Qué hacer para no restarle tierras fértiles al planeta
Tras un mes de mayo prácticamente seco en el territorio matancero, por fin llegaron las lluvias en la primera quincena de junio para atenuar la sequía que sufrimos. Sobre todo en las zonas en que se desarrollan las actividades agropecuarias que tanto necesitan del agua.
Esa escasez prolongada de agua, que denominamos sequía, puede ser causada por falta de lluvias ó condiciones climáticas adversas y se aprecia cuando los niveles del líquido están muy por debajo de lo que corresponde a una zona determinada.
Este fenómeno que afecta la flora, la fauna, a las personas y los programas agro-industriales, tiene tres orígenes fundamentales. La Sequía Meteorológica, causada por la falta de precipitaciones durante periodos prolongados; la Agrícola, que afecta las tierras productivas y los cultivos por la escasez de agua y la Hidrológica, que indica la reducción de agua en ríos, lagos, presas y reservas subterráneas.
La sequía no es cosa de un día o dos. Se trata de un proceso lento y acumulativo, cuyos efectos pueden durar meses o años, por lo que constituye uno de los mayores desafíos que tiene el hombre a la hora de planificar y ejecutar acciones socio-económicas. Especialmente las que dependen de las tierras de cultivo, ya que sequías prolongadas provocan aridez y degradación de los suelos fértiles, dando lugar a ese otro fenómeno que se conoce como desertificación.
Aunque el calentamiento global, la tala indiscriminada de árboles y erradicación de bosques enteros, la urbanización e industrialización, la salinización de los suelos y el empleo de técnicas agrícolas como el monocultivo, también aceleran los niveles de desertificación.
No se trata de desiertos, sino que la combinación de proceso naturales con la actividad humana transforman zonas fértiles en desiertos improductivos.
Sólo en los últimos 40 años, el planeta ha perdido alrededor de doce millones de hectáreas de tierra de cultivo, debido a la sequía y la desertificación. Ante ese panorama se encienden focos rojos que llaman a gobiernos, población, organizaciones sociales, empresarios de todos los sectores a cambiar los modelos de producción y vida que degradan los terrenos fértiles.
De ahí la promoción de estrategias como el trabajo local para restaurar y gestionar de manera sostenible las tierras y los limitados recursos hídricos, así como el fomento de la cooperación internacional como el proyecto «Incorporando consideraciones ambientales múltiples y sus implicaciones económicas en los paisajes, bosques y sectores productivos en Cuba (ECOVALOR)».
ECOVALOR se inició en el 2018 y con una duración de seis años, se aplicó en varios municipios cubanos y en toda la provincia de Matanzas a fin de capacitar a productores sobre la rotación de cultivos y el uso de los fertilizantes naturales que reducen la erosión o degradación del suelo.
Asimismo se realizaron acciones en sectores productivos, como el de los hidrocarburos, pesquero, agroforestal y el turismo para establecer buenas prácticas productivas a partir de la valoración económica de los servicios ecosistémicos en cada uno de esos sectores.
Otro proyecto internacional que llegó a tierras matanceras fue el titulado Resiliencia Climática en los Ecosistemas Agrícolas en Cuba (IRES). Financiado por el Fondo Verde para el Clima, de las Naciones Unidas, IRES, se extenderá hasta 2027, con un crédito que supera los 38 millones de dólares.
IRES abarca siete municipios con suelos degradados e invadidos por marabú, uno de ellos es Los Arabos, en Matanzas. Aquí se implementan sistemas agroforestales y silvopastoriles, que incluyen la siembra de especies forrajeras, pastos, cultivos diversos, árboles frutales y de sombra, entre otros que permiten la producción de alimentos, carne y leche.
Y del patio está el proyecto BIOMAS-CUBA, que con la firma de investigadores de la Estación Experimental Indio Hatuey, del municipio matancero de Perico, también se ejecutó en Guantánamo, Santiago de Cuba, Las Tunas y Sancti Spíritus.
Con esta iniciativa se han recuperado 117 hectáreas de suelo invadidas por marabú y se mejoraron otras 1 830 hectáreas en las que se alcanzaron considerables producciones de papa, frijol, soya, maní, el maíz y yuca, entre otros cultivos esenciales para la alimentación humana y animal.
La asesoría técnica facilitó además la construcción o reparación de 69 biodigestores, de los que se obtiene biogás para la cocción de alimentos y bioabonos que elevan la salud y calidad de los alimentos agrícolas.
Ejemplos de iniciativas que han nacido en condiciones climatológicas extremas para enfrentar fenómenos como la desertificación y la sequía que cada año le restan tierras fértiles al planeta.