25 de noviembre de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

Tocayo, me jodiste

Él ya no escribe los domingos. Pero frente a su tarja, en su natal Quemado, un amigo me recuerda que las historias —como los jeeps sin licencia y los caracoles africanos— siguen su camino. A veces, incluso, nos joden. Pero qué bueno es que lo hagan

Domingo, 7:30 a.m. — El teléfono rompe el silencio mañanero. Al otro lado de la línea, la voz de un amigo que viaja de Matanzas a Sagua la Grande: «Estoy frente a la tarja de Enrique Núñez Rodríguez» que se encuentra en el parque de su natal Quenado de Güines. Lo dice sabiendo lo que significa para mí.

Enrique, el periodista, el escritor, el humorista y guionista de radio y televisión. El hombre cuyas crónicas dominicales en Juventud Rebelde eran ritual de lectura obligada. Las guardé como tesoros, hasta que el tiempo y mis mudanzas las esfumaron. Ahora, frente a la llamada de su tarja en Quemado de Güines, la memoria regresa.

En uno de los años 90, en la Semana de la Cultura en Colón, no recuerdo el año exacto, pero sí el jeep cuatro puertas de Mauricio, ya fallecido —corresponsal de Juventud Rebelde sin licencia de conducción— tuve que manejarlo para cubrir la actividad. Enrique era la estrella invitada. Cada día pensaba: «Hoy lo entrevisto». Cada día, el temor profesional me paralizaba.

En la biblioteca municipal él rompió el hielo. Se acercó directo: «Usted trabaja en Juventud Rebelde?». «No», respondí. «Es que lo veo siempre en su jeep». Le expliqué. Entonces, con esa mezcla de ironía y solemnidad que lo caracterizaba, soltó: «Yo escribo para Juventud Rebelde«. Y yo, imprudente: «Eso lo sabe toda Cuba… Y quizás tengo más crónicas suyas archivadas que usted».

Se sonrió. «No lo dudes», dijo.

Una crónica perdida. Al regresar a Matanzas, escribí una crónica que se publicó en el periódico Girón: Tocayo, me jodiste. Por suerte (o desgracia), Enrique la leyó. Temí su crítica demoledora, pero solo adoptó el título como saludo: las otras veces que nos vimos, replicaba: «Tocayo, te jodí». Era su firma de complicidad.

Hoy, esa crónica también se perdió. No importa. El verdadero valor no estaba en el papel, sino en esos segundos en que Enrique, con cuatro palabras, convirtió mi torpeza en un chiste eterno.

Él ya no escribe los domingos. Pero frente a su tarja, en su natal Quemado, un amigo me recuerda que las historias —como los jeeps sin licencia y los caracoles africanos— siguen su camino. A veces, incluso, nos joden. Pero qué bueno es que lo hagan.

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