5 de noviembre de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

La Cueva de la Virgen, el susurro escondido de Diana 

La memoria de un pueblo no está en los libros, ni en los monumentos. Está en sus cuevas, en sus leyendas, en sus silencios

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Camino despacio, casi en silencio, por los pasillos de piedra que serpentean los jardines de Diana. El sol se filtra entre las ramas de los árboles centenarios y el aire huele a tierra húmeda y a historia. Cada paso parece acercarme no solo a un rincón del parque, sino a un fragmento olvidado del alma de Jovellanos.
Los jardines, con su verdor exuberante, guardan secretos. Y entre sus rincones más discretos, donde la naturaleza se vuelve más densa y el follaje cubre con celo lo que no quiere ser visto, se esconde una entrada apenas perceptible. No hay cartel, no hay camino marcado. Solo los que saben, los que recuerdan, los que sienten, pueden encontrarla.
Es la Cueva de la Virgen.
Allí está. Silenciosa. Cubierta por musgo, abrazada por raíces que parecen protegerla. Su boca de piedra se abre tímida, como si dudara recibir visitas. Pero al cruzar el umbral, el mundo cambia. La luz se atenúa, el aire se vuelve más fresco y el murmullo del exterior se apaga. Dentro, un pedestal se alza con dignidad. A sus pies, las huellas de lo que alguna vez fue una tarja conmemorativa, ahora borrada por el tiempo, por el olvido, por la lluvia que cae sin preguntar.
Todos en Diana conocen su nombre. La Cueva de la Virgen. Pero nadie sabe con certeza de dónde viene ese nombre. Es como si la historia se hubiera desvanecido, dejando solo el eco de una devoción antigua.
Los más viejos del pueblo aseguran que la cueva ya existía antes de que se construyeran los jardines. Que fue hallada por casualidad, como un regalo escondido de la tierra. Y desde entonces, ha sido rincón espiritual, lugar de recogimiento, altar natural para los que buscan consuelo.
Las leyendas, como las raíces de los árboles, se entrelazan:
 Algunos dicen que fue mandada a hacer por el antiguo dueño del ingenio azucarero, en tiempos coloniales, como muestra de su fe católica.
 Otros aseguran que fue construida en agradecimiento por una ayuda divina recibida por su hija, salvada de una enfermedad por intercesión celestial.
Y los más soñadores hablan de una aparición. Que la imagen santa se mostró a los pueblerinos en ese mismo lugar, dejando una energía que aún se siente al entrar.
Nadie sabe la verdad. Pero todos la sienten.
La cueva está apartada, discreta, desconocida y hasta olvidada por algunos. Pero siempre presente. Como un susurro en la memoria colectiva de Diana. Como un rincón que no necesita ser visto para ser sentido.
Y junto a ella, otras historias se entretejen en el tapiz de este terruño:
 La Cueva de las Damas, donde se dice que mujeres se refugiaban en tiempos de guerra. Los túneles bajo Diana, pasadizos secretos que conectaban el ingenio con otros puntos del pueblo. Los manantiales cálidos, que aún hoy brindan sus aguas a quienes creen en sus poderes curativos. Y el antiguo cementerio, perdido entre los montes, donde las almas parecen seguir caminando entre los árboles.
Esta es solo una de las muchas historias que guarda Diana. Una de las muchas que vendré develando, poco a poco, como quien desentierra un tesoro con las manos del alma.
Porque la memoria de un pueblo no está en los libros, ni en los monumentos. Está en sus cuevas, en sus leyendas, en sus silencios.
Y hoy, desde este sitio, les he traído el susurro de piedra y fe que vive en la Cueva de la Virgen.

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