Un amor sin igual
Desde pequeño nos enseñan el amor hacia las personas. Con el paso del tiempo aprendí a amar a los deportes. Aún era muy chico la primera vez que corrí detrás de un balón. No tenía idea por qué lo hacía, pero encontré un nuevo mundo.
Los deportes te roban sonrisas, te dan tristezas cuando pierdes, .pero siempre quedas con más ganas de volver a correr detrás de una pelota. Hoy tengo 21 años y mi vida ha girado en torno a los deportes. Quizás por no decidirme por uno específico, no logré ser el profesional que siempre soñé desde niño, pero cada uno de ellos tuvo un momento especial en mi vida.
En el fútbol encontré un refugio para mi cuerpo y mi salud. En momentos de absoluta tristeza me vestía y corría sin parar hacia el Ateneo a despejar mi cabeza para luego volver con una sonrisa a casa. Pasaron los años, mi amor por los deportes no cambió. Aunque no pude crecer como profesional en ellos, decidí estudiar Periodismo para mantenerme muy cerca.
Cuando comencé la universidad pensé que ya no estaría vinculado a ningún deporte, la casa de altos estudios de Matanzas exige mucho en la preparación como estudiantes. Para mi grata sorpresa realizan los Juegos Yumurinos.
Siempre le guardé un cariño especial al voleibol y la última vez que lo jugué no tenía la estatura suficiente para entrar al equipo de Matanzas. El reencuentro fue muy bonito, conocí personas que se convirtieron en mi familia. Juntos, con mucho esfuerzo y trabajo hicimos historia. Nadie tenía esperanza en ese grupo pequeño que representaba la Facultad, hasta que nos proclamamos campeones por primera vez en la historia en esa competición.
Ese día no fuimos seis jóvenes sudados gritando de emoción, fuimos una familia, la representación de todos los que en algún momento pasaron por la Facultad para llevarla a lo más alto de los Juegos Yumurinos. Este deporte nos dio ilusiones y nos motivó a prepararnos para futuras competencias, nos unió mucho más y nos enamoró de la pelota en el aire esperando que la golpeen.