Así era Almeida, mucho Comandante
Él fue el Juan humilde que se sabía Comandante por nunca haber incumplido una orden de su jefe; de orgullo inmenso por nunca haber llegado segundo a un combate o haberse marchado primero al terminar la batalla.
Fue eso y mucho más, una obra bella, sin dudas, entre las más hermosas de esta gesta que él inició en fecha tan temprana como 1952, dijo una vez Fidel del Negro Almeida, según contaron algunos que tuvieron la suerte extraordinaria de escuchar la frase.
Difícil, pero no inútil la crónica encomendada por el muy cercano aniversario 15 de su partida física, pues su crónica, su leyenda, va más allá de lo imaginable, como el talento que tuvo a raudales.
Eso es Almeida, desde mucho antes de su frase tremenda en medio de infernal balacera en que la muerte se antojó cercana y él se aferró entonces a dulce y diminuta gramínea del oriente cubano, en un Alegría de Pío que nunca fue más triste.
Luego allí, al sacar cuentas, los muertos fueron muchos y los sobrevivientes parecieron también muertos, pero muy decididos a vivir. De ahí la frase del Ché, aún Guevara: “Con Almeida a la cabeza cogimos la guardarraya”. Se reiniciaba la historia. No hubo incertidumbre. “Hasta la victoria siempre”. La revolucionaria aventura revolucionaria así lo demostró, en el Uvero, La Plata, en el Tercer Frente…
¿Fidel, y Almeida? preguntaron al jefe invicto subido en su tanque rebelde el 8 de enero de 1959, presuroso por entrar a La Habana. “Allá, en la vanguardia”, contestó.
Macho, como le decían sus allegados, siempre fue así, en la vanguardia. Antes y después, ya fuera en cargos políticos, administrativos, militares, incluso en el sublime instante de la composición musical o poética.
Serían innumerables sus anécdotas a lo largo de tantos años. Lala, su secretaria lo resumió. “Nos entendíamos muy bien. Él hablaba mucho de su familia, pero cuando venía bravo no había quien se le acercara. Nunca escribía directamente en la computadora, pues le hizo rechazo al cambio y quería seguir aliado con la mecanógrafa, como cuando hicimos Contra el agua y el viento y Desembarco. Siempre escribía a lápiz, en una libretica. Tenía una grabadorita chiquita y cuando se le ocurría una canción la grababa, pero él cantaba muy mal y yo tenía que llevarle la canción al arreglista para la partitura. En la oficina no recibía a nadie para hablar de música; esos eran temas que dejaba para la casa de Charo, su madre Rosario.
“Mire, cuando llegó a los 80 años le teníamos preparado un motivito y él se opuso con una razón que nos desarmó a todos. Nos dijo que si Fidel estaba enfermo y no podía celebrar su cumpleaños, él tampoco festejaría sus 80”.
¿Qué cosas lo ponían bravo? pregunté por último a Lala. “La impuntualidad y el incumplimiento. El comandante era mucho Comandante”, respondió.