En un esfuerzo conjunto por sensibilizar a la población mundial respecto a la necesidad de proteger la Capa de Ozono y reducir y eliminar la producción y consumo de sustancias que la perjudican, cada 16 de septiembre celebramos el
Día Internacional de su preservación.
La fecha, que arriba a su trigésimo aniversario en este 2024 desde su establecimiento por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas, conmemora la firma del histórico Protocolo de Montreal, un acuerdo que en 1987 aglutinó a las naciones del orbe en pro de socavar gradualmente la riesgosa incidencia de sustancias químicas con átomos de cloro y bromo en la atmósfera.
Su antecesor, el Convenio de Viena, formalizado el 22 de marzo de 1985 con la acogida de 28 estados, reconocía la vital necesidad de socorrer esta región de la atmósfera terrestre, que gracias a su alta concentración de ozono, funge cual manto guardián de la biodiversidad en nuestro planeta.
Estos compuestos contribuyen a un progresivo incremento de la radiación ultravioleta, implicando, por consiguiente, riesgos para la salud humana que van desde quemaduras solares, envejecimiento prematuro y cáncer de piel, hasta cataratas y problemas oculares; afecciones a organismos acuáticos como el fitoplancton y el zooplancton, así como a anfibios, reptiles y demás animales y plantas de los ecosistemas terrestres y marinos.
Resulta indiscutible el impacto positivo del referido Protocolo, entonces respaldado por 197 países, pues según el informe cuadrienal de su Grupo de Evaluación Científica, se espera que para 2040 la Capa de Ozono recupere los niveles que ostentaba en el año 1980 en la mayor parte del planeta y, para 2066, en la Antártida.
Y no está demás resaltar el papel impulsor de la denominada Enmienda de Kigali, otra alternativa global que desde 2016 aboga por enfrentar la inminente crisis climática y el calentamiento global, teniendo a la disminución de los hidroclorofluorocarbonos en la capa de ozono como su principal finalidad.
Aun así y amén de los progresos, persisten retos como los incendios forestales, la continua emisión de gases de efecto invernadero y sustancias halógenas de vida corta no reguladas en pactos internacionales, así como las consecuencias adversos de la geoingeniería con la inyección de aerosoles a la estratosfera a la cabeza.
La colaboración global para proteger la Capa de Ozono resulta hoy, sin dudas, más acuciante que nunca y, deviene aliciente para que unidos enfrentemos los desafíos ambientales que nos aguarden y garanticemos un futuro saludable y próspero para nuestra Casa Mayor y las generaciones que, ulteriormente, habrán de habilitarla.