27 de noviembre de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

Fidel, Fidel, ¡yo soy Fidel!

Y aquel joven estudiante, hoy profesional que intenta homenajearlo, siente como un tesoro innombrable el haber sido testigo de un momento inenarrable
La noche del 25 de noviembre de 2016 Cuba entera se estremeció. La noticia corrió como un relámpago por los barrios, los campos, las ciudades: Fidel ha muerto. El líder histórico de la Revolución Cubana, el Comandante de los barbudos, el hombre que cambió el destino de una Isla, partió en su viaje de regreso a la semilla. Y con él, una parte sensible de nuestros afectos se estremecieron.
A mi memoria viene aquel día y los que le sucedieron. Cursaba entonces el décimo grado en el Instituto Preuniversitario Pedro Pablo Rivera Cúe, de Jovellanos.
A nueve años de su partida física siento emociones y recuerdo aquella madrugada como un golpe seco al alma.
La mañana siguiente, el 26 de noviembre, el país amaneció enlutado. En mi escuela el silencio era más elocuente que cualquier discurso. Profesores y alumnos nos mirábamos sin saber qué decir, como si hubiéramos perdido a un padre, a un guía, a un símbolo.
La convocatoria fue espontánea, pero masiva. Desde todos los sectores del municipio nos organizamos para rendirle tributo. Cuando se informó que sus cenizas recorrerían la Carretera Central hasta Santiago de Cuba, cuna de la Revolución, espontáneamente la vía por donde en enero de 1959 Fidel y su Ejército Rebelde se trasladaron victoriosos, se llenó de flores e imágenes.
Esta vez, sin fusiles ni arengas, pasaba su urna con las cenizas escoltadas por el silencio de millones.
Ese 30 de noviembre me ubiqué cerca de la fábrica de oxigeno y acetileno, en las afueras del pueblo, junto a mis compañeros. El aire era denso, el cielo parecía contener su llanto.
Cuando el cortejo con las cenizas del Comandante en Jefe pasó frente a nosotros, sentí que el tiempo se detenía. Vi la urna, pequeña, pero inmensa y comprendí que estaba presenciando historia. No era solo una despedida, era una promesa.  En medio de los gritos de “¡Yo soy Fidel!” entendí que su legado no se enterraria, se sembraba para siempre en millones de cubanos y amigos del mundo. Que cada lágrima era semilla de compromiso. Que cada voz era eco de su lucha.
Desde entonces, cada noviembre, ningún altar queda sin una luz en su nombre. En cada rincón de Cuba se enciende una vela, se canta una canción, se recuerda su paso. Como dice Raúl Torres en su homenaje: “Te vemos cabalgando con el sol por la Sierra Maestra” y así lo sentimos, cada día, cada año, cada lucha.
Cada noviembre no solo evocamos al Comandante, nos convertimos en guardianes de su memoria.
Y aquel joven estudiante, hoy profesional que intenta homenajearlo, siente como un tesoro innombrable el haber sido testigo de un momento inenarrable.
Fidel se quedó entre nosotros, en nuestrss vidas, porque juramos todos con el corazón en la garganta: ¡Yo soy Fidel!

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