22 de marzo de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

Tu nombre, tus apellidos y una fecha

Te seguiré escribiendo cada 11 de mayo hasta que un día, en la eternidad, nos encontremos, tú, un joven de 26 años y yo, una anciana septuagenaria u octogenaria, como Dios lo decida.

HAY OLOR A tierra húmeda aquí y a yerba fresca presta a romper su encierro y crecer en busca del sol. Todo lo cubre el silencio. Parece como si aquí solo tuvieran conversación las hojas de los árboles, que se mecen con una suave brisa.

Guardo tantas cosas para ti, año tras año las he resguardado del tiempo para decírtelas y dártelas solo a ti: proyectos, ilusiones, decepciones, hojas secas, fotos de todo este tiempo… Será como contártelo todo de un golpe para borrar el tiempo de la separación.

Pero…, tengo miedo. No sé cómo voy a encontrarte…, si me reconocerás. Sé que no comprenderás, tampoco yo lo hubiese comprendido…, ¡tantos años sin venir a verte!

No he olvidado, no he podido hacerlo. Desde las primeras frases que nos dijimos, hasta las últimas, todas las podría repetir si alguien me lo pidiese. Te quedaste estático en mis recuerdos con aquellos 24 años y los dos holluelos marcados en las mejillas.

Por eso camino despacio, a pesar de los años que te vi por última vez. Y con este andar tan lento solo trato de saber cómo puedo sorprenderte. Sé que con la sorpresa tengo una carta de triunfo. Para ser cierta he de decir que fuiste tú quien me sorprendió a mí. Desde el primer instante, desde la primera vez…

-¿Ves bien de lejos con esos espejuelos?

-Sí.

-¿Y de cerca?

-También.

-A ver, prestámelos a mí… De lejos te veo muy bien, a ver de cerca…

Y vino el beso, aquel inesperado beso que nos unió durante casi toda la carrera. Y así fueron cada una de nuestras cosas, así fue el mundo que nos hicimos, los años de la vida que nos regalamos. Cuando no estabas escondía por la casa papelitos que te escribía en clases, por las noches, cuando estudiaba o simplemente por ahí, en cualquier momento en que me asaltara tu imagen. ¡Y eran muchas!

Por eso ahora me desgasto en pensar qué te diré, cómo me presentaré ante ti, qué palabras llenarán los vacíos de estos años. Pero no voy a hablarte de eso. Tampoco me preocupa si te vuelvo a impresionar como antes o, si por el contrario, soy solo la imagen de alguien muy querido en otra época.

Sé que no hay explicación a mi conducta, cuando han transcurrido tantos años. Que todos han venido aquí, los más amigos, la familia, los conocidos y hasta –lo sé bien- los menos amigos…, que se han sentado un rato aquí y han sentido tristeza de no poderse quedar.

Voy en pantalones y llevo el pelo corto, pero en eso no te vas a fijar. Solo mis ojos, ya no tan luminosos como antaño, colmarán la profundidad y llegarán hasta tus razones…, quiero ver si así descubro qué fuiste a buscar. Tengo las manos repletas de fotos, de papeles por leer, de soledades, de proyectos que esperan por ti…

No voy a hacerte preguntas. Siento que tampoco interrogarás. Te he traído algunas picualas y maravillas que se escapan de mis manos tan llenas de cosas para ti. No te imagino de 32 años, te sigo viendo de 26. Cuando cierro los ojos, te veo con 22 años, riendo, llueve mucho y tú y yo bajamos la escalinata a todo correr. Siempre recuerdo eso.

Llegaré allí y me quedaré inmóvil, en espera tuya. Tú siempre salvaste las situaciones. Esperaré por tu primera palabra, por tus manos extendidas hacia mí, por tu sonrisa que te abre holluelos en las mejillas…

Pero…, no puedo llegar allí y encontrar simplemente tu nombre y tus apellidos y debajo una fecha: mayo de 1978, y nada más. Gritar hasta lo indecible tu nombre y que tú no respondas, no hables, no rías, no grites, no llores, no reproches, no te muevas…, ¡no estés!

Prefiero seguir hablándoles a todos de ti, haciéndote inmortal para mí, añorándote hasta el sufrimiento, trayéndote al presente como si el mar no estuviera por medio. Y así, enviándote recados y mensajes de amor con palomas que saben de ti, con grillos cantores que saben dónde encontrarte, enamorándote con el vuelo de alguna brisa otoñal que llegue hasta ti, así prefiero tenerte.

¿Me entiendes, tú me entiendes? Es mejor así. No te someto a la inutilidad de no hablarme, de sentirme y no poder abrazarme, de dejarme escapar otra vez…

En cuanto a mí, seguiré vagando cerca del lugar donde estás sin atreverme a llegar. Al final llegué a saber el significado de aquella frase que me escribiste en tu última carta: “Eres para mí el amor infinito y eterno, e imposible de alcanzar”. Porque eso, exactamente, seremos el uno para el otro. Y será, lo es, hermoso.

Al fin y al cabo, nosotros tuvimos eso, nos regalamos lo mejor de nuestras vidas y eso es una verdad impactante. Hay quien nunca llega a conocer ese “rayo” de los italianos. Te seguiré escribiendo cada 11 de mayo hasta que un día, en la eternidad, nos encontremos, tú, un joven de 26 años y yo, una anciana septuagenaria u octogenaria, como Dios lo decida.

Estoy presta, como aquella mañana en un aula universitaria, a aceptar un libro de tus manos para leerlo los dos.

11 de mayo de 1982

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