Respeto por la palabra empeñada


Matanzas es tierra de rebeldía. Sucesos protagonizados por los aborígenes que habitaban la región y las rebeliones esclavas en la zona de Triunvirato, han llegado como herencia legítima a todas las generaciones de hijos de este pueblo.
De ahí la presencia de matanceros en la epopeya del 26 de julio de 1953.
Aquella mañana de la Santa Ana en la que la Generación del Centenario de Martí enfrentó al ejército del dictador Fulgencio Batista en los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, participaron once naturales de la occidental provincia de Matanzas.
Junto al médico Mario Muñoz Monroy, del municipio de Colón, estuvieron sus coterráneos Gerardo Álvarez Álvarez, Héctor de Armas Erasti (sobreviviente), Mario Martínez Ararás y su hermano Raúl, quien más tarde traicionó a sus compañeros de lucha.
También se inscriben en esa nómina de jóvenes a los que el compromiso con la patria les llevó hasta los muros del Moncada, el jagüeyense Julio Reyes Cairo, los hermanos Horacio y José Wilfredo Matheu Olivera, y Félix Rivero Vasallo, todos del municipio Pedro Betancourt, así como el yumurino Israel Tápanes Vento (sobreviviente).
Completa el grupo Calixto García Martínez, quien tras salvar la vida siguió a los líderes del movimiento y se convirtió en expedicionario del Granma y combatiente del Ejército Rebelde en la Sierra Maestra.
Al triunfo de la Revolución Calixto García desempeñó importantes cargos y responsabilidades dentro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, entre los que se destacan el de jefe de los ejércitos Oriental y Central.
Sobre esa presencia de matanceros en las acciones del 26 de julio, Clara Enma Chávez Álvarez, Máster en Estudios Sociales, destacó.
«Todo el asunto estriba en que Fidel, desde las aulas de la universidad y también dentro de la ortodoxia, se había vinculado por esa vía con muchos matanceros que vivían o trabajaban en La Habana.
«No podemos olvidar que era la época en que se edificaban grandes hoteles en la capital cubana y muchos jóvenes matanceros se trasladaban hacia allá en busca de trabajo, razón por la que buena parte de ellos laboraba en la construcción.
«La cercanía entre La Habana y Matanzas provoca que en muchos aspectos de la historia cubana, los hijos de ambas provincias se mezclen. Ejemplo de ello es el asalto al cuartel Domingo Goicuría, de la urbe yumurina. Ahí el grueso de los asaltantes eran habaneros o matanceros residentes en la capital».
Los preparativos para el 26 de julio no fueron la excepción. La Habana y sus fuertes atractivos posibilitaron el intercambio entre Fidel y los jóvenes en la propia capital, pero en muchas ocasiones las reuniones se realizaban en territorios matanceros.
«Aquí Fidel conocía y visitaba a Julio Reyes Cairo, dirigente de la Juventud Ortodoxa en el municipio de Colón, a Jaime López, por la zona de Pedro Betancourt y al doctor Mario Muñoz, colombino que además de la Medicina gustaba de la aviación».
Por ello, rememora Clara Enma, fue el antiguo aeropuerto Pepe Barrientos, próximo a las Cuevas de Bellamar, el lugar escogido para algunas de las entrevistas que a principios de 1953 Fidel sostuvo con Muñoz Monroy.
«¿De qué podían estar hablando Fidel y Mario en un lugar tan apartado como ese?…Lógicamente de la acción del 26, pues en un sitio así, un visitante más no llamaba la atención».
En esas condiciones Fidel fue conformando el selecto grupo de once matanceros que le acompañó en el asalto al Moncada y al Carlos Manuel de Céspedes.
Disposición y valor para entregar hasta la vida por la definitiva libertad, patriotismo y sobre todo respeto por la palabra empeñada, caracterizaron a la mayoría de los matanceros que inscribieron sus nombres en las páginas del 26 de julio de 1953.