
Con el repicar de la campana de su ingenio aquella mañana, Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, quien desde el año previo alcanzaba la madurez en sus ideales emancipadores, instó a la multitud allí congregada a bregar por la libertad de la nación y la abolición de la esclavitud, bajo los preceptos del denominado Manifiesto del Diez de Octubre, eximiendo a sus esclavos en el solemne acto y convidándolos a unirse a la naciente contienda.
Enarbolada quedó entonces la travesía con que la incipiente turba libertaria habría de destrozar el ensangrentado brazo de hierro de España sobre la tierra martiana. No faltaron los altibajos en la siguiente década de lucha, cuyo primer lustro tuvo en Céspedes a su más cimero mentor y la gesta quedó desprovista de muchos héroes, pero en su carácter nacional-liberador, democrático y antiesclavista y posteriores acaecimientos, el patriotismo pervivió, nuestra identidad se forjó y emergió un fervor revolucionario de incalculables proporciones en el alma de nuestro pueblo.
A la Guerra de los Diez Años sucedieron la Chiquita y luego, la Necesaria. Nuestra soberanía nuevamente nos sería arrebatada por las fauces del imperialismo, mas el anhelo nacido en la Cuba del ’68 y que además de la emancipación y soberanía que por derecho le correspondían, le avizoraba cual «nación grande y civilizada, para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos», tuvo en el rebelde Fidel Castro Ruz y el año 1959 su tan esperada concreción.
156 años han trascurrido desde aquel memorable episodio y pese a los múltiples desafíos, los esfuerzos por construir un socialismo más próspero y sostenible se mantienen vigentes y el espíritu de resistencia de Céspedes y quienes continuaron su impronta nos inspira, el compromiso con la soberanía nacional, la igualdad social y la solidaridad internacional nos identifica y ese furor libertario, que glorioso emanó bajo el sol de La Demajagua, hoy refulge indeleble y nos ennoblece.