Mientras el joven turista italiano Fabio di Celmo conveniaba un encuentro en el lobby del hotel con dos de sus amigos compatriotas de la infancia que, recientemente habían contraido nupcias y celebraban su luna de miel en la Isla, la frialdad corrompía el alma del mercenario salvadoreño Ernesto Cruz León, quien influenciado por el terrorista cubano-estadounidense Luis Posada Carriles, aguardaba indiferente el momento exacto para detonar una potente bomba.
Deshechos quedaron los sueños de aquel treintañero entusiasta del fútbol y la lectura, que desde el lustro previo quedó embelesado por la calidez y belleza de Cuba, cuando el vestíbulo de la instalación quedó atestado de comensales y el ensordecedor estruendo perpetrado por Cruz León no se hizo esperar. Ensombrecido entonces se vio el corazón de Giustino di Celmo, testigo sonoro del estrépito y progenitor de quien acabó siendo su fatal víctima.
El trágico suceso, replicado en los también hoteles Tritón y Chateau Miramar, así como en el restaurante de la Bodeguita del Medio, integraba la lista de ataques orquestados por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos y demás detractores del gobierno revolucionario en su afán de socavar la economía antillana enervando para ello el floreciente sector turístico.
La conmoción laceró al país y al mundo y, más aún, la indignación, pues así como el victimario y su mentor se responsabilizaron con el macabro acaecimiento sin estela visible de pesar, Giustino feneció en 2015 sin ver una condena judicial pertinente para aquellos criminales que injustamente escamotearon la vida al tercero de sus retoños.
Veintisiete años han trascurrido desde el cruento estallido y la hegemonía imperialista, displicente, acrecienta su ferocidad, mas la figura de Fabio di Celmo no cesa su refulgir y, cual trinchera antiterrorista y símbolo de paz y justicia, ennoblece a la genovesa tierra que en 1965 le viera nacer y esta a la que entregó su cariño desmedido y el último de sus efluvios.