29 de mayo de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

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Interferón cubano: ciencia, resiliencia y soberanía

A más de cuatro décadas de aquel logro, su legado pervive en el accionar científico-tecnológico de un país que nunca ha cejado en su empeño de crecerse frente a las vicisitudes y que ha hecho de la ciencia su más memorable empresa.

El 28 de mayo de 1981 la mayor de las Antillas marcó un punto de inflexión en la historia de la ciencia latinoamericana.

Contra todo pronóstico, desafiando los paradigmas impuestos por las potencias tecnológicas y con recursos limitados pero con una voluntad política inquebrantable, Cuba logró, por primera vez, la producción de su propio interferón humano y replicó una tecnología de vanguardia que apenas comenzaba a explorar su potencial terapéutico.

No fue obra del azar ni un destello fortuito en un laboratorio improvisado, sino el resultado de una estrategia de Estado visionaria, que convirtió la ciencia en un instrumento de soberanía y resistencia frente a las adversidades geopolíticas.

Este hito fue precedido por una expedición científica de urgencia al Instituto de Virología de Helsinki, en Finlandia. Allí, el doctor Kari Cantell había desarrollado un método eficiente para obtener interferón leucocitario humano.

En apenas semanas, un grupo de médicos e investigadores cubanos absorbió ese saber técnico y, de regreso a La Habana, aplicó el procedimiento en condiciones mucho más precarias. En aquella inolvidable jornada, en un pequeño laboratorio del hospital “Carlos J. Finlay”, se sintetizó el primer lote de interferón cubano, completando la hazaña en solo 42 días.

El contexto no podía ser más dramático. Cuba enfrentaba una grave epidemia de dengue hemorrágico. Aunque aún en fase experimental, el compuesto comenzó a ser administrado a pacientes con resultados alentadores, consolidando su reputación como posible herramienta inmunomoduladora y abriendo paso a un nuevo paradigma en la medicina cubana.

Fue, en suma, el nacimiento de una visión: convertir a la biotecnología en columna vertebral de la Salud Pública y en escudo estratégico del país.

El impacto de esta proeza científica no tardó en transformar el panorama institucional del país. Surgieron centros de investigación de primer nivel, como el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, que encarnarían la nueva política de conocimiento impulsada desde las más altas esferas del poder.

Desde entonces, el interferón no solo fue un producto médico, sino también un símbolo de resistencia y modernidad periférica. Esa impronta ha perdurado con fuerza hasta tiempos recientes.

En el año 2020, cuando el mundo fue azotado por la pandemia de COVID-19, el interferón alfa-2b recombinante, desarrollado décadas atrás en Cuba, fue se convirtió en uno de los primeros fármacos utilizados en la nación —y exportado a varios países— para enfrentar los efectos más severos del coronavirus.

Su aplicación temprana ayudó a mantener tasas de letalidad comparativamente bajas en los primeros meses de la crisis sanitaria y validó una vez la pertinencia de aquella hazaña de 1981 en medio de una emergencia global contemporánea.

La producción del interferón cubano en los albores de los ochenta representó el inicio de una travesía que ha sostenido a Cuba en los márgenes de una economía global desigual, pero con una brújula moral y estratégica bien definida.

A más de cuatro décadas de aquel logro, su legado pervive en el accionar científico-tecnológico de un país que nunca ha cejado en su empeño de crecerse frente a las vicisitudes y que ha hecho de la ciencia su más memorable empresa.

 

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