Sin hoja de ruta para la acción
La madre de Marlon, en ese ambiente alienante, era alcohólica. En más de una ocasión el actor rememoró la sensación de abandono que le producía su enfermedad. El padre tampoco ayudaba mucho. Sin grandes problemas económicos, el padre era más una ausencia que una presencia en la casa, y estando en ella, la tomaba con burlarse del hijo por sus maneras. La hermana de Marlon, recordaba una familia donde el perdón no existía.
Conocer ese pasado quizás ayude a iluminar la actuación de Brando. También su actitud dentro y fuera del escenario, su pose de macho alfa. Marlon Brando actuaba con todo el ser como buen discípulo del método. No dejaba nada fuera. Lo hacía de tal manera, que logró ser uno de los grandes actores del siglo XX. Inmenso en obras como En el muelle (Nido de Ratas) o Un tranvía llamado Deseo, tenía fama, con razón, de ser un dolor de cabeza para directores y productores.
Cuentan que en Apocalipsis Now hizo todo lo posible por sacar de sus casillas a Coppola. Se apareció en la locación donde se filmaba con unos cuantos kilos de más, para interpretar un personaje que originalmente debía ser atlético. En medio de la filmación se rapó la cabeza para desespero del director, que no había previsto esto en su guión. Marlon Brando insistía en no aprenderse los diálogos e improvisar continuamente. Coppola terminó poniéndole un micrófono en el oído para susurrarle las palabras mientras actuaba. Para esconder el artefacto, el director instruyó a los iluministas que rodearan de sombras el personaje de Brando, el coronel Kurtz.
El resultado de tanto desatino fue un coronel Walter Kurtz aterrador, proyectando sombras, apenas locuaz, casi minimalista para otro actor, pero no para Marlon. Brando era sencillamente un animal de la actuación que dominaba de tal manera su oficio, que todo lo volvía Arte con mayúscula. El rey Midas, que volvió el acariciar de un gato, nada menos que un gato, una escena histórica de aprehensión contenida y violencia subyacente. Cuando se les pregunta a las personas si recuerdan, en esa escena del El Padrino, si el gato alguna vez ronronea, nadie puede contestar.
Ya fuera con Elias Kazan o con Coppola, hay una ambigüedad entre lo justo y lo malvado en esos caracteres, que contrasta con la herencia occidental del bien como un concepto nunca ambiguo.
Tanto en ficción como en vida, Brando representó al anti intelectual capaz de dejar una huella en el pensamiento de más de una generación. Ese personaje que te hace pensar que a lo mejor el gran pensador no existe. A lo mejor nació y lo mataron en una trifulca callejera de la que no formaba parte, o que quizás provocó. O lo mató una enfermedad progresiva, o infecciosa. Tal vez fue reducido a la inopia porque alguien lo acusó de acoso sexual, de mirar mal a una mujer o a un hombre, o de enviar un correo electrónico inapropiado en el centro de trabajo y ya nadie le hace caso por ser «tóxico».
A lo mejor, hacemos mal en esperar, en todo momento, por alguien que nos guíe y, sencillamente, no hay un mapa para la gran rebelión; esa nostalgia occidental que nos condena a ser eternos infantes anhelando un tutor que nos diga qué hacer. La gran rebelión se hace sin hoja de ruta escrita de antemano, que nos diga, en cada momento, qué hay que hacer y cómo hacerlo. En ninguna actuación hay hoja de ruta. En ninguna acción hay hoja de ruta. En ninguna ciencia hay hoja de ruta. Lo que hay es un método, que parece lo mismo, pero no lo es. A lo que más podemos aspirar es a involucrar todo nuestro ser en lo que hacemos, sin dejar nada fuera. Y mientras estamos en eso, no dejemos de acariciar ese gato de la realidad anhelada, del que no sabemos si nos dará su aprobación, en forma de ronroneo.