30 de abril de 2024

Radio 26 – Matanzas, Cuba

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Ana y las bombas que nunca explotaron en Sauto

«La gente de Batista se preguntaba por qué razón allí la clandestinidad no regaba fósforo vivo como lo hacía en el cine Velasco», relata entre espacios de tiempo, con la mirada perdida, recordando esos años viviendo en el Monumento Nacional

Ana y las bombas que nunca explotaron en el Sauto

La puerta roída rechina como si el tiempo fuera quien girara su pomo. Tal vez ni con cuatro pares de manos se pudiera alcanzar la edad de aquella casa. En su interior, un señor con casi un siglo de vida, sin vista ni escucha, se hallaba sentado en un sillón gastado. Miguel Molina se llamaba.

Cuenta que justo antes del triunfo de la Revolución el Teatro Sauto estaba arrendado por Fernando Castro Garriú y que él, por ese tiempo, era su administrador.

«La gente de Batista se preguntaba por qué razón allí la clandestinidad no regaba fósforo vivo como lo hacía en el cine Velasco», relata entre espacios de tiempo, con la mirada perdida, quizás recordando lo que fueron esos años viviendo en el declarado Monumento Nacional.

«Me cogieron preso y me llevaron para la jefatura».

Vierte en la conversación todo el temor que sintió en aquel momento pues, según sus palabras, el oficial que lo retenía, llamado Pilar García, era uno de los torturadores más conocidos en la ciudad justo en aquella época.

«A Pilar García lo llaman y sale corriendo del lugar. El otro oficial de guardia se me queda mirando y me dice que si yo era “comemierda”, que saliera por la puerta y que no se me ocurriera alzarme».

Smith Comas
Ana Smith Comas y Miguel Molina junto a su hija Eliana.

En aquellas cuatro paredes donde lo tenían inmovilizado nunca salió a relucir la verdad de por qué no se llevaban a cabo acciones clandestinas en el Teatro Sauto.

Es que allí, en el espacio destinado para la casa del administrador, vivía una mujer: Ana, hermana de José Smith Comas, y esposa, por aquel entonces, de Miguel Molina.

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