12 de julio de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

Amor de madre y orgullo de patriota

A 210 años de su natalicio, el ejemplo de Mariana Grajales tiene mucho que enseñarnos en términos de resistencia, voluntad, convicción
Durante casi dos siglos ha estado en el imaginario popular como la figura trascendental de nuestra historia que es y nos conminan a admirar desde la infancia; pero muchas veces solo le miramos como la madre de héroes, la progenitora recta y contenida que reprimía las lágrimas por el hijo caído mientras instaba al otro a sumarse a la lucha.

Mariana, fue, sí, la madre de 14 hijos a los que, entre el rigor y la ternura, les enseñó a ser hombres y mujeres de bien, valientes, disciplinados, preocupados por la superación cultural, consecuentes, laboriosos, íntegros, pulcros, honrados, leales y patriotas, como ella, y les inculcó que por encima de la vida misma estaba la Patria.

La madraza que hizo del dolor guardado su mayor demostración de amor; el pilar y gran organizadora del hogar armónico que construyó con Marcos Maceo entre el entorno rural de Majaguabo y la casita de Providencia 16, en la ciudad santiaguera, donde todos sus hijos, sin distinción de padres, fueron educados por igual y arrullados con canciones que hablaban de libertad y dignidad.

Pero la hija de José Grajales, de origen dominicano y la santiaguera Teresa Cuello Zayas, también fue la linda mulata, toda gracia y frescura, que se casó a los 16 años y empezó a construir un proyecto de vida imponiéndose a los prejuicios de una sociedad que la estigmatizó por ser pobre, negra y mujer.

Fue luego la joven viuda con tres hijos varones que tempranamente debió convertirse en cabeza de familia en un ambiente precario e inestable; y más tarde, aquella muchacha enérgica, desenvuelta y capaz de defender sus ideas que tuvo el valor de inscribir como hijo natural a Justo, su cuarto vástago, y unirse consensualmente con Marcos Maceo, el mulato de cinco pies y seis pulgadas, que devino el amor de su vida.

Tras el grito de octubre de 1868, cómplice junto al esposo de las ideas libertarias y alborozada como niña con juguete nuevo, hizo a sus hijos jurar sobre el libro de Cristo que liberarían a la patria o morirían por ella, y a los 53 años rompiendo con los tabúes de la época, abandonó la comodidad del hogar y marchó a la manigua llevando consigo a sus hijos pequeños, sus hijas y nueras.

Durante toda la Guerra Grande se mantuvo Mariana en los campos mambises sorteando la intemperie, el hambre, el frío, las largas caminatas por todo el Oriente y el Camagüey, siempre cerca de donde combatían sus hijos. Como la mujer madura, curtida por el trabajo y la maternidad que era, envolvió en lo más hondo de su jolongo mambí la ternura de madre, y la usó en el cuidado meticuloso de su prole y de quienes combatían a su lado.

En improvisados puestos médicos y hospitales de campaña supo derrochar esmero en la atención a los heridos y enfermos —cubanos y españoles—, a los que cuidaba como hijos propios con las hierbas del monte, sin importar el acoso del enemigo, empeñado en reprimir a las mujeres y familias de los mambises.

«(…) Aquella familia era la patria y todos tenían derecho a ella (…)», escribiría Fernando Figueredo, en alusión a aquellos días en que Mariana trascendió la impedimenta, para convertirse en aliento y resguardo de los heridos y enfermos, en los que depositaba todo su amor a la patria.

Con todo pudo y a mucho se sobrepuso esta digna cubana en los campos insurrectos: a las continuas heridas de sus hijos, cuyos dolores atenuaba con bromas como «¡Cúrate (…), para que vayas a buscar la otra!»; y a la muerte del esposo, que en su agonía final dijo: «He cumplido con Mariana».

En la intrincada zona de Piloto, mientras curaba las heridas de sus hijos Tomás y Rafael, la sorprendió la noticia del Pacto del Zanjón, que calificó de acto de ingratitud ante tanta sangre derramada, también la de sus hijos, cuatro de los cuales habían caído en los campos mambises al finalizar la Guerra Grande.

Cuando los avatares de la campaña pacifista pusieron en peligro la vida de los familiares de los jefes mambises, marchó al exilio, y en Jamaica puso otra vez a prueba su voluntad para adaptarse a un idioma y costumbres nuevas, a las dificultades económicas y a la dispersión de su familia.

Ni aún ante los intentos de asesinato de Antonio, la saña mostrada contra José, Felipe y Rafael y la estricta vigilancia española, su casa en el exilio dejó de ser centro de reunión de cubanos dignos, para quienes, al decir del Apóstol, tenía «manos de niña para acariciar a quien le habla de la patria (…)». Incluso tuvo fuerzas para contribuir, con sus hijas y nueras, a la fundación de asociaciones patrióticas organizadas en Jamaica.

Así, puro empeño y pasión, fue la vida de Mariana Grajales Cuello hasta su fallecimiento en Kingston, Jamaica, el 27 de noviembre de 1893, y esos matices conmovedores nos los perdemos cuando dejamos que nos sonría desde el mito, y desaprovechamos la oportunidad de beber de la savia de aquella que, con amor de madre y orgullo de patriota, entregó todo al ideal de una Cuba libre.

En tiempos de grandes retos, como los que vivimos, el ejemplo de Mariana tiene mucho que enseñarnos en términos de entrega, resistencia, voluntad, convicción y patriotismo, pero será más útil cuanto mejor la conozcamos y la alejemos de estereotipos.

Asimilar su huella, hurgar en el ser humano que habita en la mujer símbolo e incorporarla a nuestro cotidiano desafío, será siempre el mejor tributo. Se lo debemos a Mariana.

Fuentes:

  • Torres Elers, Damaris; Mariana Grajales Cuello: paradigma de patriotismo y resistencia.
  • Duany Destrade, Lídice, y Sánchez Fijishiro, Lidia; Mariana Grajales Cuello, ¿mujer de su época?

Juventud Rebelde

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