2 de mayo de 2024

Radio 26 – Matanzas, Cuba

Emisora provincial de Matanzas, Cuba, La Radio de tu Corazón

Educación sin fecha de vencimiento

Mi abuela habla siempre de su juventud con ese brillo chispeante en las pupilas, que no se apaga por avanzado y sofisticado que sea el mundo moderno. Cuando mima habla de esos tiempos pueden pasar las horas que me parece estar leyendo uno de mis libros favoritos. Y no porque aquellos años fueran color de rosa, para nada; abuela vivió también los tiempos convulsos de persecución y miedo a la tortura, conoció ese susto que sintieron tantas familias involucradas en la lucha clandestina. Sin embargo, me gustan  mucho las historias sobre la educación que recibió de sus padres.

 

Mi abuela habla siempre de su juventud con ese brillo chispeante en las pupilas, que no se apaga por avanzado y sofisticado que sea el mundo moderno. Cuando mima habla de esos tiempos pueden pasar las horas que me parece estar leyendo uno de mis libros favoritos. Y no porque aquellos años fueran color de rosa, para nada; abuela vivió también los tiempos convulsos de persecución y miedo a la tortura, conoció ese susto que sintieron tantas familias involucradas en la lucha clandestina.

Sin embargo, me gustan  mucho las historias sobre la educación que recibió de sus padres. Los viejos eran estrictos y de qué manera, pero le enseñaron valores que ella trató luego de transmitir también a las siguientes generaciones. Que los niños intervinieran en las conversaciones de los adultos, por ejemplo, o que no estuvieran todos a la mesa a la hora de la comida, era impensable.

Cuenta que la familia compartía de una cena sazonada con las experiencias del día y la sonrisa de los más pequeños. Decir palabras obscenas, faltarle el respeto a otros, subir la voz en lugares públicos o no compartir un cordial saludo de buenos días, podían acarrear fuertes represalias en el hogar; sí porque eso de discutir frente a todos o dar gritos en la calle tampoco era bien visto.

Abuela dice que los mayores no tenían que decir las cosas varias veces; sin embargo se les obedecía y amaba, incluso con mayor ímpetu. No había mucho dinero tampoco, y lo de malcriar a los hijos con tantas competencias materiales, no tenía cabida; al menos en las casas humildes, donde al final se moldeaban en bruto tesoros muchos más valiosos: los del espíritu.

De los severos castigos o la corrección a golpe de vara también me cuenta, aunque no comparto los excesos y prefiero saltar a la página siguiente. Luego, cuando esos ratos de historias acaban y me encuentro sola en diferentes escenarios evoco las enseñanzas de abuela  ante tantas muestras de irrespeto e indiferencia.

Y es que no hay que ir muy lejos para presenciar cómo muchos miran los videos o canciones de sus celulares a todo volumen en los lugares menos adecuados, dígase la sala de espera de un hospital; o cómo el saludo tras la llegada a la parada de ómnibus o  a un centro laboral cae en el vacío. Tampoco es extraño que de repente nos convirtamos en testigos pasivos de la pelea a toda voz entre los vecinos cuando no se ponen de acuerdo, por ejemplo, en quién debe recoger las hojas de aguacate que caen en el patio del edificio, mientras nosotros aunque repelemos los gritos, no dejamos de pensar en los vistosos aguacates y en los elevados precios que piden por ellos los carretilleros.

Pero más allá de la jarana y sin entrar ahora en el espinoso tema de los precios, me preocupa que muera la educación y esta sociedad, de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) termine por convertirnos en seres fríos e insensibles, vacíos por dentro, aunque nos empeñemos en mostrar muchos adornos externos; paradójicamente en una tierra que siempre ha desbordado solidaridad y humanismo.

“La educación comienza en el hogar”, he escuchado desde niña; pero parece que hoy existen muchos hogares disfuncionales donde resulta imposible transmitir algo realmente duradero a los hijos. Y es que al final, los tenis de marca se desgastan, la ropa pierde el encanto de la primera puesta y los juguetes se tiran cuando toca a la puerta el cansancio; pero sin lugar a dudas la educación, inculcada en la casa y reforzada en la escuela, esa no tiene fecha de vencimiento.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *