5 de mayo de 2024

Radio 26 – Matanzas, Cuba

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«Yo soy el Maestro», frase que trasciende cada 26 de noviembre

¡Yo soy el maestro! fue la frase expresada con dignidad y valentía por el joven brigadista Manuel Ascunce Domenech ante los contrarrevolucionarios que se presentaron en la vivienda del humilde campesino Pedro Lantigua en la noche del 26 de noviembre de 1961 para ejecutar uno de los crímenes más repugnantes de los cometidos por las bandas de alzados en Cuba.

"Yo soy el Maestro", frase que trasciende cada 26 de noviembre

¡Yo soy el maestro! fue la frase expresada con dignidad y valentía por el joven brigadista Manuel Ascunce Domenech ante los contrarrevolucionarios que se presentaron en la vivienda del humilde campesino Pedro Lantigua en la noche del 26 de noviembre de 1961 para ejecutar uno de los crímenes más repugnantes de los cometidos por las bandas de alzados en Cuba.

El joven alfabetizador y su alumno se enfrentaron a los sanguinarios que con cobardía se ensañaron en ellos, los torturaron salvajemente y, posteriormente, los ahorcaron de un árbol de la zona de Limones Cantero, aledaño a la finca Palmarito, en pleno corazón del Escambray, perteneciente al territorio de Sancti Spíritus.

Sus verdugos eran miembros de la banda de Julio Emilio Carretero, entre los que se encontraban Pedro González y Braulio Amador Quesada, quien fuera el principal ejecutor, y resultara ajusticiado tres meses después del horrendo suceso.

Según cuentan testigos presenciales, a los bandidos poco les importó la edad del bisoño maestro. Sus apenas 16 años no impidieron que una muerte brutal truncara su corta vida. Pedro Lantigua sabía que era su principal protector ante la ausencia de su verdadera familia y estuvo con él hasta el último aliento.

No bastaron los golpes, las ofensas, punzonazos y torturas. Sus asesinos, quienes respondían a los intereses de los enemigos de la joven Revolución, decidieron ahorcarlos con alambre de púas. Para todos los guajiros de la región sería un escarmiento y acabarían con la exitosa Campaña de Alfabetización, aunque fuera a costa de la vida de inocentes.

Los primeros en descubrir los cadáveres colgados evidenciaron que el odio de los alzados no admitía contemplaciones, pero aquel doble crimen, lejos de provocar miedo o renuncia a la noble causa de llevar la enseñanza a las montañas, desató la indignación popular y miles de jóvenes se sumaron a la Campaña, valorada como el primer gran acontecimiento cultural de Cuba.

Gracias a la epopeya educativa aprendieron a leer y escribir en pocos meses más de 700 mil cubanos, lo cual permitió a este país rebajar su índice de analfabetismo de 23,6 a 3,9 por ciento, mientras quedaron como iletradas solamente personas de avanzada edad o con padecimientos de salud invalidantes.

Las nuevas generaciones de maestros a lo largo y ancho del país recordarán siempre el ejemplo del adolescente alfabetizador, quien no dudó ni un instante en enfrentar a los bandidos que lo asesinaron salvajemente cuando apenas empezaba a vivir.

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