25 de noviembre de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

El tablero de la memoria

Mientras haya un tablero, una jugada limpia, un niño que aprenda a mover el caballo, Capablanca sigue jugando
La memoria guarda imágenes y sonidos interminables. En el tablero de la vida suenan los chasquidos de las piezas como al caer sobre un tablero de ajedrez.
—Jaque —dice Don Aurelio, con una sonrisa que le cruza el rostro como una jugada bien pensada.
—Tú siempre tan apurado, compay —responde Tomás, mientras acaricia su peón como si fuera un recuerdo.
—Es que no se juega por ganar, sino por recordar —dice Aurelio y sus ojos se pierden en el vaivén de las hojas secas.
—¿Y tu memoria qué guarda Don Aurelio?
—A Capablanca, chico. Nació un noviembre como este. ¿Cómo vas a olvidarlo?
Tomás se queda en silencio. Mira el tablero. Mueve su alfil con la lentitud de quien sabe que cada jugada es una historia.
—Capablanca… El Mozart del ajedrez. El que veía el final desde la primera movida.
—Ese mismo. A los cuatro años ya sabía más que nosotros dos juntos. A los trece, le ganó al campeón nacional. ¡Imagínate! Un niño con la cabeza llena de jugadas.
—Y sin apurarse. Jugaba como tú ahora, con calma. Como si el tiempo no existiera.
—Es que para él no existía. En 1921 le ganó a Lasker y se convirtió en campeón mundial. Y no perdió una sola partida oficial en ocho años. Ocho años, Tomás. ¿Tú sabes lo que es eso?
—Como si yo te ganara todos los días aquí, sin que tú me tumbaras ni una sola vez.
Ambos ríen. El sol se cuela entre las ramas. El tablero, gastado por los años, parece brillar con luz propia.
—Pero no era solo ganar —dice Aurelio, mientras mueve su torre—. Era cómo ganaba. Sin complicaciones. Sin alardes. Como quien pone una pieza y ya sabe que el otro no tiene salida.
—Como quien ve al rival perdido, pero le deja jugar un poco más, por cortesía.
—Exacto. Capablanca era cortesía y genio. Era Cuba en cada jugada: elegante, firme, sin perder la sonrisa.
Tomás asiente. Mira el tablero. Suspira.
—¿Y tú crees que alguien sigue sus pasos?
—Y firmes, mientras haya un tablero, una jugada limpia, un niño que aprenda a mover el caballo, Capablanca sigue jugando.
—Entonces que siga la partida, compay.
—Eso. Pero ahora… mate en tres.
—¡Ah, no! ¡Otra vez no!
Otra vez suena otra pieza al caer. Silencio. Luego, una carcajada compartida.
—Capablanca estaría orgulloso de ti, Aurelio.
—Y de ti también, Tomás. Porque el ajedrez no se juega solo con la cabeza… también con el corazón.
Un silencio se apodera del lugar. El viento sopla. Las piezas esperan su próxima jugada.
—Feliz noviembre, Capablanca, repiten a dos voces Don Aurelio y Tomás.

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