5 de agosto: El pueblo para Fidel

Para Fidel el pueblo nunca fue el culpable de los problemas, sino la solución de todos los que padecía Cuba, y de paso la humanidad entera. Fue esa fe tremenda e imperturbable la que hizo de él un líder nacional y mundial, y triunfadora a la Revolución que encabezó.
Armando Hart, integrante de la generación martiana que le secundó, al exaltar esa extraña sensibilidad, subrayaba la idea de que José Martí había enseñado a los cubanos a unirse, mientras el joven abogado venido del Birán oriental los había enseñado a triunfar.
No fue casual que en su alegato histórico de defensa tras los sucesos de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes hiciera una definición tan certera y profunda de ese pueblo al que conduciría a un triunfo milagroso y relampagueante, sobre todo al considerar el poder militar de la dictadura derrotada y los sustanciales y poderosos apoyos que esta recibía.

Lo que hizo grande a Fidel desde entonces fue su comprensión de que no solo era preciso levantar o recomponer el edificio material de Cuba, sino además su estructura moral, cuyas esencias y bases estaban resguardadas en el cofre más hermoso: entre esa masa olvidada, relegada y humilde que debía encontrar el camino de la dignificación.
En los momentos más difíciles, cuando la incertidumbre o la turbación hubieran podido minar esa especial sincronía, no tuvo dudas de que en el pueblo no estaban las culpas sino la salvación.
Lo prueba su salida, a pecho descubierto, con los guardaespaldas desarmados, a una Habana donde la escasez y las penurias de años muy duros parecían haber colmado de irritación.

Testigos de aquellos raros acontecimientos en la Cuba en Revolución cuentan que quienes rompían las vidrieras se sintieron rotos a sí mismos cuando lo vieron avanzar a su encuentro por las calles. Lo que muchos hubieran ansiado se convirtiera en un imponente y costoso disturbio terminó en un acto de reafirmación revolucionaria.
Fidel no ordenó a ninguna fuerza uniformada dispersar a su pueblo, porque comprendió que su fuerza moral podía volver a unirlo. Esa es de las lecciones que nunca podríamos olvidar, sobre todo mientras algunos aspiran a que la actualización del modelo socialista en marcha en el país les sirva de plataforma para erigir su propio Olimpo de privilegios o cuando difíciles situaciones hacen emerger complejos fenómenos o conflictos sociales, a los que podemos dar explicaciones enrarecidas.
(Tomado de la página de FB de Ricardo Ronquillo Bello, presidente de la UPEC)