¿Volverán los espectáculos de cabaré al centro de Matanzas?
Un espectáculo escénico musical de cabaré despierta sensaciones inigualables. Deslumbra, divierte, causa admiración y gozo, posee particularidades que no se ven en otros escenarios, por tanto, tiene que ser atractivo, alejado de lo simple o banal.
En opinión del maestro Santiago Alfonso, Premio Nacional de Danza 2006, quien ha dirigido diversos espectáculos en el famoso cabaré Continental, del hotel Internacional, de Varadero, en la relación cultura-turismo este último debe ser un facilitador, una vía para mostrar lo mejor del arte al visitante, sea extranjero o nacional.
Existe polémica sobre el auge de este género, que origina beneplácito a turistas nacionales e internacionales, por una parte, y por otra choca con los presupuestos de las cadenas relacionadas con el turismo.
Porque es evidente que su puesta en escena origina gastos obligatorios de escenografía, vestuario y luces, además de la contratación de un personal artístico de elevada calidad, sobre todo cantantes, agrupaciones y bailarines.
Aquellas funciones de los 80 del pasado siglo en lugares céntricos de la ciudad de Matanzas han desaparecido. Los intentos hasta el presente de rescatar los cabarés lo más cerca de la población han sido infructuosos.
Conocemos del interés desplegado por algunos artistas matanceros para impulsar nuevos proyectos, pero la inversión resulta muy costosa y todavía no existe el personal artístico preparado para este evento en correspondencia con la magnitud estética que se demanda en este siglo 21. Tampoco creo que ubicarlos en la periferia resuelva su acceso mayoritario.
Pérdida de locales, éxodo de artistas, preferencia de la música grabada al evento en vivo, carencia de transporte local nocturno, son realidades influyentes, a las que se suma la difícil situación financiera que impide la compra de los accesorios indispensables para la profusión de ese género, en un territorio que todavía no interioriza el rol que representa dentro del turismo para el desarrollo económico de la ciudad y del país, dadas sus condiciones excepcionales.
Sin embargo, aún se mantienen vivos los establecidos en el balneario, aunque su impronta sea en unos pocos espacios. Y acudo al maestro Alfonso, porque en los debates sobre la importancia de defender la cultura nacional, esta modalidad escénica ha sido a lo largo de la historia uno de los símbolos cubanos, con énfasis en la capital, Varadero y Santiago de Cuba.
Para saber el valor de este arte universal resulta provechoso estudiar sus ideas, pues ha dirigido también en Tropicana y el Parisién, del Hotel Nacional.
Según su criterio: “Este tipo de teatro musical debe protegerse y despojarse de la banalidad. Se precisa coherencia institucional. Es tiempo ya de resolver la dicotomía arte-turismo. Encontrar los puntos de convergencia que solucionen, por ejemplo, los problemas de formación de bailarines y músicos para que se estimule la creación coreográfica.”
Profundizando en la formación de los elencos, indica: “Si queremos valorizar estas puestas en las instituciones turísticas, es imprescindible hacerlo con bailarines formados académicamente.”
El cabaré Continental, del Internacional de Varadero, ha sido por más de 60 años escenario codiciado por los más prestigiosos artistas nacionales y extranjeros. Vale señalar que actualmente allí actúa por temporadas la Orquesta Failde junto a la compañía Verdarte.
Lo real es que, para quienes vivimos a orillas de Guanimar, las opciones se tornan menos abarcadoras; solo queda, en la medida de las posibilidades objetivas de cada cual, disfrutar el que ofrece Tropicana Varadero, a unos diez kilómetros del centro urbano yumurino.
Mary, me has hecho recordar a una Matanzas preciosa, colorida, mágica. El cabaré es arte también, si su factura es honrosa. A veces le digo a mi hijo: -¡No imaginas qué linda era mi ciudad (que es la de él también), algo así como una postal! El centro de Matanzas tenía a El Pescadito, que presentaba un espectáculo y contaba también con un pequeño bar para quienes solo iban de paso. Estaba El Antillano, un lugar al aire libre que reunía a muchos citadinos, una buena parte jóvenes. En estos dos lugares se bailaba. Había dos clubes nocturnos para los que querían encontrarse y conversar: El 66 y El Biscuit. Y no me olvido de La Patana, anclada a orillas del San Juan, donde éste casi se une con el mar, un espacio que servía tragos, reunía amigos y hasta se bailaba. Esto era en el centro de la ciudad. Me olvido de Monserrate, desde donde se domina esa Matanzas de noche, llena de luces y de mar; y no menciono a El Caribe, ni la terraza y el barcito de El Bahía, estos dos últimos afortunadamente han escapado a la «inventiva» de cambiar su objeto social. Matanzas es una ciudad de intelectuales, músicos, poetas, pintores, aquí cada cual lleva el signo de artista en su corazón. Matanzas por sí sola llama a la bohemia, rodeada de aguas, de puentes que unen sus barrios, de rincones cargados de historia. Cualquier esquina invita a enamorar. La ciudad y su casco histórico están llenos de bares particulares, a los que la media de la población no puede asistir. Canimao y Tropicana Varadero, casi inaccesibles por la transportación, perdieron sus espectáculos nocturnos. Y me olvido de Varadero, donde salvo excepciones, lo que se le ofrece al turista necesita otra valoración. Entonces, Mary, a los noctámbulos de mi ciudad, de nuestra ciudad, solo nos queda el recuerdo de lo que fueron las mágicas noches de, como decía Estévez, Bellamar.