La Atlántida matancera o el batey sumergido
El batey tendría unas 200 casas a lo sumo, las había de mampostería y madera. Las familias que vivían allí cultivaban mucho gracias a la abundancia de manantiales y la fertilidad de la tierra negra en la zona.
Tamara Morales, esposa de Yoel, agrega que el batey era próspero. Nada más llegar uno se topaba con guanajos, cerdos, carneros y vacas.
Pese a residir en Ceiba Mocha, poblado rural ubicado a 14 kilómetros de Matanzas, ambos viajaban con frecuencia hasta el Valle Elena. Iban en busca de mangos o para bañarse en los tantos manantiales y ríos que proliferaban en el lugar o descendían desde las elevaciones cercanas.
El Valle Elena creció entre dos montañas, El palenque y la Loma del Pan. Hoy existen pocas referencias sobre el lugar. Y eso que apenas han pasado tres décadas de su desaparición.
La vida cambió drásticamente para sus habitantes cuando el Estado decidió crear una gran presa en la región y los campesinos de allí se vieron obligados a mudarse. Bien lo sabe Humberto Mayor Villalonga, un veterano de más de 70 años que vio cómo su existencia se trastocó de la noche al día.
Humberto Mayor es un guajiro robusto que ve sus días pasar en el poblado de Ceiba Mocha. Nació en el Valle Elena, justo en la falda de la Loma del Pan.
Cuenta que allí se criaba de todo, “y teníamos muchos animales; yo mismo llegué a tener más de 60 puercos.”
El viejo central allí enclavado dejó de moler mucho antes de la llegada del agua. Mas, cuando Humberto habla de la escuelita rural, asegura que en días claros, algunos dicen ver su silueta en el fondo de la presa.
El batey se dividía en fincas, “estaba la finca El Pan, a orillas de la loma; la finca Elena, la de Pablo. Cada una con su bodega.”
Desde mediados de los 80, comenta Humberto, surgió el rumor de la construcción de una presa. “Llegaron especialistas e ingenieros y comenzaron a medir el terreno, hicieron cálculos. En un principio todos estábamos contentos, ya que vivíamos aislados y nos ubicarían en el pueblo, en casas confortables. Eran tiempos de abundancia, había de todo y nada faltaba.
“Pero la presa se inaugura en el 90, al poco tiempo se cae el campo socialista, y justo cuando estrenamos las casas también estrenamos las carencias. A esa hora todos querían regresar pa’ la finca, pero el agua se había adueñado de todo”.
A los habitantes del batey los ubicaron en nuevos edificios construidos en Ceiba Mocha y Armona. Humberto agradece la prontitud con que su esposa consiguió permuta para una casa con patio, por lo que nunca vivió en un edificio multifamiliar.
Rememora, además, que el Estado les compró los animales, incluso tasaron las matas que había en las fincas y lo pagaron todo. “Pero imagínese, ¿vivir en un edificio? Mi hermana vive en un cuarto piso, ya somos muy viejos y con mil achaques, no puedo subir a visitarla y ella apenas puede bajar las escaleras”.
Afirma que al principio le costó adaptarse al pueblo. Una vez le dieron la posibilidad de instalarse en una vieja edificación a orillas de la presa y allí estuvo sembrando y criando animales durante varios años, “siempre huyéndole al pueblo”.
A veces se dice a sí mismo que el destino le hizo trampa, ya que la alegría inicial duró poco, con la agudeza de la situación económica que sobrevino poco tiempo después. También reconoce que la presa está bien hecha, incluso él ayudó en su construcción, comprende que era necesaria. Aunque se nombre Caunavaco, para los que vivieron allí siempre será Batey del Valle Elena.
El guajiro Humberto Mayor, oriundo de ese valle hoy inundado, nunca deja de soñar con su finca, lo hace casi todas las noches, ve a sus animales, los árboles.
“Pero los años me han caído encima y ya prefiero estar más tiempo sentado en el portal. No sé si hoy pudiera avanzar par de metros tras un animal. Eso sí, no dejo de pensar en todas esas casas bajo el agua, allí hay mucha vida e historias sumergidas”.