Matanzas: el teatro nuestro de cada día
Muchos afirman, y es una realidad, que una de las fortalezas esenciales del CPAE en Matanzas, ha sido el liderazgo y prestigio de los directores de esas agrupaciones, entre los que se encuentran tres Premios Nacionales de Teatro
Basta una revisión al catálogo por los 30 años del Consejo provincial de las Artes Escénicas de Matanzas (CPAE) y nos damos cuenta de las pérdidas en el patrimonio humano, como las del director artístico Francisco Rodríguez, el diseñador Rolando Estévez y por último, hace unos días, del actor y director Pedro Vera, líder de Teatro D’ Sur.
Estas ausencias de valiosos seres humanos y creadores también nos obliga a reflexionar sobre el teatro matancero de cada día, afianzado en ocho agrupaciones, seis de ellas teatrales, una danzaria y otra de variedades circenses.
A esto se suman las cuatro instituciones, dos de ellas que funcionan como proyectos artísticos, liderados por creadores: el Centro Cultural Pelusín del Monte, por Zenén Calero y la Casa de la Memoria Escénica, por quien escribe estas líneas. Los teatros Sauto y Cárdenas, aunque dirigidos en este caso por hombres vinculados a la escena, como Kalec Acosta y Darián Pérez, tienen otra dinámica en la estructura de lo que es el Consejo.
Muchos afirman, y es una realidad, que una de las fortalezas esenciales del CPAE en Matanzas, ha sido el liderazgo y prestigio de los directores de esas agrupaciones, entre los que se encuentran tres Premios Nacionales de Teatro: René Fernández Santana, Rubén Darío Salazar y Zenén Calero Medina.
Otra de las fortalezas es haber diseñado, en los casi 20 años de presidencia de Mercedes Fernández Pardo, una particular política cultural y de estrategias esenciales para la escena.
Sobre estos dos pilares fundamentales han descansado las etapas posteriores del desarrollo del CPAE en Matanzas.
Cada uno de los grupos nació de la visión y la consolidación de una estética de un creador, como es el caso de Teatro Papalote, Las Estaciones, D’ Sur, Danza Espiral, Icarón o El Portazo.
En el caso de Papalote, durante casi 50 años es la agrupación más añeja entre nosotros; su luz espiritual y estética ha sido René Fernández Santana, quien sintetiza al dramaturgo, director, actor, coreógrafo y diseñador, una de las figuras paradigmáticas del teatro de títeres en Cuba y el mundo.
En el caso de El Mirón Cubano, ha tenido una trayectoria diferente. Si se comienza la cronología desde 1962, transita por nombres, etapas y varios directores, hasta que en 1984 se bautiza con el nombre actual, formado por jóvenes graduados del ISA y los que formaban parte del Conjunto Dramático de Matanzas, como Miriam Muñoz, Rolando Estévez, Manolo Hernández, entre otros; además de los que provenientes de ese grupo, habían tenido una formación en la antigua Unión Soviética, como es el caso de Armando Crespo.
Con Albio Paz al frente, definió objetivos y una estética muy particular, con una presencia internacional que los afianzó, especialmente en lo callejero.
A la muerte del destacado dramaturgo y director, el rol de líder lo asume Francisco Rodríguez y posteriormente, Rocío Rodríguez Fernández, en una evolución que, por diversas razones, fue conformada por una herencia de intercambios, que no creó situaciones traumáticas.
Un grupo teatral no designa, la mayoría de las veces directores, sino que nace con un propósito de colaboración y siempre con cierto liderazgo. Por ejemplo, El Portazo es fruto de las visiones y propósitos de Pedro Armando Franco, para hablar de los más jóvenes.
La pérdida , especialmente de los líderes de un proyecto, que se aprueba cada año con un programa cultural definido, supone un vacío en la estructura creada, lo que hace pensar en nuevas estrategias, definidas y dinámicas.
Sin embargo, si ocurre con Teatro D’ Sur y la desaparición física de Pedro Vera, que más que su director era un símbolo de una tradición teatral que se remonta al siglo XIX y que él mantuvo viva, no solo con un grupo teatral, sino con la Jornada de Teatro de Unión de Reyes, pero especialmente con un prestigio que sobrepasaba las fronteras nacionales y que aunó voluntades para que un pueblo del sur de la provincia se convirtiera en una plaza cultural.
Formar parte del imaginario teatral de la Isla, por lo que significó la dramaturgia y la figura de Abelardo Estorino y la relación entrañable con su primo Pedro Vera, marcó un destino en el entramado teatral de ese pueblo, que no se puede obviar.
La pérdida de Pedro Vera pone en riesgo un aspecto que le es esencial a la identidad unionense, a su historia y el gusto de la población por el teatro, formado durante años en la confrontación con espectáculos diversos, no solo los de Teatro D’ Sur, sino de muchos de la Isla o el extranjero, que mostraron en el escenario humilde y mítico de la casa de cultura Pablo Quevedo lo variado de tendencias y estilos, que conforman nuestro panorama, así como los saberes de teóricos, críticos e investigadores.
Una cátedra como la Abelardo Estorino contribuye al estudio y difusión, no solo del autor de La Casa Vieja, que nació para el teatro en el lugar donde vivió el maestro desde los 13 años, sino de los vasos comunicantes con Teatro D’ Sur y la tradición teatral del pueblo.
¿Qué sucede cuando algo así ocurre? ¿Cuando el líder imprescindible de una agrupación fallece? ¿Cuál es el camino?, me preguntan muchos. Y esas preguntas son las mismas que nos debemos hacer para el teatro matancero todo, especialmente donde hay directores de una edad avanzada, como es el caso de Teatro Icarón o Papalote. En muchos casos, dejará de ser lo que era, será otra cosa, como a veces me dice una querida amiga.
No se debe improvisar; se debe pensar, trazar una estrategia y reflexionar desde el presente, el futuro y qué nos depara.
Pero para eso debe haber lucidez y también una adecuada política cultural, que valore la situación en cada contexto. Hay mucho que debatir, pero especialmente, mucho más por hacer.