Crónica del desespero
Este jueves de diciembre era un día normal, como el resto de los que vivimos en la casa. Mi esposa me dijo que debía comprar algunas provisiones para llevar a la mesa.. Confieso que esa es una de las tareas que considero más engorrosa.
Por regla general siempre que regreso de esa misión imposible terminamos discutiendo, casi nunca ella entiende mis explicaciones del por qué no cumplí a cabalidad la encomienda.
Mis argumentos al llegar siempre tienen la misma respuesta: el producto no tiene calidad, los precios son altos o no había. Ella nunca entiende esas explicaciones.
Hoy para quitarme de encima esa carga pesada la convencí de que fuera conmigo, por lo que le serví de chofer y financiero.
El primer punto visitado fue la placita estatal del reparto Armando Mestre, donde compró dos libras de frijol negro a 280 pesos. Ahí comenzó su primera inconformidad, estaban muy sucios. También compró una libra de guagüí, total tres guagüicitos y le costaron cien pesos.
Necesitaba comprar ají cachucha y ajo. El cachucha no lo vimos ni en los centros espirituales. Había un vendedor de ajo en una bicicleta, la vi conversando con él. Regresó con las manos vacías, al preguntarle por qué no había comprado me dijo: “qué se cree él, un ajo con los dientes desparramados, chiquito y a 40 pesos la cabecita”. Aproveché para decirle, eso mismo me ocurre cuando voy a comprar.
No había vendedores ambulantes, los carretilleros ausentes, al indagar me dijeron que había una inspección, o sea, que lo sabían de antemano y no salieron. Guerra avisada no mata soldado. Lo más triste fue cuando me dijeron: Sí, pero son inspectores de La Habana. Deduje que los de Matanzas no hacen daño, son más digeribles o es que los de otras provincias no están comprometidos, esto no lo pude determinar.
Las conclusiones fueron frijol negro sin ají ni ajo, pero se dejaron comer.