Alfonso Llorens Caamaño, entre colores y corcheas (+fotos)
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Andaba él ya por los caminos del arte desde mucho antes, pero no fueron los trazos y pinceladas los que sedujeron primero al creador.
La música lo cautivó cuando era muy pequeño. Desde la cuna lo arrullaron hermosas melodías y aún hoy lo acompañan. “Siempre me ha gustado la música, mis padres fueron siempre muy musicales, bailarines y eso lo llevo en la sangre.
“Yo viví un tiempo en los Estados Unidos y cuando regresé empecé a cantar aquí y me enrolé con el grupo Lírico de aquí en Matanzas que fue muy famoso, tuvo mucho movimiento. Yo hacía ahí de negrito, de gallego.
“Después vino a Matanzas la cantante Gladys Fraga con el ballet, y ahí nos conocimos, nos casamos, tuvimos dos hijas, y ella siguió compartiendo conmigo el canto y la vida hasta que falleció en el año 1997”.
Gladys y la música fueron temas recurrentes en nuestra conversación. “Ella era la cantante principal de la Ópera Nacional de La Habana y tenía muchos programas de televisión, todo eso lo dejó atrás y vino a vivir conmigo”.
Me habla de ella con una mezcla de pasión y ternura que solo conocen los enamorados. Luego de tantos años advierto un brillo asomando en sus ojos cuando sus finos labios pronuncian ese nombre que reúne todos los sueños y recuerdos compartidos. “Nos conocimos y tres meses después nos casamos. Estuvimos unidos desde 1969, hasta que falleció. Veintiocho años de felicidad, de armonía; ella quería mucho a mi hijo”.
No puede disimular la sonrisa al pensar en su gran amor. Por un momento desaparecen las arrugas que sus 88 años le han dibujado en el rostro, y regresa a la época en que fue extremadamente feliz junto a aquella mujer a la que tanto amó.
“Fue mi amiga, mi novia, mi amante, era increíble. Sí, la felicidad siempre era inmensa cuando estábamos juntos”.
Cuando comenzaba a peinar canas llegó una nueva pasión a su vida. Entre colores, trazos y formas ha transcurrido la mayor parte de su existencia. Así va por el óleo el pintor entregándose, soñándose, reinventándose, haciendo suyos nuestros pensamientos sin que lo percibamos siquiera.
“Comencé a pintar cuando vine de Estados Unidos. Me empaté con un grupo de gente aquí, me empecé a embullar con eso y resulta que ha sido una gran parte de mi vida y de mi deseo de vivir por la pintura.
“Cuando inicié, tuve una suerte tremenda. Llevé mi obra para Varadero y comencé a vender mucho allá. He tenido mucho éxito, he viajado mucho y he tenido momentos muy gloriosos, muy ricos, muy lindos gracias a la pintura”.
La verdadera esencia del arte está muy lejos de ser una sumatoria de colores y líneas o el simple difuminado de la luz esparciéndose por el cuadro. Convertir las emociones en imágenes deviene el desahogo improrrogable para el artista. A la sombra de su madurez, Alfonso Llorens encontró en el paisaje la dimensión justa de su verdad, el camino definitivo hacia el éxito.
“El paisaje siempre me motivó. Salía para el campo y hacía bocetos y tiraba fotografías en el Valle del Yumurí, la playa de Varadero, la de playa Allende. Vendía bastante, y los paisajes eran de las pinturas que más se vendían, sobre todo a los turistas”.
Me subo en su pincel y creo que hasta puedo admirar desde su punto más elevado el Valle de Guamacaro. Tantas veces lo soñó sobre el óleo que los verdes derraman un romanticismo de novela.
Cual movimiento aprendido por el cuerpo, debido a eso que llaman la memoria del músculo o a la pasión desbordante del artista, aparecen, en medio de un paraje colorido, ríos cuyas aguas resbalan por el cuadro siempre serenas, cristalinas, siempre repetidas e inesperadas surcan la vista.
Corona el paisaje una señora altiva de nuestros campos. La dama observa cómo el pintor retrata la espontaneidad de su hogar. Un hogar tan conocido por él que fue capaz de adivinar el más recóndito rincón donde cada piedra descansaba con el canto de las aves.
“Casi siempre la gente cuando va a comprarse una pintura piensa en los paisajes. Es muy raro encontrar un pintor que no haya comenzado desde chiquito a pintar barquitos y una playita y esas cosas. Y eso me motivó. A mí me gustan mucho los paisajes con sol, sobre todo las playas y los fuertes, esos fuertes cubanos.
“Uno se distingue entre los demás por los colores, por los rasgos, por las pinceladas. Es tu sello, el que van creando gracias a los años, a la experimentación”.
Una imagen inmóvil y latente de vida, iluminada y también tenue, reveladora al punto de ser sombría, solo el talento de un gran maestro podría lograr tales contrastes.
No se deja apabullar la quietud del artista. Cuando muchos hubieran elegido el camino del descanso en aquel remanso de paz blanco donde tiene su hogar, cuando el destino nubló sus ojos y apaciguó su alma, el pintor se negó al silencio, al ostracismo, a vivir sin vida y se decantó por lo desconocido, prefirió la aventura de lo nuevo.
“Es una cosa visual. Me nace con los reflejos. Lo que es conocimiento de pintura abstracta no tengo ninguno, pero a la gente le gusta y he vendido bastantes cuadros abstractos también. Me pongo a pintar y me van saliendo ideas. Después de tres o cuatro días me siento a trabajar otra vez y lo que siento lo pongo en la tela”.
Dos temas son recurrentes en sus cuadros. Matanzas y el erotismo femenino se imponen como protagonistas de su prolífera obra.
“Yo soy muy matancero. Esta ciudad es hermosísima.
“He viajado por toda la isla con el grupo Lírico y para mí esta es la provincial más linda de Cuba. Sobre todo ese bello Yumurí. Eso es encantador. También me gusta mucho incluir en mis cuadros a las mujeres, sobre todo su cuerpo, su sensualidad, su erotismo”.
Absorto en sus propias esperanzas, que son las de muchos, la obra de Alfonso Llorens Camaño se llena de vegetación y aire fresco, de luz y contrastes de azules, verdes y tonos rojizos. Su búsqueda insaciable se traduce en la brillantez característica de los colores del trópico. En definitiva, en un trozo de Cuba.