6 de agosto de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

De Argelia a los Pinos: El compromiso cumplido

Este episodio, más que una anécdota, es una lección viva del liderazgo de Fidel. Ante el imprevisto de Argelia, no abandonó a aquellos 1 200 jóvenes a la decepción. Los redirigió hacia una tarea concreta, productiva, patriótica: sembrar los bosques de Cuba.

Fidel no dejaba cabos sueltos. Era la esencia de su liderazgo. Previsor de cada momento, para él no había acontecimiento intrascendente. A todos atendía con la dedicación que requerían, encontrando siempre tiempo en su agenda para lo imprevisto. Este relato, vivido en carne propia en el año 1965, es un testimonio vívido de esa meticulosidad y capacidad para transformar un revés en una victoria, guiando a su pueblo, incluso cuando los caminos se torcían.

Con apenas 18 años, cumpliendo mi Servicio Militar en La Habana, fui seleccionado como delegado al IX Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes en Argelia. La consigna resonaba con orgullo: «¡Los mejores van a Argelia!». Junto a unos 1 200 jóvenes de toda la isla, nos concentramos en el hotel Comodoro de la capital, expectantes, llenos de ilusión por representar a Cuba en aquella cita mundial.

Pero la historia, caprichosa, tenía otros planes. Un cambio de poder repentino sacudió Argelia. Los detalles de aquel acontecimiento quedan para otro momento; lo crucial fue la decisión de Cuba: no participaríamos. El Festival, finalmente, ni siquiera se realizó.

La decepción era palpable entre los jóvenes reunidos. Una tarde, sin saber cuál sería nuestro destino, la incertidumbre flotaba en el aire del Comodoro. De repente, su presencia cambió todo. Fidel llegó al hotel. En minutos, estábamos reunidos con él en una asamblea improvisada. Con esa claridad que lo caracterizaba, el Comandante en Jefe nos explicó la situación en Argelia, el papel de Cuba y la razón de nuestra no participación.

Luego, sin vacilar, nos lanzó un reto: «Como no vamos al Festival, ¿están de acuerdo en participar en una siembra de un millón de pinos en Mayarí Arriba?». La respuesta brotó de mil doscientas gargantas jóvenes con una fuerza unánime: ¡Siiii!

Al día siguiente, la transformación fue tangible. Cambiamos los trajes de vestir por ropa y zapatos de campo. El destino ya no era África, sino el oriente cubano. Viajamos en tren, luego en camiones especiales que nos llevaron por intrincados caminos hacia las lomas de Mayarí Arriba.

Nuestro alojamiento fue rústico pero épico: los hombres en la carpa del Circo Nacional de Cuba, las mujeres en otras tiendas de campaña. Allí, bajo el sol y la lluvia, dedicamos días a una tarea titánica pero hermosa: sembrar futuro, un árbol a la vez. La jornada fue ardua, pero el compromiso se cumplió, el millón de pinos encontró su tierra.

Una tarde, antes de la comida, el zumbido de un helicóptero cortó el aire. Todos supimos al instante: «él venía». La nave aterrizó en una explanada cercana al campamento. La reunión en torno a Fidel fue inmediata, espontánea, cargada de esa energía única que emanaba.

Con su fuerza de convocatoria, aglutinó a la masa juvenil y comenzó un diálogo franco, tocando diversos temas, hasta llegar al punto central: «El Komsomol de Bulgaria les hace una invitación, claro está, si ustedes aceptan, para visitar su país». La respuesta fue un eco del entusiasmo del Comodoro: «¡Siiii!».

Dos días después, iniciamos el regreso a La Habana. En la capital, los trámites interrumpidos se retomaron con celeridad. Pronto estábamos abordando el barco «Gruzia», que zarparía llevando a aquella masa juvenil hacia nuevos horizontes. Pero la previsión de Fidel no se detenía. A los pocos días de navegación, Eugenio Balaris, nuestro jefe de delegación, recibió una comunicación directa del Comandante: el Komsomol soviético nos invitaba a visitar la URSS. Y siempre, con la misma pregunta esencial, respetuosa, movilizadora: «¿Están de acuerdo?».

Este episodio, más que una anécdota, es una lección viva del liderazgo de Fidel. Ante el imprevisto de Argelia, no abandonó a aquellos 1 200 jóvenes a la decepción. Los redirigió hacia una tarea concreta, productiva, patriótica: sembrar los bosques de Cuba.

Y desde allí, tejió con el mismo hilo de atención al detalle nuevas oportunidades de intercambio y crecimiento. Siguió cada cabo, del Comodoro a Mayarí, de Mayarí a Bulgaria, de Bulgaria a la URSS. No hubo cabo suelto. Cada hilo fue atado con la misma dedicación que requería, transformando un festival cancelado en una siembra de árboles y en puentes hacia el mundo.

Ese era Fidel, el previsor, el movilizador, el que nunca dejaba de atender, de guiar, de convertir cada desafío en un compromiso cumplido.

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