La huelga general que hizo huir a un dictador
La caída de Gerardo Machado era inminente, como lo pronosticaba incluso aquella caricatura de Abela. Al paciente le darían de alta, le decían al Bobo, personaje cardinal del humorismo gráfico cubano que se había convertido en un símbolo del pueblo en oposición a los desmanes de ese fatídico gobierno.
Ya para el 7 de agosto de 1933 la huelga general se extendía por la República y el embajador norteamericano Sumner Welles escribía la relación de soluciones inmediatas en uno de sus informes. Pero ni nombrar un secretario de Estado imparcial, reorganizar el Gabinete o aprobar inmediatamente las reformas constitucionales, podría impedir el esperado declive.
Los muertos para aquella tarde sumaban 20 y 170 los heridos. La huelga de los ómnibus de La Habana había sido la chispa para la necesaria explosión revolucionaria.
Seguido de una indetenible ola de huelgas de diferentes sectores de la economía en toda la Isla desde el cuatro de agosto, el estallido auguraba el fin de “uno de los regímenes más oprobiosos y reaccionarios que conoce la historia de Cuba y América Latina”, como lo definiría más tarde el luchador comunista de aquellos años Fabio Grobart .
¡Abajo Machado!- gritaban enardecidos los trabajadores que no volverían a sus puestos luego de ciertas reformas, sino solo después de que el dictador dimitiera. Ni el pueblo, ni el ejército, ni el propio Welles estaban dispuestos a soportar por más tiempo su evidente impopularidad.
A la huelga general se sumaría la revuelta militar del 11 de agosto y al mediodía del día siguiente el mandatario se vería obligado a huir del país en un aeroplano y acompañado de pocos amigos.
Durante los nueve años que duró su gobierno había logrado transformar la inicial aprobación del pueblo en odio profundo hacia un presidente capaz de reformar la Constitución en busca de beneficios personales.
El agravamiento notable de las condiciones económicas en el país donde aumentó el desempleo y disminuyeron los salarios en contraste con el elevado costo de vida, había contribuido a la gestación de una situación revolucionaria.
A ello se sumaría la persecución implacable de los adversarios políticos, el encarcelamiento masivo, las torturas y asesinatos incluso más allá de nuestras fronteras, como ocurriera con el infatigable líder Julio Antonio Mella.
Pero la marea dispuesta a detener las injusticias de la dictadura haría que el Partido Comunista y su figura más brillante Rubén Martínez Villena, junto a la Confederación Nacional de Obreros de Cuba (CNOC), el Directorio Estudiantil Universitario (DEU) y el Ala Izquierda Estudiantil protagonizaran aquellos días de agosto, lo que sería, al decir de Raúl Roa, “la más vasta y potente huelga general de que tiene data nuestra historia”.