Cultura y teatro en Matanzas: los retos de hoy y las inseguridades del mañana
No existe muestra más fidedigna de la trascendencia y aportes de una institución, agrupación o creador que contar, invariable y fielmente, con el acompañamiento de su público.
Que los espectadores reconozcan la suya como una opción de calidad estética, conceptual y de disfrute y por ello permanezca, aun cuando las circunstancias obligan a hacer cambios, deviene la satisfacción mayor para quien se dedica a crear.
Si a eso sumamos la sistematicidad con que los jurados y especialistas, dentro y fuera de nuestras fronteras, premian y reconocen esas propuestas artísticas, no caben dudas de que estamos ante un referente cultural.
Matanzas es desde hace bastante tiempo una plaza teatral indispensable dentro del país. Baste mencionar la labor de Teatro Papalote durante más de 60 años, con no pocos reconocimientos internacionales, bajo la guía de un imprescindible en el panorama escénico cubano, el Premio Nacional de Teatro René Fernández Santana o Teatro Icarón que, a las puertas de un nuevo estreno, sortea disímiles obstáculos mientras van y vienen reparaciones a una sede cuya reconstrucción nunca concluye a pesar de los requerimientos, advertencias y reclamaciones de su directora, otra TEATRISTA con mayúsculas y Maestra de generaciones, la Premio Nacional de Teatro Miriam Muñoz Benítez.
Se suma a ellos El Mirón Cubano que, aunque ha vivido procesos difíciles puertas adentro, desde la pérdida de su director o los problemas constructivos en el techo de la sala, busca alternativas para mantenerse activo.
Los vaivenes de la emigración, lo insostenible de una programación cultural sin electricidad o sin agua, lo inevitable de mantener hasta cuatro y cinco trabajos para poder subsistir, la amenaza de las arbovirosis y otras afectaciones de salud son las tempestades cotidianas que enfrentamos todos en Cuba, en mayor o menor medida, algunas de ellas con especial ensañamiento en Matanzas.
De eso no escapan nuestros artistas quienes, además, siguen creando, ensayando, actuando, escribiendo, asesorando, formando, haciendo lo indecible por ofrecernos un momento para exorcizarnos de esa realidad angustiante.
No menos complicado es el ejemplo de Teatro de Las Estaciones, con un colectivo de excelencia, liderado por los Premios Nacionales de Teatro Rubén Darío Salazar y Zenén Calero Medina. Este caso resulta, además, incomprensible, pues la sala Pepe Camejo está ubicada a solo unos metros del circuito protegido de la ciudad y, sin embargo, por primera vez en 30 años, cerró sus puertas a falta de una programación de afectaciones eléctricas que permitiera ajustar sus funciones el sábado y el domingo.
Ante la silenciosa reacción de los responsables de dar solución o respuesta y los mensajes en redes sociales de artistas y público en apoyo al colectivo, la alternativa ha sido permutar el espacio de presentación.
Lo más sorprendente es que, luego de varias semanas de que se anunció que el grupo comenzaría a presentarse un fin de semana al mes en la sede de El Mirón y que sus espectáculos llegarían a Papalote, la familia aún acude con sus niños los sábados y los domingos, a las 11 de la mañana, a la calle Ayuntamiento. Eso es muestra de respeto, de confianza, de la elección de la gente de lo que cree valioso.
Aplaudo lo tozudez de los líderes del grupo, su negativa ante la posibilidad de acatar el mutismo, el desgano y la resignación y el apoyo de las agrupaciones que los han acogido para que ese arte se mantenga vivo, al menos un fin de semana al mes.
Pero las cosas no son tan sencillas, sobre todo en cuanto a consumo cultural. El solo hecho de contar con un público fiel que, pese a todas las preocupaciones que se generan en una casa cubana en el día a día, dedique una parte de su tiempo a visitar una sala teatral, es un gran logro; logro que puede quedar en el pasado al cambiar el escenario de las presentaciones, a pesar de que ambas salas en las que ahora se presenta Estaciones quedan a poca distancia de la Pepe Camejo.
Además, como pocos, la tropa de la Luna y el Sol mantenía sus puertas abiertas durante todo el año, fin de semana tras fin de semana. La reducción de las frecuencias con que ofrecen espectáculos al público, de una manera u otra, incidirá sobre la indispensable relación público-artista-grupo, una preocupante que aqueja también a Icarón, por solo referirme al ámbito teatral.
Son comprensibles las circunstancias que han motivado la delicada situación de la cultura, que ha tenido que reinventarse una y otra vez, cambiar espacios y horarios, posponer conciertos, alquilar plantas, realizar actividades iluminados por celulares. Todo, por no sucumbir ante la falta de energía y otras carencias.
Mucho se habla de la necesidad de salvaguardar la cultura, como escudo y espada de la nación pero, ¿qué hacemos para defenderla?, ¿cómo nos aseguramos de que colectivos y artistas que se han dedicado durante décadas a ofrecer lo mejor de su arte a los espectadores no pierdan su público, conquistado a fuerza de tesón, entrega, permanencia, persistencia? ¿Agotamos realmente todas las alternativas posibles en cada situación o, de no ser posible solución alguna, damos las explicaciones pertinentes y oportunas?
Paradójicamente, casi al unísono con las respuestas que dan por enmendado un problema que persiste, llegó la buena nueva del reconocimiento a la Gestión Escénica Iberoamericana Guillermo Heras a Rubén Darío Salazar, entregado este 11 de noviembre en la capital.
La cultura, o parte de ella, está en peligro. La amenazan, además de las consabidas expresiones seudoculturales que se han impuesto muchas veces disfrazadas de populares y los bandazos de la economía, los retadores fenómenos del hoy y el desgaste emocional y físico que ellos traen a los artistas, parte como todos del pueblo, pues dejan de lado su labor suprema de crear para emprender batallas desgastantes, en muchos casos estériles. Y la historia pudiera repetirse, incluso en peores condiciones, en otras provincias del país.
La repercusión del teatro matancero, en particular, y la cultura cubana, en general, está demostrada en todos los órdenes desde hace mucho. Seremos testigos de si los decisores comprendieron a tiempo el alcance de su atención, indolencia o inercia o si dejaron fenecer, con inacciones y/o falta de oportunas respuestas, parte del alma de la nación cubana.
