9 de octubre de 2024

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Mella: «el cubano que más hizo en menos tiempo»

Aunque el cuerpo del luchador antiimperialista fue sepultado en el cementerio de Dolores, de la nación azteca, en agosto de 1933 los dirigentes del Partido Comunista, el Ala Izquierda Estudiantil, la Confederación Nacional Obrera de Cuba y otras agrupaciones revolucionarias acordaron trasladar sus restos a La Habana.

Aún después de muerto, la figura de Julio Antonio Mella, fue demasiado grande para los intereses del régimen machadista.

El eterno joven rebelde, nacido el 25 de marzo de 1903 en la capital cubana, encontró la muerte la ciudad de México, 25 años tras cumplirse la orden dada por el dictador Gerardo Machado.

Aunque el cuerpo del luchador antiimperialista fue sepultado en el cementerio de Dolores, de la nación azteca, en agosto de 1933 los dirigentes del Partido Comunista, el Ala Izquierda Estudiantil, la Confederación Nacional Obrera de Cuba y otras agrupaciones revolucionarias acordaron trasladar sus restos a La Habana.

Y el 6 de septiembre llevaron a cabo la exhumación e incineración de los restos de Mella en medio de la presión policial que intentó apoderarse de las cenizas del fundador de la FEU, la revista Alma Mater y la Universidad Popular José Martí.

Afortunadamente, el rápido y valiente accionar de compañeros de lucha, como Juan Marinello, echó por tierra ese plan y lograron ocultar los restos físicos de Mella en la casa de la doctora Mirta Aguirre, refugiada en México durante la tiranía.

Con similar sigilo planearon el traslado hasta Veracruz y de allí, en barco a La Habana donde todo estaba previsto para el entierro.

El sepelio de las cenizas de Mella sería a las tres de la tarde del 29 de septiembre, en un monumento que se levantó en el parque de la Fraternidad. A la hora acordada bajaron la urna del local de la Liga Antimperialista a la calle Reina.
Allí les esperaban miles de personas mostrando en carteles y telas consignas antimperialistas. Desde un balcón, el dirigente comunista y poeta Rubén Martínez Villena pronunció unas palabras sobre aquel joven de leyenda que una vez decidió llamarse Julio Antonio. Julio, por Julio César y Antonio, por Marco Antonio, los héroes romanos.

Al concluir la alocución se inició la marcha que sabotearon los francotiradores ubicados en las azoteas y los soldados del régimen con el fin de arrebatarles la urna y desaparecer las cenizas del líder estudiantil.

En ese enfrentamiento y a causa de un impacto de bala murió Paquito González Cueto, un niño de a penas 13 años de edad, que militaba en la Liga de Pioneros de Cuba. Cerca de allí, en el parque de La Fraternidad, fue destruido a mandarriazos el obelisco edificado para depositar las cenizas de Mella.

Por ese empeño del gobierno neocolonial, de borrar todo lo relacionado con la imagen de Mella, durante años tuvieron que mantener sus cenizas bajo absoluto secreto y estricta seguridad.

No fue hasta el triunfo de la Revolución cubana que los restos exhumados e incinerados hace 91 años, un 6 de septiembre, fueron expuestos para ser honrados por el pueblo de Cuba, y, ¿qué mejor lugar que el Aula Magna de la Universidad  de La Habana?

Y desde el 10 de enero de 1976 -aniversario 73 del natalicio del revolucionario, que al decir de Fidel, más hizo en menos tiempo-, las cenizas de Julio Antonio Mella permanecen en el lugar escogido para su definitiva ubicación, el Memorial erigido frente su querida Universidad.

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