La crónica panamericana de nuestro periodismo
Todavía vemos las imágenes y hasta los más insensibles al deporte se emocionan. Aquel combate de infarto en la competencia por equipos del judo; los tenimesistas del doble mixto con un remate inesperado sacando boleto directo a los Juegos Olímpicos de París; el ocho con timonel de remos entrando primero en una regata 32 años después de haberlo logrado en los Panamericanos de La Habana; o el renacer de la velocidad femenina en el atletismo con dos oros y una plata en la pista de Santiago de Chile.
Todavía sufrimos con la derrota del béisbol y de algunos boxeadores; tiramos junto a Leuris Pupo en los 25 metros y nos estremece que un “Grande” como Mijaín López abrace a “La Chiqui” de la lucha libre tras la pelea por el título, o que el nadador Rodolfo Falcón Junior termine en el lugar 15 con el honor de no abandonar una prueba a pesar de estar nadando 40 minutos con una contractura muscular en la espalda.
Son apenas algunos ítems deportivos que vivimos los periodistas cubanos que damos cobertura por estos días a los XIX Juegos Panamericanos, en medio de un frío desesperante en ocasiones y con pocas horas de sueño, pues lo determinante aquí es crear, narrar, contar historias e intentar empujar también un país desde el valor simbólico que tiene el deporte y los deportistas cubanos para nuestro pueblo.
Agradezco a muchos de los que están sentados en esa Sala las muestras de afecto y confianza por haberme elegido para el Comité Nacional de la UPEC. No quise dejarlos de acompañar desde una crónica panamericana que haga beber de medallas, reflexiones y realidades al periodismo cubano, como parte de una sociedad que no es la misma que teníamos hace cinco años cuando expuse en mi intervención la historia del padre de un niño judoca-ciego que nos reclamaba un mejor periodismo, más pegado a los sentimientos y menos a las consignas; más rico en historias humanas y menos a las reuniones; más revolucionario y cambiante como la sociedad misma.
Esta vez voy a tomar al mismo deporte como motor de los cambios que necesita nuestro periodismo y la UPEC, sin ideas absolutas, ni recetas únicas. Escribo de madrugada y la frescura va en el pensamiento colectivo, no en disparos sueltos o críticas insalvables.
En este último lustro, el juego se nos cerró antes de entrar al terreno muchas veces. Una pandemia nos atomizó casi 24 meses y la Tarea Ordenamiento lanzó flechas equivocadas que estamos pagando y que la prensa alertó con tiempo, pero muchas veces fue ignorada, porque desgraciadamente algunos dirigentes persisten en darnos un carácter instrumental y no participativo, de disenso, de cuestionamientos y de aportes, como sucede en todos los sistemas de comunicación del mundo.
El reclamo mayor de nuestro anterior Congreso era un añorado aumento del salario a los periodistas. La preocupación de hoy, me atrevo a decir, es una pelea de boxeo entre 12 cuerdas. ¿Cómo es posible que muchos de nosotros tengamos más de un trabajo para sobrevivir y así y todo somos el sector menos remunerado dentro de la intelectualidad, a pesar de que sostenemos ideológicamente un proyecto? Y sin ambages habrá que seguirlo sosteniendo. No por dinero, sino por ideas, por justicia social y porque el poeta tenía razón: la gloria que se ha vivido es mucha como para traicionarla.
La Revolución también sigue siendo una sola, pero la sociedad tiene muchas Cubas dentro de ella a la cual la prensa muchas veces no llega. Todavía seguimos siendo, en su mayoría, más didáctica que atractiva; que no significa caer en sensacionalismo. Todavía los recorridos de trabajo de muchos directivos siguen siendo titulares y los llamados a producir, a crecer, a potenciar las fuerzas endógenas (hay frases que se acuñan y se repiten a veces por moda) siguen siendo eso: solo titulares repetitivos hasta el cansancio, pero sin expresión real en la piel de la gente. Y eso conspira contra la Revolución en primer término y arrastra al periodismo al descrédito.
A veces necesitamos la puntería de Pupo o la fuerza de Mijaín para imbricar los grandes y reales problemas económicos (los del bloqueo y los que tenemos internos) con una transparencia comunicacional que no es solo tener hoy en todos los Organismos de la Administración Central departamentos de Comunicación o hacer Mesas Redondas con los Ministros para mostrar y exponer, hablar de esfuerzos y planes. El periodismo es también cuestionamiento, crítica, investigación y mostrar caras que quizás sean feas, pero creíbles y que ayudarán muchísimo más a la Revolución que las edulcoraciones o promesas que nunca llegan.
Por supuesto, para empuñar estos bates hay que tener alineaciones sólidas y lanzadores abridores y relevistas con efectividad. Hoy eso no lo tenemos en muchos lugares. Como bien discutían en algunas comisiones ayer, nuestras redacciones y medios de prensa se han vaciado en la mayoría de los casos con la misma naturalidad que los empleos estatales de otros sectores están siendo minados por la remuneración más directa y sustanciosa del sector privado.
Y nos desgastamos muchas veces en hacer diagnósticos y estudios de causas y consecuencias; promovemos una y otra vez visitas y encuentros donde la catarsis colectiva nos atrapa. Seamos realistas.
Los medios van a seguirse vaciando por muchos cursos urgentes que hagamos porque el país atraviesa una crisis de valores y una emigración galopante que desde el periodismo no se detiene. En el mejor de los casos, y sin ser ombligos del mundo, nuestro personal ha sido de los más fieles, con las lógicas bajas en tiempo de crisis. Pero de los más fieles y nadie debe olvidarlo.
Es cierto que podemos mejorar todavía más la formación del graduado. Salen con muchas competencias tecnológicas e inmersos en un mundo hipermedial imprescindible, pero el acento hay que ponerlo en la cultura general que viene agujerada desde la educación general y en el carácter político del periodismo en todas las sociedades; en la ética que nos salva siempre ante cualquier conflicto. Debemos seguir devolviendo a las aulas universitarias colegas que enseñen no haciendo cuentos de sus vivencias, sino aportando conocimientos, experiencias, cual carretera de doble vía. Para eso hay que flexibilizar las trabas académicas, que no son pocas.
El remate más contundente del período anterior parece estar en haber echado a andar el experimento de los nuevos modelos de gestión para nuestra prensa, justo cuando una Ley de Comunicación fue aprobada por nuestro Parlamento, y se han soltado amarras en función de generar ingresos sin que se convierta eso en obsesión o demerite la labor editorial. Llevar las dos cosas de la mano sin antecedentes en más de 60 años en nuestros medios de comunicación tendrá excesos y retrocesos, pero son inevitables cambios sí, como dice este Congreso, Cambios revolucionarios.
No quería dejar la net alta sin hablar de la UPEC y de cuantas cosas más están ahí para dar puntos a la pizarra interna como organización profesional que somos. Es imprescindible retomar los espacios físicos que perdimos con la Covid, pues entre el teletrabajo y el casi inexistente transporte apenas hacemos vida hoy en una redacción.
Resulta imprescindible que las Casas de la Prensa en todas las provincias se conviertan en lugares de encuentros para socializar y debatir, para compartir una idea y también una cerveza o alimentos cuando se pueda.
Se necesita además crecer en el tema vocacional, pero desde edades tempranas y para eso es esencial llegar a las instancias de primaria y secundaria, no solo al preuniversitario. Es casi imperioso enlazar el pensamiento social y económico de otras instituciones del país con nuestras publicaciones y espacios de superación.
Necesitamos aumentar los diálogos con nuestros afiliados no para prometer computadoras o carros, sino para escucharlos e impulsar más sueños profesionales de investigación, de polémicas, de contar las historias de quienes, por ejemplo, hicieron las vacunas que nos salvaron y son al mismo tiempo fanáticos al deporte como los científicos Marta Ayala o Yuri Valdés.
No es esta quizás la intervención que hubiera deseado como delegado de este Congreso. Pero las circunstancias me obligaron a estar fuera de Cuba por estos días y aunque apenas me asomé, como el pesista, a ver cuántos kilos hay en la palanqueta, prefiero concluir con una enseñanza que he intentado transmitir desde antes que comenzara esta cobertura de los Juegos Panamericanos.
Lo más importante no son los oros, ni las medallas, ni el puesto que pueda terminar Cuba (acostumbrada como estábamos al segundo lugar hasta hace 12 años). Lo más trascendente es el instante en que el deportista sale a compartir con su rival los meses de entrenamiento y sacrificio. Siempre querrá ganar, pero si no lo hace igual merece un aplauso y una crónica periodística.
Pensemos todos qué es lo más importante dentro del Periodismo que estamos haciendo. Salir a buscar noticias o reportajes con el estilo y las técnicas de hace 40 años, y no con las tendencias contemporáneas a la hora de redactar es entregar nuestras audiencias a los sitios perversamente contrarios a nuestro proyecto y que explotan el morbo, el sensacionalismo y las fake news a la orden del día.
Hoy vale más emocionar diciendo verdades, que decir verdades sin emoción. Hoy el centro de la noticia siempre debe tener un componente humano y no cifras y planes por cumplir. Así nos enseñó en esta misma sala hace años Fidel Castro. Así lo recuerdo de mis abuelos. Así nos debíamos abrazar todos, seamos campeones o no del periodismo. La Cuba imperfecta de hoy nos convoca. Y estamos en carrera contrarreloj.
Muchas Gracias.