Lunes en Matanzas, umbral de semana
El lunes despierta en Matanzas con el murmullo del San Juan y el Yumurí. El puente de Bacunayagua recibe a los primeros pasajeros, mientras la ciudad abre sus portales coloniales y las calles se llenan de pasos apurados. El Sol se levanta sobre la bahía y tiñe de cobre las aguas tranquilas, recordando que aquí todo comienza con el ritmo del mar.
Las vehiculos circulan y en la conversación se mezclan el béisbol y los precios del mercado. Los estudiantes cruzan las vías con mochilas pesadas y risas tempranas, mientras los vendedores acomodan en las tarimas improvisadas la oferta del día.
El lunes en Matanzas tiene ese aire de ensayo general: cada quien retoma su papel, cada esquina se convierte en escenario.
En las oficinas del centro histórico vuelven a circular los papeles como cartas de navegación. El lunes es ritual: agendas abiertas, laptop, notas pendiente, acuerdos que se escriben en páginas limpias.
Al viaducto concurren quienes buscan la brisa para ordenar ideas, corren para espantar la somnolencia, y unos pocos se detienen a mirar el horizonte que se abre sobre el mar.
La ciudad respira entre pregones y saludos. “Buenos días”, en la puerta; “¿cuánto cuesta?”, en el mercado; “vamos a empezar” en la escuela.
El lunes se convierte en pacto colectivo: Matanzas se pone de acuerdo para arrancar la semana, aun con el peso del madrugón y la esperanza de lo nuevo.
Cuando el Sol trepa sobre los tejados y los relojes marcan la hora, el lunes deja de ser enemigo y se vuelve umbral. Es el crujido de una puerta antigua que se abre hacia patio adentro: espacio para insistir, corregir, probar. Aquí, en Matanzas, el lunes inaugura la historia de cada semana y tú eres protagonista.
