Un bufete de abogados para el M-26-7 (final)
En general, ganamos un porcentaje apreciable de causas, teníamos el silencioso apoyo de los trabajadores de la Audiencia de la provincia de Oriente, nuestros muchachos eran jóvenes de Manzanillo, Holguín, Guantánamo, Palma Soriano, Bayamo y, por supuesto, Santiago de Cuba. Inclusive entre mis defendidos de Santiago hubo dos norteamericanos que trajo a la televisión de dicho país a la audiencia y fue televisado cuando se celebró el juicio. Ellos fueron capturados por el Ejército en su marcha presunta hacia la Sierra.
En las sesiones previas, traté de buscar una argumentación válida para su presencia en San Luis, que había sido su destino declarado y donde los detuvieron con pistolas y un número apreciable de balas. Yo los preparé para que se expresaran en un español incipiente, pero que permitía una mayor comprensión, y los induje a que no reconocieran las armas y, por el contrario, preguntaran por sus relojes y cámaras fotográficas al presentarle los objetos que, supuestamente, habían llevado y se escuchara claramente la ausencia de sus bienes. Estaba muy tranquila, porque estaba segura que a ellos no los iban a sancionar.
Su objetivo de ir a esa zona, era el nombre de San Luis, que también correspondía a una urbe norteamericana. Eran argumentos ingenuos; pero también las situaciones que se presentaban eran insólitas. Aunque yo era la única abogado, vi con sorpresa que el presidente del Colegio de Abogados, el Dr. Pagliery, se sentó a mi lado y estuvo todo el tiempo en la banca de los defensores.
Pasaban muchos acontecimientos inesperados en los juicios. En una defensa no recuerdo si eran de Holguín o Manzanillo, con 10 compañeros presos, se absolvieron nueve y sólo uno fue condenado a un año y un día; pero ese era el que quería la guardia rural. Así que estaban complacidos. La esposa del décimo condenado, al oír la sentencia se desmayó y el hombre gritó “No voy a estar toda la vida en la cárcel”. Entonces, el capitán acusador me tomó por la muñeca y me llevó al Tribunal como testigo de que había sido amenazado por el acusado.
El Presidente me preguntó si ello era verdad y entonces yo le contesté con mi voz más suave: “No sé por qué se acusa a mi defendido de amenaza. La amenaza para que sea tal tiene que ser reiterada…”. Y mi defendido lo único que ha dicho es que “No iba a estar toda la vida en la cárcel”. El presidente concluyó: “No ha lugar a la acusación”.
Fueron muchas las experiencias que acumulé de 1956 a 1959, las propias y las compartidas con Amat, también algunas que fueron objeto de risas, dado el sentido del humor de Carlos. Por ejemplo, cuando teníamos que pagar el alquiler del local, y nos preocupábamos si no habíamos alcanzado los 20 pesos necesarios, Amat hacía que nos acercáramos a la pared que nos separaba del local donde se encontraban los abogados a los que se les pagaba la mensualidad, y con voz alta decía: “No te pongas así Thalía, no llores. Vamos a conseguir a tiempo el dinero del pago”, o cuando nos cortaban el teléfono; pero entraba para él una llamada de la Empresa Telefónica donde trabajaba, a pesar de la presunta urgencia, Amat decía, “Déjalo sonar para que vean que tenemos teléfono”. Carlos era realmente un cubano típico.
El bufete concluyó su función con el triunfo de la Revolución. Ese primer extraordinario día, en la madrugada, recibí la llamada de Carlos, quien me dijo: “Prepárate. Se fue”. Entonces, me vestí y fui para la Iglesia franciscana dedicada a Santa Teresita. Ya había mucha gente alrededor celebrando. Se desarrollaba la misa y en el momento en que el sacerdote elevó la hostia, en vez de la música sacra habitual, sorpresivamente, el hermano organista tocó el Himno Nacional de Cuba.
- Escrito por la Dra Sc. Thalía Fung Riverón, con compilación del Dr.C. Osvaldo Manuel Alvarez Torres.