10 de diciembre de 2024

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

Una canción para la guerra y para la vida

La decisión de adoptar la fecha del 20 de octubre de 1868 para que representara a la cultura cubana fue sabia e inteligente. Desde luego que pudo ser otra, muchos hechos de relieve en el acontecer cultural, histórico y artístico del país podrían argumentar felizmente una decisión de tal naturaleza, pero pensar en el momento en que, en medio del fragor de la batalla por la toma de Bayamo, cuando ya se había logrado la victoria de los patriotas sobre las fuerzas coloniales y era celebrada por los cubanos con una canción, devenida himno, fue, es, una elección acertada.    

 

 

 

La decisión de adoptar la fecha del 20 de octubre de 1868 para que representara a la cultura cubana fue sabia e inteligente. Desde luego que pudo ser otra, muchos hechos de relieve en el acontecer cultural, histórico y artístico del país podrían argumentar felizmente una decisión de tal naturaleza, pero pensar en el momento en que, en medio del fragor de la batalla por la toma de Bayamo, cuando ya se había logrado la victoria de los patriotas sobre las fuerzas coloniales y era celebrada por los cubanos con una canción, devenida himno, fue, es, una elección acertada.           

De  esa manera, toda una cultura, que en lo artístico no es más que una summa de acontecimientos, obras y autores, y en lo general la vida espiritual de un pueblo, se vieron emblematizadas por una melodía y una letra, surgidas al calor de un levantamiento armado en busca de la independencia del país, justo en el momento en que se fraguó el nacimiento de la Nación.

En otro momento, describí nuestro devenir cultural, apretadamente, pero desde una perspectiva más amplia, así:

“La cultura cubana se forjó sobre la sangre y en la sangre, en el caos de la conquista y en la esquilmación taína, en la acera empedrada y en el barracón, en la hamaca y en el zapateo, en las plantaciones de caña y en los cafetales franceses, en la simiente hispana, africana y china, y en el calor agobiante del Caribe, en los cabildos negros y en las liturgias masónicas, en La Habana invadida por los ingleses y en el comercio de rescate, en el descreimiento y en la superstición, en la péñola del poeta y en el arado del guajiro, en la carga al machete mambí y la no menos ruda acometida del español. Se forjó, en fin, en la agonía y en la muerte, en la broma y en la vida. La nación cubana fue, secularmente, fruto de ambiciones añejas y acerado encono de dignidades cercenadas y pulsos viriles, de amor desenfrenado y sueños heroicos, y en el momento de la eclosión surgió irreverente e indócil, levantisca y revolucionaria, en fin, independiente”.

Puedo ahora suscribir esa semblanza histórica, escrita hace treinta años. Quizá habría que agregarle que nació, también, envuelta en las melodías de un nacionalismo musical y patriótico encabezado en el siglo XIX por figuras del relieve de Ignacio Cervantes y Manuel Saumell, entre otros reconocidos autores musicales. Ciertamente, la música aportó un ingrediente esencial a nuestro ajiaco cultural.

Vayamos al tema central. Desde el verano de 1867 la canción existía y se tocaba en casa de su autor, el patriota Pedro FigueredoPerucho, quien la había instrumentado a solicitud de los conspiradores que se reunían en su hogar y en las tenidas masónicas de la Logia Estrella Tropical número 19. Se cuenta por algunos historiadores que en una de las reuniones conspirativas, Pancho Maceo Osorio al retirarse, dijo: “Bueno, ya estamos constituidos en comité de guerra, ahora toca a Perucho, que es músico, componer nuestra Marsellesa….”, a lo que el aludido respondió, “Mañana, cuando volváis, os recibiré con el canto de guerra que ha de conducir a nuestras huestes a la lucha y a la victoria”. No sé si el diálogo funcionó de esa manera tan ceremoniosa, pero lo cierto es que el patriota cumplió con lo prometido y a la noche siguiente recibió a los cófrades con las notas de lo que hoy es nuestro Himno Nacional, entonces en una versión primigenia.

Bayamo conspiraba activamente contra España y Perucho era de los más influyentes en la tarea de darle cuerpo al descontento existente entre un grupo de cubanos que ya no soportaban el férreo control de la colonia. Un descontento, vale decir, que estaba atravesado por la ideología liberal radical y republicana a la que estaban adscritos todos ellos. Francisco Vicente Aguilera y Francisco Maceo Osorio se encontraban en ese grupo de levantiscos bayameses que organizaban el deseo de libertad. Otro bayamés, Carlos Manuel de Céspedes, deportado a Manzanillo desde hacía más de diez años, aportaba lo suyo en la villa del golfo de Guacanayabo. Se iba aproximando el momento de materializar ese malestar y la canción de Figueredo amenizaba las reuniones previas al levantamiento. En septiembre, en casa de Perucho, se constituyó oficialmente el Comité Revolucionario de Bayamo, liderado por Aguilera, Figueredo y Maceo Osorio. En Manzanillo, Las Tunas, Puerto Príncipe y Holguín, los más decididos también se organizaban para la insurrección y comenzaron a comunicarse entre todos. El momento decisivo se aproximaba aceleradamente.

Volvamos a la melodía de Perucho. En la primavera, la iglesia celebraba en la Parroquial Mayor de Bayamo la fiesta del Corpus Cristie, y su correspondiente Te Deum, que, según el historiador de la ciudad, Enrique Orlando Lacalle Zauquest, fue especialmente nutrida de público en ese año 1867. Al frente del servicio religioso estuvo el Padre Batista y dirigiendo la banda de música el maestro Manuel Muñoz Cedeño, dos patriotas involucrados en la urdimbre revolucionaria, al primero Figueredo le había solicitado que instrumentara la pieza. La canción de Figueredo fue interpretada por vez primera en público y levantó suspicacias de inmediato en las autoridades españolas, a quienes les costaba trabajo aceptar esa música como algo de tono religioso. El gobernador de la ciudad, don Julián de Udaeta, quien había sido ayudante del célebre general y político Juan Prim, hizo traer a su presencia al maestro Muñoz para que le informara de la procedencia de la música que había acabado de interpretar y después convocó a Perucho Figueredo, pero ambos negaron el carácter patriótico de la melodía.

De acuerdo con otro historiador de Bayamo, José Maceo Verdecia, en julio se dio la segunda demostración camuflada de la creación musical de Figueredo,  durante las fiestas de Santa Cristina, actividad que sucedió en el local de la Sociedad Filarmónica, de nuevo ante el gobernador Udaeta y con apoyo orquestal completo. En esta ocasión, la autoridad colonial no emitió juicios sobre la pieza musical, aunque por declaraciones posteriores, estando prisionero de los cubanos, refirió que nunca dejó de recelar de la misma. La tercera ocasión de interpretarse en público sería con la ciudad convertida en territorio libre de España.

La conspiración prosiguió por todo el verano y en ese ínterin Perucho debió escribir la letra, pues el mito de que la redactó el propio 20 de octubre sobre su cabalgadura y en medio del júbilo por la toma de la ciudad, parece muy fantasiosa y poco verosímil para quien esto escribe. Casi año y medio separaron el momento de la confección de la música a que se cantara la canción, ya himno, en las calles de Bayamo; y me resulta imposible pensar que, en todo ese tiempo, Perucho no haya redactado las estrofas de la marcha combativa en previsión de darla conocer en el justo momento.

Perucho, junto a Aguilera y Maceo Osorio estuvo presente en la denominada bajo el nombre masónico de Convención de Tirsán, el 4 de septiembre de 1868, que no fue otra cosa que la reunión de los diferentes grupos confabulados, incluyendo a tuneros y camagüeyanos; y donde, por primera vez, se le dio cuerpo a la conspiración coordinada con los patriotas del centro y oriente del país. Poco faltaba para que prendiese la chispa detonadora de la guerra.

Una mención puntual a este ilustre patriota, considerado en su momento el alma romántica de la revolución, es indispensable en el presente texto. Como han dicho historiadores y familiares, Pedro Figueredo fue un músico consumado, tocaba distintos instrumentos, aunque sentía predilección por el piano. Era frecuente que se sentara por las noches ante el teclado y rodeado por sus jóvenes hijas entonara distintas melodías. Fernando Figueredo, pariente del prócer e historiador, después de las tres guerras recordó en su discurso en la Academia de la Historia, en 1920, esta imagen: “Sus hijas todas, educadas en el regazo del hogar, le acompañaban y secundaban sus gustos por la música, y,  ya a solas, ya tocando a cuatro manos con él, o unas con otras, o ya cantando, eran de admirar las escenas que alrededor del instrumento se desarrollaban…”. Un hogar por y para la música, también por y para la revolución, se podría añadir.

Los hechos que van desde el 10 de octubre de 1868 a la toma de Bayamo son más conocidos, por los que solamente los resumiré. Céspedes desiste de atacar Manzanillo porque recibe información de que los españoles se han pertrechado y levantado las defensas, seguramente alertados por una delación de alguno de los complotados. Parte hacia la Sierra de Naguas, en el camino tienen la escaramuza de Yara, poblado que no pueden tomar y se retiran derrotados. En Naguas se concentran más hombres, se reestructuró la tropa patriótica y recibieron el considerable refuerzo de los dominicanos, en particular de Luis Marcano, a quien se nombró lugarteniente de la fuerza cespedista y cuya experiencia combativa será sumamente importante en la toma de Bayamo. Parten los insurreccionados hacia esa ciudad y están ante sus puertas el 18 de octubre.

Tres días de fieros combates dieron lugar a la conquista de Bayamo por los patriotas, el 20 de octubre, diez días después de la mañana de La Demajagua. Los españoles, que se atrincheraron en el cuartel, resistieron con bravura la acometida de los mambises. Hubo bajas de ambos bandos. Al proclamarse la rendición de los soldados colonialistas, el pueblo bayamés, que había contemplado el combate desde sus casas, se lanzó a las calles a festejar. La revolución tenía ya una capital. Se dice que el himno, entonces conocido como el himno de Perucho, se cantó y fue tarareado de persona a persona, y la letra comenzada a recitarse por lo que se hizo popular entre los habitantes de aquel pueblo valeroso y patriota. Más tarde, fue entonado por un grupo de doce jóvenes bayamesas en la explanada al frente de la Iglesia Parroquial Mayor, en el acto de bendición de la bandera de La Demajagua, y esa acción marcó un hito para la cultura cubana. Días después, el 27 de octubre, la letra original del himno se publicó en El Cubano Libre, el periódico de la revolución recién creado por Céspedes.

Durante 83 días los patriotas estuvieron radicados en Bayamo, lo que constituyó el mayor impulso posible al inicio del levantamiento. Desde allí salían los emisarios a los distintos puntos donde existían fuerzas insurreccionadas y regresaban para consultar o informar a la dirección libertadora. Tal centro de operaciones fue fundamental para la consolidación de la revolución. En Bayamo se firmaron importantes resoluciones patrióticas que atañían a temas tan relevantes como la abolición de la esclavitud y las relaciones exteriores. Contaban, pues, los mambises con capital, bandera, himno, Declaración de Independencia y la determinación suficiente para guerrear contra el dominio español. Estar en la pelea y vivir en condiciones extremas durante toda una década es prueba más que suficiente para ponderar la madurez de la revolución de la Demajagua.

Según el autorizado criterio del historiador Manuel Moreno Fraginals, una insurrección que en cuestión de semanas hizo que se levantara en armas una enorme porción del territorio oriental del país era mucho más que una revuelta. Los líderes de la misma la convirtieron en una revolución.

Pedro Figueredo fue un hombre de conducta vertical en su posición independentista. Existe una anécdota, confirmada por varios testimonios, acerca de los primeros días de la insurrección, entre el diez de octubre y antes de la toma de Bayamo, posiblemente el 15 de octubre, cuando los españoles conformaron una comisión de ciudadanos notables para que se entrevistaran con los cabecillas levantados en armas y los disuadieran para que volvieran a sus vidas habituales. Primero, la comisión se entrevistó con Maceo Osorio, quien no les dio respuesta y la envió con Donato Mármol, que a su vez se excusó y la remitió a Perucho Figueredo. Este, que ya había conversado sobre el particular con su amigo y jefe Carlos Manuel de Céspedes, les dijo con firmeza: “Digan ustedes a Mármol y a Maceo Osorio, ya que ellos exigen que resuelva yo la situación, que depongan ellos su actitud, que yo, al frente de los míos, me uniré a Céspedes y con él he de marchar a la gloria o al cadalso”. Ante esta respuesta, la comisión decidió disolverse e incorporarse a la insurrección. Perucho cumplió con su palabra, en el verano de 1870, muy enfermo, fue apresado por una guerrilla española y fusilado en Santiago de Cuba el 17 de agosto de 1870. El creador del Himno Nacional se comportó a la altura de cualquier mambí, dio su vida por la causa de la libertad de Cuba. Cuatro años más tarde cayó Céspedes, en San Lorenzo, Sierra Maestra, enfrentado a tiros, solo, contra una columna española de élite.

Considerar las causas de la revolución de 1868 solamente entre factores de índole económica es un error garrafal. El diez de octubre de ese año se cortó el nudo gordiano de varias contradicciones latentes en la sociedad cubana, entre ellas la contradicción amo/esclavo; otra, la que configuraba la esclavitud versus desarrollo económico;y una tercera, la existente entre colonialismo e identidad nacional. Esos antagonismos, irreconciliables todos juntos y cada uno por separado, funcionaron como círculos secantes que al cortarse daban una idea de la complejidad del momento en que actuaron los revolucionarios orientales. Esta última contradicción, la que existía entre el férreo dominio militar y político de la colonia y los deseos de emancipación de los cubanos, es decir, los deseos de ser, esencialmente fue una tensión cultural y así debe considerarse.

La perspectiva cultural de la revolución cespedista es importante (al margen de que un movimiento político social de tal envergadura no puede ser otra cosa que una manifestación cultural), dado el alto nivel intelectual y de cultura personal de sus líderes, casi todos estudiantes de carreras y profesiones alcanzadas en otros países de Europa y Estados Unidos, poetas y músicos que desempeñaron un papel considerable (en el diario de uno de ellos se lee, “yo no soy poeta, pero amo la poesía”), y también porque el desarrollo de las letras y las ciencias en las clases más solventes del criollado, muchos inmersos en la conspiración, eran considerables. Por otra parte, y esto es sumamente cardinal, la clase media había venido cobrando conciencia política. Debe tenerse presente siempre que la combinación entre liberalismo radical, republicanismo y romanticismo, que era la fuente común donde bebieron y se nutrieron aquellos hombres proa, resultó ser de una gran  explosividad.

El itinerario posterior del himno fue el siguiente, después del incendio de Bayamo y a la desbandada hacia los montes de sus habitantes, la escritura se pierde y se atribuye a José Martí haberle encargado al músico patriota Emilio Agramonte su transcripción al pentagrama; lo que se hizo a partir de los recuerdos de emigrados bayameses en Estados Unidos. La transcripción fue publicada en el número 16 del periódico Patria, en Nueva York, el 25 de agosto de 1892. Esta versión solo contenía las dos primeras estrofas del himno de Figueredo y son las que integran la versión actual de nuestro Himno Nacional. Según la historiadora de la música cubana Alegna Jacomino Ruiz, a esa partitura se le añadieron nuevos aportes a finales del siglo XIX, como el que realizó el músico y director de banda Antonio Rodríguez Ferrer, comisionado para recibir al primer contingente militar cubano en arribar a Guanabacoa al término de la guerra organizada por José Martí. Dice la historiadora: “Esa versión tuvo un fuerte impacto en los guerreros patriotas y en la población, ya que Rodríguez Ferrer agregó una diana introductoria de corte marcial, que la partitura de La Bayamesa no poseía, y era fundamentalmente para lograr el efecto de llamada, de clarín, indispensable a la dramaturgia musical de un himno que es, ante todo, una marcha de combate”.

Como se conoce, en la Convención Constituyente de 1900 dicha versión del himno fue interpretada y considerada oficialmente como Himno Nacional. La ejecución estuvo a cargo del maestro Guillermo Tomás, entonces reconocido como uno de los directores de bandas y orquestas más sobresalientes del país.

Desde hace varias décadas, cada nueve de octubre, al pie de la estatua de Carlos Manuel de Céspedes, en la Plaza de Armas, como parte de la celebración por el diez de octubre de 1868, la banda de música del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas entona las dos versiones del himno, una iniciativa del entrañable Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, y cuya tradición se mantiene viva por sus colaboradores de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Es una manera muy elocuente de mostrar a las actuales generaciones el devenir de esa pieza patrimonio cultural de la nación.

Finalizo con esta idea del historiador de la música cubana Jesús Gómez Cairo, al referirse a nuestro Himno Nacional: “Es un llamado eterno a los cubanos de todos los tiempos para que sigamos siendo como aquellos gloriosos bayameses que lucharon y murieron por liberar y redimir a Cuba, alcanzando así la gloria de haber sido los fundadores de nuestra Nacionalidad”.

Por todas estas razones, que he apuntado aceleradamente, es que considero un gran acierto haber escogido el 20 de octubre de cada año como Día de la Cultura Cubana, celebración que data de 1980, cuando se realizó por vez primera.

. Rafael Acosta de / Cubadebate

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