
En su entorno aún quedan vestigios de antiguas poblaciones aborígenes y se yergue en uno de los sitios más emblemáticos y hermosos de la urbe. Parece burlar el tiempo, distante y solitario como eterno custodio del río Canímar y de la entrada a la rada yumurina. Con los años perdió parte de su encumbrado nombre y hoy todos le conocen simplemente como El Morrillo.
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El lugar donde está ubicado esta fortaleza militar se distinguió por ser el asentamiento de una numerosa población aborigen.
La estratégica ubicación contaba con una playa muy próxima a la desembocadura del río Canímar.
Según refiere Orozco, Conservador de la ciudad de Matanzas, el espacio gozó de una intensa actividad con la presencia de viviendas de las cuales se han encontrado horcones.
A ello se suma el reporte y recolección de numerosas muestras de cerámica, restos de alimentos, accesorios, instrumentos, entre un cúmulo de piezas que se han recuperado en la zona y se exponen al público.
Cerca de allí se logró rescatar un enterramiento aborigen de manera íntegra, junto a otros restos óseos que han permitido el estudio de nuestra comunidades originarias.
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En los primeros siglos tras el descubrimiento, Matanzas languidecía en una especie de abandono total por parte de la Metrópolis Española.
Fue el apetito colonialista de los ingleses y su Toma de La Habana lo que obligó a los españoles crear un cordón defensivo para proteger sus ricas colonias del Nuevo Mundo.
Así surgió la necesidad de construir fortalezas militares en Matanzas que protegieran a la urbe que gozaba en ese entonces de un pujante y floreciente crecimiento económico.
En el año 1740 se construiría en el área un torreón de cantería con el fin de proteger la entrada de la bahía así como el trasiego de azúcar por el río Canímar. Aunque el torreón fue demolido en los primeros años del siglo XIX, aún se puede apreciar la base de la estructura.
Fue en el año 1779 cuando se construye la batería artillada de cantería a barbata. Posteriormente se le adiciona una segunda planta, conservándose ese diseño que ha sobrevivido a nuestro días, no sin ser víctima de más de un percance.
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En el siglo XIX, El Morillo deviene en uno de los más importantes enclaves militares con que cuenta la ciudad.
Los artilleros de esta batería de costa gozaron de fama por su destreza y puntería. Orozco narra el papel desempeñado por estos soldados durante el asedio de buques norteamericanos durante el desenlace de la Guerra del 95.
Los cañones han logrado resistir el fuerte embate del salitre. Son también testigos silenciosos de cuánto ha acontecido en el lugar.
Cuando en época de la República el fuerte militar cayó en desuso, si bien la batería logró resistir, no así el inmueble que poco a poco quedó en ruinas.
Por eso fue el lugar escogido por el luchador amtiimperialista Antonio Guiteras para salir de Cuba. Allí, junto a Carlos Aponte y otro grupo de seguidores, hicieron noche.
Pensaron que ante lo apartado del sitio y el abandono de la edificación, lograrían escapar rumbo a México sin llamar la atención de las autoridades.
Pero sucedió todo lo contrario: víctimas de un cerco militar caerían acribillados a balazos por las tropas enemigas en una de las orillas de Canímar.
Si bien este suceso trascendental colocaría al Morillo definitivamente en lugar prominente en los libros de historia, no fue hasta los años 70 que disfrutaría de una segunda oportunidad al ser objeto de una amplia remodelación que le devolvería todo su esplendor.
Tras un intenso proceso de rehabilitación reabrió sus puertas, el 8 de mayo de 1975, como Museo Memorial. En una ceremonia militar son trasladados hasta el inmueble los restos de Guiteras y Aponte.
Tiempo después sería declarado Monumento Nacional.
Los siglos han pasado pero esta batería de costa conservará por siempre su relevancia histórica en nuestra espacio geográfico.

San Felipe del Morrillo se yergue majestuoso y admirable, coqueto se pudiera decir, sobre los dientes de perro.

Desde varios puntos de la zona asoma su imagen imponente, integrándose de forma armoniosa con el hermoso paisaje. Es como si siempre hubiese estado allí, desde tiempos inmemoriales. Sin dudas se trata de uno de los símbolos más prominentes de la ciudad, de esos que sostienen y encumbran nuestra matanceridad.