La alta sensibilidad de Celia
«Quienes quieran saber el sentimiento humano que alberga un corazón comunista, quienes deseen conocer la sensibilidad humanista que hay en el corazón de los revolucionarios cubanos, deben estudiar la vida de Celia».
Palabras del intelectual, político y revolucionario cubano Armando Hart, que se ajustan perfectamente al mensaje que años atrás transmitió Eugenia Palomares Ferrales a jóvenes integrantes de la comunidad científica de Matanzas, durante una cita organizada por la Unidad de Ciencia y Tecnología del CITMA .
En el intercambio, Eugenia ofreció detalles de su vida y el papel que jugó en ella Celia Sánchez Manduley, la combatiente de la clandestinidad y la sierra, la incansable gestora de programas sociales dentro de la Revolución nacida el primero de enero de 1959; sencillamente, su madrina.
«Mi padre, Pastor Palomares López, fue un santiaguero natural de Baire, que en abril de 1957 se incorporó al Ejército Rebelde. Murió el 20 de agosto de ese mismo año en el combate de Palma Mocha, antes de mi nacimiento, algo que siempre temió.
«Esa preocupación constante por la vida y futuro de su hijo o hija le llevó a comentarle a la hoy General Teté Puebla: Si caigo en este combate quiero que ayuden a mi hijo que está por nacer». Y ahí mismo comenzó a escribirse mi historia con Celia, enfatizó.
El nacimiento de la niña de Palomares y las condiciones en que tuvo lugar el parto, caló muy hondo en Celia.
«Nací en una cueva, en medio de tiroteos y bombardeos. Las familias campesinas se refugiaban en las cuevas o trincheras hechas por el Ejército Rebelde durante los combates que se producían en la zona… Ya mi padre había muerto y a mi madre se le presenta el parto en esas condiciones.
«Para que mis gritos no nos delataran, mis abuelos paternos que fueron los parteros, me pusieron hojas de café en la boca. Eso me provocó la pérdida del paladar y que no pudiera coger el pecho de mi mamá, ni leche de vaca.
“Desde que Celia supo lo que pasaba mandó siempre la leche condensada, el único alimento que asimilaba. Pero también me envió la canastilla de su hermana Silvia que había malogrado su bebé. Fue así que en plena Sierra Maestra esta guajirita pobre y huérfana tuvo una canastilla bien elaborada».
El bautizo y el compromiso de los padrinos
«En el Naranjo, lugar cercano a la comandancia La Plata, me bautizan Fidel y Celia comprometiéndose con mi cuidado y crianza, aunque abuelo decía:
«Ella ni se va acordar más de la niña si triunfa la Revolución y además, a lo mejor esta Revolución ni triunfa».
Era normal que pensara así un viejo analfabeto y amoldado según las falsas promesas de los gobernantes de la época. Pero sí me mandó a buscar y varias veces, enfatizó.
«Mis abuelos no me querían mandar para La Habana, estaban muy encariñados conmigo. No obstante mi abuelo convence a mi abuela de que si yo no tenía padres, por un problema religioso, los padrinos eran los que se debían encargar de mí.
“Consejos que llevaban el sello de la poca cultura pero a la vez buenísima educación del campesino de esos tiempos.
«Mi hijita, cuando tú llegues, saludas, le dices usted a todo el mundo, si te llaman dices señor o señora, y sobre todas las cosas no se te puede olvidar pedir la bendición a una mujer alta y flaca (ahí describe a Celia), que es tú madrina y si ves a un hombre alto, con barba, las manos así finas (describe a Fidel), también le pides la bendición que es tu padrino».
Así comienza el viaje hacia lo desconocido
«Yo tenía casi nueve años y no conocía de calles, luz eléctrica, casas de mampostería y demás detalles de las ciudades.
«Cuando llegué a Manzanillo para mí era La Habana y así fue sucediendo cada vez que llegaba a un pueblo o ciudad. Era tanta la inquietud que cuando llegué a La Habana no la vi porque me quedé dormida» (RISAS).
«Estaba con la barriga toda abultada, por los parásitos, la columna desviada totalmente por los cubos de agua y la leña que cargaba, para ayudar a mi abuela. Todos mi miraban con lástima. Pero Celia me decía, no tengas miedo, aquí te vas a sentir bien, te vamos a mandar al médico, todos te vamos a querer».
Atención médica, educación y disciplina
«Por un lado estaba el doctor Álvarez Cambra que me atendió el problema de la columna y por otro Celia con la pregunta constante …¿qué aprendiste hoy?. También tienes que aprender a cocinar, tejer, coser y bordar».
«Pero también tuve castigos. Una vez me escapé porque acostumbrada a bañarme en ríos, me fui a buscar donde nadar. Me encontré una piscina y me dije: ‘¡Ay que río más corto!’, pero me pasé todo el día en ella.
“Cuando me encontraron Celia me dijo: te has portado muy mal, aquí hay que decir a dónde vas. ¡Estás castigada!«.
La alta sensibilidad humana de Celia
«La primera vez que fui de vacaciones a Oriente, como no existía carretera hasta el sitio en que vivían mis abuelos, para subir todo lo que llevé tuvieron que preparar un arria de mulos (RISAS)…Pero eran cajas que yo no sabía que contenían porque las hizo Celia. Una montura para mi abuelo, una máquina de coser para mi abuela con telas, hilos y demás cosas, un radio e infinidad de cosas más.
«Cuando regresé a La Habana, la maleta también iba llena pero de cartas. Todo el mundo le escribía a Celia porque, ‘ella resuelve’.
«En las vacaciones siguientes la gente venía de todos los lugares de la Sierra Maestra a darme besos y abrazos porque Celia había repondido a su problema».
Breve referencia de las anécdotas y experiencias personales, que en aquella jornada diferente y especial, compartió con jóvenes científicos matanceros aquella guajirita del oriente cubano, una de las personas que tuvieron el privilegio de convivir con Celia, nutrirse de su sencillez y modestia, de su energía, dedicación, disciplina, amor al pueblo, la Revolución e incondicionalidad sin límites a Fidel.