboración de aceites esenciales”.
Ahora producen «blends» de aceite de coco como base, combinándolo con los condimentos mencionados, en un proceso de maceración. También producen aceites de cacahuate (maní), almendra, nuez y ahora están enfrascados en el aceite de ricino. Estos productos tienen como destino final la cosmética y el cuidado corporal.
“Nuestra comercialización está dirigida principalmente al barrio. La producción es pequeña y la demanda supera la oferta porque nuestro sistema de producción es artesanal. Comercializamos los productos en nuestra moneda, haciendo nuestro aporte tributario en tiempo y forma. A pesar de los tiempos que vivimos, somos rentables. Nos ayuda una trabajadora contratada que desempeña, como nosotros, cualquier tarea encomendada”.
“Soy el titular, aunque la dirección es horizontal, ya sabes lo que es trabajar en familia, y tengo a mi esposa, no una esposa, como Dios manda, aunque sí, pero debo decir que manda como Dios y hay una muchacha contratada, como ya expliqué”.
Dicen que la arista poética y artística es genética en los Almeida y que viene del bisabuelo Salvador…, por eso le pregunto, ¿tú también escribes, haces música, cantas…?
“De cantar nada, decía papá que tengo la voz rajada y reía al decirlo. No sé qué quería decir con ello, pero imagino que era porque se escuchaba algo así como cristales estallando sobre el suelo. Y sí, es genético: el bisabuelo Salvador y papá son poetas; el abuelo Juanito, el tío Federico y el tío Eugenio, periodistas; y la tía Charito, papá, Juan Guillermo y la prima Sunlay, en la música. Esta última es un prodigio en esa ciencia: concertista, profesora y compositora. Atesora, además, grandes logros a nivel internacional. Y mi hermana Diana Teresa es pintora, graduada de la Academia San Alejandro.
Como hijo de un militar como Juan Almeida, con una vida tan comprometida, quise que me contara si alguna vez sintió temor por lo que le pasara a su padre y también que me hablara del instante más hermoso que vivió con él. Sé que habrán sido muchos, pero le pedí que se detuviera en lo primero que recuerda cuando piensa en él.
“Mientras crecí, nunca apareció el temor de perderlo, tal vez porque nunca imaginé una vida sin él. También creía que iba a ser eterno; le creía infalible. Mi padre era un hombre valiente y no sentía debilidad ante hechos de injusticia. Era capaz de abandonar el delgado círculo de protección que tenía, de solo un escolta y un chofer, para lanzarse a proteger o intervenir en una situación que exigía cuidados. Después, sí apareció el temor a perderlo, cuando tuve la conciencia de que existía la muerte. Aunque eso fue ya mucho más mayor, cuando vi su sufrimiento al perder a su padre. Ese fue un golpe muy duro para él y para todos, también el de su madre.
“El momento más hermoso es una mezcla de varios momentos. Recuerda que vivimos solos en Santiago de Cuba. Habían nacido dos de mis hermanas, las jimaguas Berta Rosario y Rosario Berta, y mi madre cargaba con el peso de los tres. Para aliviar esto, mi padre decidió llevarme con él a Santiago y solo veníamos a La Habana algún que otro fin de semana.
“Este tiempo forjó nuestra unión y él llenó cada espacio sentimental que pudiera ocasionar la separación de mi madre, que es para mí tan importante como él. A ese momento en la vida de un niño lo marcan las carencias y te puedo decir que no tuve ninguna. Es difícil que un niño recuerde la etapa anterior a los cinco años, pero mi padre necesitaba que yo creciera y me preparó para muchas cosas de la vida en ese momento y desde esa corta edad. Una etapa que recuerdo con mucho cariño.
“Con solo cinco años, en la bahía de Santiago, me enseñó a nadar; también en Santiago me enseñó a manejar. En la adolescencia, me enseñó a componer una canción y a construir una pared, recuerda que fue albañil y muy bueno. Cuando comenzaron a existir preocupaciones con respecto al amor, allí estuvo él para darme los consejos más crudos. Entonces, Maritza, te puedo decir que el momento más hermoso que viví junto a mi padre fue toda la vida; incluso ahora, cuando físicamente no está a mi lado, espiritualmente lo está. Me tomo el tiempo de recordar cada momento, cada palabra, cada gesto. Como en un libro, voy recorriendo cada página de mi vida en la que he triunfado o he perdido y en todas está él; está ahí como siempre estuvo, para darme aliento o para trasladarme la experiencia de sus actos”.
¿Se parece Juan Antonio a Juan Almeida Bosque, no físicamente, sino emocionalmente, en la actitud ante la vida?
“Sí, mucho. Somos prácticos y desprendidos, sensibles y enamorados, apasionados y comprometidos.
“Aquí te dejo un poema mío que me inspiró la acción de los bomberos en Supertanqueros”.
Mariposas
Mariposas de masa encarnadas
sobrevuelan por el pasto quemado.
Trémulas, habrán reaccionado
al horror que las tiene atrapadas.
Una llama violenta e hilarante
las gobierna, apretándose en sus alas;
mas de un barco bajaron cigalas
y palomas en vuelo apremiante.
Mas no fueron del todo veloces
cuando el monstruo avivó su bravura;
no secaron el mar con locura
ni crecieron sin talla las voces.
Al vaivén de su fin, más gloriosas,
perfumadas del aire viciado,
se dejaron llevar sin enfado
como van en cuaresmas las rosas.