22 de marzo de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

Un guajiro ¿equivocado?

Cuando hago un chiste, cerámica o una pintura lo enfrento con el ánimo de hacer lo mejor, o sea, de transmitir, si se quiere, emoción. Es el mismo principio para todo: tratar de ser original y hacer las cosas con rigor.

Al ver al reportero traspasar el umbral del taller donde labora en las cercanías del río San Juan, en esta ciudad, a Manuel se le escapó la ocurrente exclamación: «Eso es lo malo de los premios, que luego uno debe dar muchas entrevistas».

Manuel Hernández Valdés acaba de merecer el Premio Nacional de Artes Plásticas 2024, el cual suma a los también premios nacionales de Periodismo y de Humor, algo quizá inédito en Cuba y que, por supuesto, atrae la presencia de los periodistas.

Como siempre, lo encontramos de excelente humor, amigable y sin orgullo fuera de lugar. El mismo tipo sencillo, auténtico, al que al parecer todo lo tiene sin cuidado, incluidos los reconocimientos excelsos. A pesar de sus 81 años de edad, se le nota firme y todavía con muchos deseos de hacer cosas.

Lleva ropa cómoda, sin distinción, y basta observarlo una sola vez para intuir su humildad. La serenidad baña su rostro de color algo rojizo. Llama la atención su cabellera blanca y lisa que se le adelanta en la frente, y apenas deja ver sus pequeños ojos reveladores de ciertos rasgos indio-asiáticos.

Confiesa, con su característico arte de satirizar, que sus amigos le ven un parecido con Charles Bronson, actor estadounidense que se identificó por sus papeles de hombre rudo en westerns y películas de acción.

Su menuda figura guarda perfecta relación con el hablar bajo y estar pensativo. Le hace honor a su procedencia de familia humilde, formada en los campos del Valle de Guamacaro, en el municipio de Limonar.

–¿Oye, Manuel, de dónde viene ese fino humor y la vis artística?

–No creo que haya influencia familiar, se trata de la expresión resumida del humor criollo y satírico del campesino. Ciertamente no sé de dónde sale esa inclinación por el arte.

«En el humor me considero un cazador, es algo que uno presiente, lo difícil es descubrir la esencia, y a veces cuesta trabajo encontrarla; es un fenómeno intelectual y requiere de conocimiento y una base de información y un proceso que no dañe».

–¿Cómo es eso que, de niño, solías hacer muñecos con peloticas de tierra negra?

–Así es, y creo que fue la génesis de mi creación. Por entonces tenía cinco o seis años. Hacía figurillas de tierra negra a orillas del río, una especie de historieta y de modelar, en la cual creaba y hablaba con ellas. Era cerca de la casa. La gente se sorprendía al ver aquello. Fue algo muy íntimo. Con aquel medio precario que es la tierra dibujaba también las piedras y las matas.

–¿Cómo conectas mentalmente el periodismo, el humor y las artes plásticas?

–Para mí, en síntesis, es la misma disciplina. Cuando hago un chiste, cerámica o una pintura lo enfrento con el ánimo de hacer lo mejor, o sea, de transmitir, si se quiere, emoción. Es el mismo principio para todo: tratar de ser original y hacer las cosas con rigor. De hecho, puedo asumir las tres en un mismo día sin que apenas me dé cuenta, aunque lo más agotador es la caricatura humorística porque exige un proceso de reflexión.

«Cuando trabajo, lo más importante es quedar bien conmigo mismo. Soy mi primer crítico y mi primer maestro. Estoy convencido de que, si no funciona para mí, no funciona para nadie».

–¿Alguien te hizo saber su molestia por algún chiste?

–Recuerdo uno en particular. Fue un chofer de guagua de la ruta 32, en La Habana. Escribió al periódico Juventud Rebelde. Era una caricatura sobre las relaciones de pareja, algo de infidelidad creo. En la carta me retaba a que yo fuera hasta una determinada dirección en Marianao para dilucidar aquello por los puños. Por lo visto, sus compañeros de trabajo lo azuzaron y el hombre, ofendido, se la cogió para él. La carta debo tenerla guardada por la casa.

–En 1961, ya en la ciudad de Matanzas, comienzas a estudiar pintura en la Academia de Artes Plástica Tarascó, y es evidente tu afición por el dibujo y el humor.

–Uno de los profesores alabó mi capacidad de humorista. Tienes suerte, me dijo, porque esa condición es como una válvula que te desestresa. Aunque para entonces el humor era como la fea del baile que nadie saca a bailar; no lo consideraban como arte.

–Has recibido un saco de premios y distinciones. ¿No te preocupan tantos halagos a estas alturas de la vida?

–¿Sabes?, cuando en su momento me vi precisado a presentar un expediente para solicitar mi jubilación, llegaron a decirme que yo tenía más premios que años de trabajo. Eso fue simpático, pero no reparo en esos detalles, no tengo el menor delirio de grandeza, y me gusta pasar inadvertido.

«Creo que he recibido mucho más de lo que merezco. Yo le digo a la gente, en son de broma, que lo importante es caer bien; a veces es más importante. Eso no es para la entrevista, pero dicen que hay dos cosas que no soportan los cubanos: ser pesado o tenerla chiquita.

«De todas maneras, aclaro que no voy a aspirar al Premio de la Danza ni de Teatro, ni voy a competir con Mijaín; que no se preocupen. Me quedo con lo que algún día me dijo Samuel Feijóo: “Aunque te disfraces de intelectual, vas a ser siempre el guajiro del Valle de Guamacaro”».

–Entre 1991 y 1993 hiciste humor político para el periódico Granma. ¿Algún percance para tu ingreso?

–Llegó el periodo especial y hubo una celebración en La Habana para despedir a todos los de provincia. En medio de la fiesta, y tragos de por medio, se me acercó un funcionario y me preguntó qué tenía yo pensado hacer. Me voy para Matanzas, a buscar trabajo allá, le dije.

«No, respondió él, tú te quedas a tributar para el periódico Granma. Entonces, a manera de jocosidad, le comenté que por qué no buscaban un caricaturista de La Habana y que fuera militante del Partido. “Es que quien te escogió fue Fidel, y no preguntó si tú eras o no militante del Partido”, y dio por concluido el breve diálogo. Fidel valoraba mucho el humor político».

–En tus años como diputado hiciste infinidad de chistes en las sesiones de trabajo del Parlamento; dicen que hubo quienes hasta los coleccionaba…

–Casi todo el mundo se reía de aquellas caricaturas. Y quienes no lo hacían en público uno puede suponer, de antemano, que lo disfrutaba luego en privado. Nuestros más altos dirigentes tienen un gran sentido del humor. Yo lo hacía un poco para relajar algunos debates muy tensos. Nunca nadie me llamó la atención.

–¿Algún hecho en específico que valide en mayúsculas tu trabajo como humorista político?

–Bueno, cuando la batalla por el retorno a la Patria del niño Elián González me pidieron apoyar con dibujos para una pancarta que, a través de una cámara de televisión, iba a visualizarse en Miami. Había una en que se veía a Ninoska, portavoz de la Fundación Nacional Cubano Americana, entregando, vestida de bruja, una manzana envenenada al niño que decía Peter Pan. Luego, en una emisora de Miami, me llenó de insultos, y dijo que yo era un guajiro equivocado.

–¿Cómo supiste del fallo del jurado?

–Fue muy divertido. Me llamó Barnet y aclaró que no era para pedirme cigarros, como comúnmente hacía cuando coincidimos en el Parlamento. Era para darme la buena noticia del Premio, y a continuación leyó el acta y me facilitó hablar con cada uno de los integrantes del jurado.

–Por cierto, ¿cuándo es la ceremonia de entrega allá en La Habana?

–No, el jurado se trasladará hasta acá. Como sabes, a los habaneros les encanta Matanzas, también por aquello de su cercanía con Varadero.

  • Ventura de Jesús/Granma

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