17 de septiembre de 2024

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Erislandy de oro: El vikingo cubano que reinó en París

La tarea era inmensa, pero Erislandy no temía. Al "vikingo" cubano lo impulsaba una fuerza tremenda desde que llegó a París. Y se comió el mundo. La fibra de león lo impulsaba hacia adelante, una y otra vez, camino a la victoria. Derecha, izquierda, no importaba el público en contra.

Para llegar a lo más alto del podio, Erislandy tenía que vencerlo todo y a todos: al local Sofiane Oumiha, al público y, quizás, la presión de significar la única medalla de oro del boxeo cubano.

Atrás habían quedado las arenas del norte de París, donde se había celebrado la primera fase del boxeo olímpico, para trasladarse a un lugar cuyo misticismo habían dejado hace solo unas horas las estrellas mundiales del tenis, como Carlos Alcaraz y Novak Djokovic.

El estadio de Roland Garros es imponente. La pista donde se disputa la final del boxeo es un cubo gigante en cuyo centro resalta un cuadrilátero azul, custodiado por jueces atentos que anotan el más mínimo movimiento.

La tarea era inmensa, pero Erislandy no temía. Al «vikingo» cubano lo impulsaba una fuerza tremenda desde que llegó a París. Y se comió el mundo. La fibra de león lo impulsaba hacia adelante, una y otra vez, camino a la victoria. Derecha, izquierda, no importaba el público en contra.

El vikingo de Cuba bailó en casa del trompo. Ganó la pelea 3-2 por votación dividida.

En el primer asalto la victoria fue clara, un amasijo de golpes ponía en duda la fortaleza del francés ante su propio público. Sin embargo, en el segundo round las papeletas se invirtieron y el cubano estaba debajo para los jueces.

«La estrategia fue hacer una pelea inteligente, pero con agresividad», decía una hora más tarde el cienfueguero, cuya felicidad no le cabía en el rostro tras el triunfo que ni el mismo creía.

«Durante el combate hubo un momento en que perdí la comunicación con la esquina y pensé que había perdido el primer round y que luego había ganado el segundo tres a dos. Y dije, ¿cómo es posible? Entonces salí a comerme el mundo en el tercero», agregó entre risas al contar las particularidades del encuentro.

Pero para este fajador natural el momento más tenso de la pelea fue el instante del veredicto. La pausa se hizo inmensa y un silencio se apoderó del auditorio que esperaba el resultado. Y la victoria era para Cuba. El árbitro alzó su brazo y de la esquina azul se agitaron banderas.

El vikingo brincó sobre el ring como niño pequeño. Hizo una pirueta como en sus tiempos de gimnasta y miró al cielo. «Quiero dedicarle esta medalla a mi abuelita, la cual falleció justo cuando clasifiqué en Tailandia para estos Juegos Olímpicos.

«Era un rival difícil, él me ganó en el mundial del 2023, pero desde ese entonces yo he cambiado y hoy salí a darlo todo. En aquel choque yo era novato, era la primera vez que yo iba a una final; pero me dije, tengo que ir por la medalla de oro, que es lo que quiero y lo que más desea el pueblo de Cuba. Vinimos a disfrutar la pelea».

Y tanto disfrutó sobre el ring que antes de bajar del cuadrilátero un baile del Caribe se apoderó del lugar. Hasta los franceses más reticentes de su victoria dibujaron una sonrisa y aquel muchacho de Cienfuegos vivió la gloria.

«Estoy muy feliz por haber aportado la segunda medalla de oro para Cuba, pero estoy seguro de que vendrán muchas más».

Cuando pasen los años, Erislandy Álvarez sabrá realmente el tamaño de su gesta. Es demasiado humilde para reconocerlo y saber que se impuso en tierra de campeones.

En fotos, pelea de Erislandy

 

  • Cubadebate

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