El pensamiento no perdona

Ferrer, el maestro que enseñó, educó y creó valores.
El cerebro guarda una cantidad de recuerdos que hasta uno se asombra. Es sorprendente cómo cualquier imagen, olor o palabra te remonta años atrás, sin tener algo que ver con el hecho que lo provocó.
Para nadie es un secreto que adquirir cualquier producto trivial en Cuba resulta una complejidad. Mi esposa hacía días que necesitaba comprar un jabón para lavar, pero por una causa u otra no lo habíamos adquirido.
El domingo salimos a buscar algunas provisiones. No voy a contar lo que compramos ni lo que gastamos, pero fue más que el sueldo del mes. Al llegar a la casa le pregunté si había comprado el jabón y me dijo que sí. Esa respuesta me dio alegría. Al preguntarle cuánto le costó, su respuesta me dejó boquiabierto: 220 pesos.
En ese instante me vino a la mente mi maestro de primaria: Nilo Ferrer, el profesor que con más cariño recuerdo de mi etapa de estudiante, desde primaria hasta la universidad. Ferrer fue mi maestro antes del triunfo de la Revolución. Mi escuela funcionaba en un barrio donde prácticamente todos éramos muy pobres, por lo que él, con su salario de 118 pesos, trataba de ayudar en lo que podía. Cuando aquello no existían los matutinos, pero siempre buscaba un espacio para hablar de cívica, enseñar modales y preparar personas de bien. Hablaba de limpieza, tanto del cuerpo como de los sentimientos y el andar por la vida. Recuerdo uno de sus discursos, o mejor, de sus enseñanzas.
En una oportunidad, un niño asistió a la escuela con su ropa sucia. En ese momento, el maestro no dijo nada, pero al día siguiente su charla versó sobre el tema, sin mencionar a quién se refería. Dijo: «Yo quiero que todos vengan a la escuela con sus uniformes o ropa limpia, no importa si está remendada, pero limpia. Y continuó: me parece que, por pobre que sean sus padres, tienen 16 centavos para comprar un jabón de lavar». Ese era el precio de esa época. Agregó: «Si no lo tienen, me lo dicen que yo se lo compro». Hermoso gesto, porque no humilló al alumno y también se ofreció a comprar el jabón. Al decirme mi esposa que el jabón le costó 220 pesos, ese recuerdo que acabo de narrar se atropelló en mi pensamiento. En silencio brotó la siguiente pregunta: ¿Qué se habría hecho mi maestro si hoy tuviera que comprar varios jabones al precio actual? El pensamiento no perdona.
Preguntas relacionadas. Si algunos de los lectores conocieron al maestro Ferrer, fueron alumnos de él o simplemente tuvieron referencia por parte de padres o amistades, me gustaría conocer su criterio.