12 de noviembre de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

Crónica de una despedida: El eco de una voz que no se apaga

Hoy no lloramos solo su partida, sino que celebramos, con el corazón luctuoso pero lleno de orgullo, el paso de una periodista que, como las ondas de la radio que tanto amó, viaja ya más allá del silencio, convertida en una señal imborrable.

Un silencio distinto, cargado de memoria y respeto, se adueñó de los estudios de Radio 26. No era el silencio de la espera, sino el de la ausencia reciente, el que deja una voz que se ha convertido, abruptamente, en eco.

Los trabajadores de la emisora matancera, unidos por el duelo, tejimos con lágrimas y anécdotas un homenaje a nuestra colega Leonor Fariñas Portela, cuyo viaje terrenal concluyó, dejando un vacío que resonaba en cada rincón de la planta.

El encuentro fue un reflejo fiel de la vida que Leonor construyó: diverso, cálido y lleno de afectos. No solo estuvimos sus compañeros más cercanos; la despedida congregó a amigos, a periodistas jubilados que compartieron con ella las aulas universitarias y las redacciones, y a una sentida representación del telecentro TV Yumurí y del periódico Girón. Era el espectro completo de una vida profesional y personal que tocó muchos corazones.

En el centro de ese dolor compartido, como un roble firme junto a un río de pena, se encontraba Gerardo, su esposo. A su lado, imperturbable en su solidaridad, permaneció Pedro Rizo, presidente de la UPEC en la provincia, quien no se separó de él durante todo el viacrucis funerario, hasta el momento último y íntimo en que sus cenizas se confundieron con la espuma de la playa Buey Vaca, el sitio que ella misma, en un gesto de serena premonición, había elegido para su eterno reposo.

La ceremonia, un delicado y doloroso mosaico en su honor, se abrió con el sonido más desgarrador: su propia voz. Las ondas sonoras la trajeron de vuelta, leyendo con esa pasión que la caracterizaba, fragmentos sobre José Martí. Fue entonces cuando el estoicismo de Gerardo se quebró. La voz de la mujer amada, surgiendo de las sombras, atravesó su alma y las lágrimas, contenidas con tanto esfuerzo, brotaron con una fuerza incontenible. Era la cruel paradoja de tenerla tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.

Uno a uno, los asistentes fueron tomando la palabra para tejer, con hilos de recuerdos, el tapiz de su existencia. Pancho Soriano, el comentarista deportivo, nos llevó a una Cárdenas de infancias compartidas, revelando a la Leonor de antes del micrófono. Odalys Oriol Miranda, directora de la planta, esbozó con palabras sentidas el perfil de la periodista entregada, la colega insustituible.

Surgieron entonces anécdotas que, en medio del dolor, arrancaron sonrisas agridulces, como el recuerdo de su batalla particular con el escurridizo Fiat polaco que le fue otorgado, un símbolo de sus luchas cotidianas y terrenales.

Se reiteró, como un mantra de su fe inquebrantable, su profunda vocación martiana y fidelista. Pero por encima de todo, en el encuentro se respiró, se palpó, el amor, la amistad y la dedicación que fueron el combustible de su vida.

Compañeros de la universidad evocaron a la joven llena de ideales; otros colegas destacaron a la amiga leal, a la compañera de profesión siempre dispuesta.

Mientras las voces se sucedían, Gerardo, el compañero de toda una vida, escuchaba con la mirada perdida en algún recuerdo feliz. La emoción, un nudo demasiado grande en la garganta, le impidió tomar la palabra, pero su silencio era más elocuente que cualquier discurso. Con un apretón de manos, una mirada, reconoció la ayuda recibida y, en especial, el acompañamiento pétreo de Pedro Rizo.

El homenaje concluyó, pero la sensación de pérdida permanece, flotando en el aire de la emisora.

Leonor se fue físicamente, depositada en el mar que eligió, pero su esencia, su voz, su ejemplo, quedan grabados a fuego en la memoria de Radio 26.

Hoy no lloramos solo su partida, sino que celebramos, con el corazón luctuoso pero lleno de orgullo, el paso de una periodista que, como las ondas de la radio que tanto amó, viaja ya más allá del silencio, convertida en una señal imborrable.

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