28 de marzo de 2024

RADIO 26 DESDE MATANZAS

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Mujer al rescate

... la muerte de los rescatistas Luis Alejandro y Yoandra Suárez López me trae a la memoria cuando fui tutora de Nailet Rojas Reina en la tesis “Osadía de ser la única”, un libro de entrevistas que aborda las realidades de mujeres cubanas que son únicas en desempeñar trabajos no tradicionales.

 

… la muerte de los rescatistas Luis Alejandro, de 23 años, y Yoandra Suárez López, de 40, me trae a la memoria la graduación de 2020, cuando fui tutora de Nailet Rojas Reina en la tesis “Osadía de ser la única”, un libro de entrevistas que aborda las realidades de mujeres cubanas que en el siglo XXI son únicas en desempeñar determinados trabajos no tradicionales.
Yoandra habita en el libro. Aquí les dejo la entrevista para que admiren a esta mujer en su dimensión humana y profesional. Reproduzco la entrevista, pues forma parte del reservorio de investigación de FCOM (Facultad de Comunicación) y sirve hoy para rendir homenaje a una mujer ícono.

Es la única fémina que integra el Destacamento Nacional de Rescate y Salvamento del Cuerpo de Bomberos de Cuba. No se imagina haciendo otra cosa, desde los 16 años es bombera voluntaria en el Comando de su natal Artemisa.

Corría el mes de septiembre y las costas del Malecón habanero se torcían bajo los efectos de vientos convulsos y marejadas rabiosas. A cientos de metros más allá del litoral, dos hombres combatían a brazadas en la más compleja batalla: la de la supervivencia. Yoandra descendió por los riscos de la vieja muralla sin más armadura que el traje de buceo y el arduo entrenamiento, miró al océano de frente y este le golpeó el rostro con una ráfaga cargada de sal, entrecerró los ojos y visualizó su objetivo: rescatar a aquellos hombres de un impetuoso mar dispuesto a devorarlos… y a devorarla.

Entre las filas del Destacamento Especial Nacional de Rescate y Salvamento del Cuerpo de Bomberos de La Habana, Cuba camina en una artemiseña que se distingue por ser la única mujer en el país que ejerce como rescatista. El simple hecho de no haber nacido varón la obligó a esforzarse el doble que el resto desde aquel momento en que la calificaron apta para efectuar los múltiples y dificultosos ejercicios que exige la academia.

Carlos Humberto Soler Ferrer, el instructor de todas las materias, mintió cuando dijo que la trataría igual que al resto. Lo cierto es que demandaba más de ella que de nadie. Y para ese 2012, Yoandra Suárez López se limitaba a cumplir con las órdenes de su superior, aunque en ocasiones las considerase injustas y desiguales.

Al día de hoy le reconoce al profesor su impecable formación física y mental. Gracias a esos interminables entrenamientos se convirtió en la persona que es, pues cada una de las vidas salvadas mantienen el mismo trasfondo: las enseñanzas de Bardoquín, como lo suelen llamar.

Más de cuarenta interesados se presentaron a aquella convocatoria de 2012 para formarse como rescatistas, la mayoría de ellos vislumbró el fin de la travesía durante el chequeo médico efectuado en el Hospital Militar Central Dr. Luis Díaz Soto, más conocido como el Naval. Las pruebas de natación decantaron a un último solicitante, y al final de la semana solo seis de ellos fueron considerados competentes para someterse a tales entrenamientos.

El Comando de Bomberos de la Zona Especial de Desarrollo Mariel se convirtió en escuela, terreno y residencia durante los seis meses de adiestramiento. Cuando ella y Bardoquín se conocieron, él le lanzó su juicio sin miramientos: le aclaró que si era capaz de mantener el ritmo de los ejercicios y estaba a la altura de la formación, no tendría objeción alguna en validarla como Técnico de Rescate; le dijo, además, que su condición de mujer no iba a ser motivo para condescendencias.

De igual manera, ella no hubiese tolerado concesiones, supo desde siempre que aquel había sido durante mucho tiempo un mundo de hombres, su padre se lo recordaba cada día, pero nada haría mella en su espíritu de guerrera. Por tanto, miró al maestro y convirtió esas palabras en su lema. Echó una ojeada a su interior y descubrió quién quería ser y decidió rescatar personas porque es lo que hace mejor y porque ama ganarle batallas a la muerte.

Las jornadas de intensos entrenamientos en el Mariel comenzaban con el alba y se extendían al ocaso, con la máxima de convertir a los muchachos en expertos si se trataba de bucear, rastrear, escalar, desafiar las llamas y socorrer mediante primeros auxilios: “Cada día nos sacaban el quilo, la mañana y la tarde eran de prácticas de diferentes habilidades y en las noches, luego del noticiero teníamos que dar en el aula las clases teóricas. Salíamos a hacer servicios; todo lo que tuviera que ver con rescate en la provincia Artemisa lo cubríamos nosotros.

“El Comando 5 está en el kilómetro 10 de la carretera de Guanajay, ese lugar se convirtió en mi casa. Yo estudiaba por las madrugadas que era el único tiempo libre que teníamos y también porque a esa hora estaba sola en el dormitorio. El resto de compañeros se iban para las fiestas y viraban directo a buscar mi libreta para aprenderse las cosas para el día siguiente, eso fue el primer día, al segundo escondí los resúmenes. Claro que sí, muy bonito, ellos de parranda y yo haciéndoles las tareas, para llegar después de mansa paloma a copiar todo resumidito, pues no. Yo tenía la libreta debajo de la almohada y ellos como locos virando el cuarto al revés”, recordó riendo. Luego agregó: “El entrenamiento era duro, pero no me arrepiento de nada”.

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Su unidad regresaba de prestar ayuda al Sistema Integrado de Urgencia Médica (SIUM) para la evacuación de una paciente de setecientas libras que vivía en un tercer piso de la Calzada del Cerro entre Churruca y Monasterio.

Bajaba del camión cuando escuchó, primero, el timbre largo, que indicaba la salida urgente de uno de los carros de bomberos; luego otros dos timbres, aquella era la señal de alarma para su equipo. En un abrir y cerrar de ojos llegó a la recepción donde le informaron de la emergencia: dos hombres al agua en el Malecón habanero.

Iban en el carro los cuatro técnicos de rescate, el jefe del equipo, el chofer y dos auxiliares a quienes ellos mismos entrenan, para que en el futuro puedan convertirse en profesionales del salvamento. Miró el reloj: apenas las once de la mañana. El clima, en cambio, anunciaba un prematuro anochecer; las nubes habían engullido el sol casi por completo y bautizaban las calles con un fino rocío. El viaje se le hizo eterno, tomó en sus manos la trenza que le rozaba la cintura, se la enroscó en lo alto de la cabeza y la sujetó con una liga que llevaba en la muñeca.

Saltó primera del camión cuando llegaron al lugar del incidente, en el largo muro se apretaban los espectadores. Las autoridades detuvieron el tráfico en el tramo que une la calle tercera con el túnel de Quinta Avenida para abrir paso al personal de salvamento y la ayuda médica. Sobraban las explicaciones, cada uno de ellos sabía el procedimiento a seguir en aquellos casos. Se congregaron en unos pocos metros dos unidades de rescate, el jeep de apoyo al destacamento, dos carros de emergencia del SIUM, varias patrullas policiales, e incluso, la prensa.

Las marejadas, provocadas por el frente frío que afectaba al país, se fundieron con las turbias corrientes del río Almendares y trasmutaron el azul del mar en una revuelta de aguas oscuras. El 30 de mayo del 2014 siete rescatistas se sumergieron en la costa capitalina. Yoandra intentó avanzar a toda marcha llevando a cuestas un salvavidas naranja mientras las olas la devolvían a los riscos. Con el mar no hay espacio para la improvisación y en situaciones como esas el tiempo es un enemigo que actúa sin piedad.

Alcanzó a uno de los pescadores y le colocó la mano sobre el flotador, el hombre se aferró a la balsa y comenzó a toser con fuerzas hasta vomitar casi toda el agua salada que había tragado. La joven giró en busca del otro y solo vislumbró crestas de espuma; volteó al lado contrario y descubrió que sus compañeros ya lo habían alcanzado. Respiró aliviada. Dos rescatistas se le unieron justo cuando examinaba al sujeto, se aseguró de que no estuviese herido y solo fuera un leve grado de hipotermia.

Se unieron para intentar escapar de los torbellinos marinos, pero el viento y el río habían pactado un acuerdo diferente. Las inclemencias del tiempo los obligaron a permanecer en el agua más de lo esperado, sin embargo, luego de un rato de rudos embates, el océano comenzó a amainar. La imprudencia de aquellos dos hombres no solo constituyó un riesgo para sus vidas, sino también para los valientes que se lanzaron al agua a rescatarlos.

El oleaje diezmó y en un gesto indulgente les concedió la serenidad necesaria para continuar con el rescate y abandonar de una vez el húmedo escenario. Se desplazaron casi al unísono hacia una zona que facilitó el regreso a tierra firme. La mujer miró de frente al sujeto que llevaba casi a rastras y descubrió que el miedo se había convertido en alivio. Ella ama esa expresión, quizá porque también la vive en cada una de las misiones.

Cuando salieron del agua habían transcurrido cuarenta minutos, tiempo récord para efectuar un rescate en tales circunstancias, a ella le había parecido una eternidad. Fueron recibidos por una ovación proveniente de los curiosos que observaban desde el otro lado del muro. Ella no salva vidas para obtener reconocimientos, siempre ha dicho que su trabajo se sustenta en la humildad y luego de cada rescate le es suficiente con sentir la satisfacción del deber cumplido. El personal del SIUM se hizo cargo del examen físico de ambos pescadores, ella regresó al camión y comenzó a secarse.

La prensa buscó entrevistar a los protagonistas de la proeza, y realzar el trabajo de los héroes pertenecientes a la fuerza élite del Cuerpo de Bomberos de Cuba. La rescatista, sin pensarlo dos veces, buscó refugio en lo profundo del carro, lejos de los lentes de las cámaras. Aprendió a combatir el miedo en los entrenamientos diarios y la preparación especializada recibidos como parte del destacamento, sin embargo, en la academia no le enseñaron cómo enfrentarse a un micrófono y a un dispositivo de video. Yoandra detesta las entrevistas.

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Una unidad de rescate tiene como designio salvaguardar vidas ante emergencias médicas tales como derrumbes de edificaciones, accidentes de tráfico, evacuaciones en alturas, inmersiones e incendios. Cada vehículo está equipado con una amplia gama herramientas que permiten el reconocimiento térmico en condiciones de poca o nula visibilidad, la perforación, el ascenso o descenso y el manejo de materiales como el acero, para lo que se utilizan: grandes pinzas de corte, prensas, andamios, grúas, sierras, tenazas, gatos hidráulicos, etc.

Por otra parte, los integrantes del destacamento reciben preparación relativa a primeros auxilios y extracción de zonas de riesgo mediante el empleo de cuerdas, collares cervicales, camillas, tanques de oxígeno, tablillas, trajes de inmersión, equipos de respiración, vendajes, etc.

Todo ello se suma al absoluto rigor y la sabia consagración de los que constantemente ponen en riesgo sus vidas para salvar a otros. La artemiseña se enamoró de su profesión cuando apenas tenía dieciséis años. Comenzó a visitar a los bomberos de su natal Artemisa porque formaba parte de las actividades escolares del círculo de interés al que pertenecía en duodécimo grado. Al inicio asistía a los encuentros un notable grupo de estudiantes: tanto a hembras como varones, pero el tiempo terminó por diezmar el entusiasmo de la mayoría y unos pocos permanecieron como voluntarios en el comando, siendo ella la única muchacha.

“Nos enseñaron a usar máscaras, botas, capas y trajes isotérmicos, cubríamos situaciones en el terreno de menor envergadura; lo más frecuente eran las extinciones de incendios en los cañaverales que rodean Artemisa. Nosotros éramos voluntarios, pero nos formaban al mismo nivel que a los reclutas que pasaban el servicio militar en el Cuerpo. Pero yo siempre me propuse ascender a lo más alto del Cuerpo de Bomberos: la Brigada de Rescate y Salvamento. Por eso aproveché al máximo las lecciones para aumentar y consolidar mis conocimientos”, señala.

Durante su estancia en la estación de bomberos aprendió también los tipos de mangueras, cómo hacer un despliegue de las mismas, los usos para los diferentes pitones, realizó simulacros en los que atravesó paredes de fuego, búsquedas a oscuras en cuartos inundados de humo, ejercitó cómo desenvolverse en situaciones de rescate y escalamiento. Cada ensayo afianzó la confianza en el equipo usado y, a los ojos de ella, constituyeron una oportunidad para demostrar que las mujeres también pueden ser bomberas.

La chiquilla ejecutó las muchas maniobras con la avidez y la entrega de quien ama lo que hace. Sin embargo, en casa, la situación se tornaba cada vez más compleja y restrictiva.

“Mi papá nunca estuvo de acuerdo con que yo fuera bombera. Me decía que eso eran cosas «de hombres», incluso, me prohibió ir a entrenar al comando. Por eso tuve que hacerlo todo escondí´a”, confesó. “Ay niña, si no lo hubiera hecho así no estuviese aquí ahora. Los fines de semana le decía que me iba a estudiar para la casa de unas amiguitas y, como en esa época casi nadie tenía celular, no podía localizarme. Escapándome fue que me pude hacer auxiliar del Cuerpo de Bomberos de Artemisa.

“Cuando terminé el pre pensé en alistarme en la escuela Nacional de Bomberos (ENB), pero si yo le llegaba a mi papá con esa noticia puedes estar segura de que le daba un infarto”, agregó, “así que para no llevarle la contraria decidí a estudiar enfermería porque era otra manera ayudar a salvar vidas”.

Comenzó en la especialidad sin dejar de asistir, al término de cada semana, a los encuentros con la que ya se había convertido en su otra familia: el cuerpo. Luego de tres años en el sector de la medicina obtuvo el Técnico Medio en Enfermería. Pensó en continuar los estudios hasta obtener el título universitario, pero la vida no siempre se presenta cómo uno la desea.

“Mi hermana mayor se fue a cumplir misión internacionalista y yo me quedé con mis los sobrinos. Entre las guardias en el hospital, la escuela, las prácticas con los bomberos, las tareas de la casa y la atención a los niños, resistí menos de cuatro meses. No me quedó más remedio que pedir licencia hasta que volviera mi hermana. Pero siempre me prometí retomar los estudios en algún momento para alcanzar el grado de Licenciada”, resaltó.

A pocos días del regreso de la hermana, la delegación de su provincia anunció el inicio de un curso profesional. La decisión de Yoandra estaba más que clara: “yo iba a ser bombera sin importar lo que dijeran”. Comenzó, así, a formarse como especialista de Rescate y Salvamento aún a escondidas del padre, quien no supo del asunto hasta el día en que ella lo invitó a su graduación como rescatista.

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La rescatista creció junto a dos hermanos: Andrea es la mayor, le sigue Yoandra y luego Ricardito. Perdió a su madre a los dos años de edad, durante el parto del menor de los hijos. Dice que no recuerda nada de ella, solo tiene sus fotografías. De pequeña fue tranquila y con muchas responsabilidades. Recuerda llegar de la escuela, sentarse a hacer los deberes y hacerse cargo luego de los quehaceres del hogar. Era ella quien limpiaba, cocinaba y lavaba la ropa. Cuando terminaba las tareas ya era tarde para salir a jugar a la calle o sentarse a ver dibujos animados.

La cotidianidad le forjó el carácter. Reconoce que en ocasiones es demasiado seria y cascarrabias; creando a su alrededor una muralla que aleja a la gente. Aprendió desde joven a hacerse cargo de su vida y de la de sus hermanos. Quizá fue eso lo que le despertó el afán de salvaguardar a otros del peligro.

Hasta ahora no ha salido herida en ninguna de las misiones, aunque en uno de los ejercicios mientras descendía a rápel de un helicóptero, notó que la cuerda estaba húmeda y la fricción con el guante la hizo deslizarse a gran velocidad. Detuvo la caída con el puño contra el suelo, sintió una punzada de dolor en la mano y notó los primeros signos de inflamación. Se ajustó un vendaje a toda marcha y lo cubrió con una espiral de esparadrapo. Dijo que estaba bien y pasó a la próxima habilidad que era en el agua. Una vez terminado con éxito el ejercicio, pasó a la revisión médica: un regaño del doctor por continuar la maniobra con la muñeca fracturada, un yeso en la mano derecha y treinta días de reposo.

En su tiempo libre se deleita confeccionando manualidades. Pertenece a un grupo llamado Manualistas y artesan@s del mundo, dedicado a la realización de todo tipo de confecciones. Elabora muñecos, elementos decorativos y los más variados accesorios mediante la utilización de foamy o goma EVA, fieltro, tejidos y alguna que otra bisutería. El objetivo es cumplir con cada uno de los retos que paso a paso explican y realizan en la página web del grupo. Si bien obtener los materiales se torna complejo y costoso para ella, lo cierto es que le encanta superar los distintos desafíos.

No trabaja sola, tiene de ayudante a José Ángel, su esposo, quien no pone objeción en cortar, planchar o salir en busca de la materia prima que necesitan. A tres años de matrimonio no se concibe sin la compañía de quien es, además, su compañero en el destacamento.

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Cuando culminó su preparación como rescatista en 2011 cursó los dos años y medio que requiere la formación de Técnico Medio en Protección Contra Incendios en la Escuela Nacional de Bomberos (ENB) Mártires de la Calle Patria. Luego se incorporó a la Brigada de Recate y Salvamento para laborar como lo que más disfrutaba. Junto con ella llegaron las dudas de los superiores de si podría o no cumplir con las riesgosas misiones. El recelo ante el hecho de que una mujer se desarrollara en aquellas cuestiones le hizo sombra durante un tiempo, pero una vez demostradas sus destrezas en el campo, los miembros del cuerpo aprendieron a respetarla y valorarla por la profesional que es.

José Ángel Bermúdez es uno de los técnicos de rescate que integra su equipo: “Desde que la vi con ese mal carácter, seria y centrada, me llamó la atención. Pero ella ni me miraba. Me pasaba todo el día dándole chucho y pintando mil monerías. Todo el mundo se reía, menos ella. Me lo puso difícil…, pero valió la pena”, cuenta entre risas a más de tres años de matrimonio.

Dice Yoandra que había llegado a aquel lugar a trabajar, lo que fuera ajeno a ello distaba de sus intereses. El roce casi diario, el cuidarse las espaldas el uno al otro, las madrugadas de guardia en el comando y la sincera preocupación de él terminaron conformando un cariño y luego el amor, pese a las negaciones de la joven.

Ahora viven juntos en Artemisa, en la misma casa donde creció la bombera. “Desde que Jose llegó, la opinión de mi papá sobre mi trabajo ha cambiado mucho. Mi esposo le explica lo que hace un rescatista, los riesgos que se corren, las vidas que salvamos, ah, y como hemos salido varias veces en la televisión ya ve las cosas de otra manera. Bueno, el que siempre sale es Jose, yo no tengo nada que ver con las cámaras, ni con las entrevistas”, dijo ella haciendo una mueca. “A mí me da gracia porque mi papá nunca me ha preguntado nada, pero a él si le dice: « ¿Eh, y Yoandra hace todo eso?»”

Así aprendió el viejo hombre a aceptarla y enorgullecerse de ella. “Él no me lo dice directamente, pero los vecinos se acercan de vez en cuando para contarme cómo presume de su hija la bombera.”

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Desde el 2015 imparte clases relativas a técnicas de rescate y salvamento en la ENB en La Habana, sobre todo en cuestiones de escalada. Le parece una lástima que durante estos años ninguna otra muchacha se haya interesado en pertenecer al cuerpo.

Ella rompió con los estándares establecidos. Sus capacidades y conocimientos fueron cuestionados más de una vez por ser la primera y la única en atreverse a incursionar en tal campo. Alberga la esperanza de que otras mujeres descubran el orgullo que siente como profesional. El camino no ofrece facilidades para las que luchan por el cambio, pero la satisfacción de expresar un “yo también puedo hacerlo” compensa cualquier sacrificio.

Son múltiples las anécdotas acumuladas durante los ocho años de servicio, cada misión es diferente a la anterior y el mayor deber es estar preparada para los múltiples eventos que se pueda encontrar durante el rescate. Muchas veces improvisa para salvaguardar la vida de alguien, porque como bien afirma, en ocasiones la más moderna tecnología estorba a la hora cero y hay que pensar en tiempo record la mejor manera de resolver la situación, fundamentalmente en los lugares de difícil acceso.

Una de las últimas misiones, el 24 de julio de 2020, la llevó a un derrumbe en la calle Monte 1061 entre Fernandina y Romay, dirección perteneciente al municipio Cerro. María Magdalena Olivares, una señora de 68 años, quedó atrapada bajo los escombros de un edificio que colapsó alrededor de las 6:30 de la tarde.

“El rescate duró unas tres horas, pero sacamos a la señora con vida luego de que colapsara el techo de su vivienda. Carente de minutos para efectuar el rescate he inmovilizado a personas no con tablillas, collarines o camillas, sino con unas tablas de madera que encontré en el lugar del desplome y unos cordones de zapatos. En otras ocasiones detuve hemorragias con tiras de ropa del propio herido en vez de utilizar gasas o rollos de esparadrapo”.

Vive convencida de que cuando tiene el tiempo jugándole en contra no puede perder un segundo en salir a buscar los materiales requeridos para tales procedimientos y se las arregla para evacuar a las víctimas de las zonas de riesgo, con la seguridad de que una vez fuera de peligro, los paramédicos se encargarán de darle un tratamiento más adecuado al paciente.

El trabajo le enseñó a lidiar con las vivencias más dolorosas, a hacerse fuerte, crecerse ante los obstáculos y, al mismo tiempo, despertó su parte más humana. Enfrenta con paciencia y comprensión las protestas de sus rescatados: “nosotros debemos estar claros de que durante un rescate es normal que las personas se desesperen y se quejen, porque les duele la manipulación aunque lo hagas con mucho cuidado, porque están incómodos, porque tienen miedo. Entonces hay que calmarlos, y hacer un trabajo psicológico muy grande para poder continuar con la misión.”

Entiende a los pacientes evacuados de las alturas, pues se enfrentan al temor de verse atados por completo a una camilla que pende a más de diez metros sobre suelo. Ella los acompaña durante el transcurso del procedimiento dándoles el apoyo necesario para efectuar un traslado sin riesgos de ataques de pánico, ascenso de la presión arterial o, en el peor de los casos, graves complicaciones de tipo cardiovascular.

“En las misiones no siempre todos pueden ser salvados”, dice con seriedad. “Hace unos años, el 31 de octubre de 2017, recibimos la alarma de un derrumbe en Neptuno 511, entre Campanario y Perseverancia, eso está en Centro Habana, con tres personas atrapadas bajo los escombros. Apartar la montaña de trozos de concreto constituyó una proeza. Si los fragmentos de la construcción son removidos al unísono o de manera seguida e inestable existe el riesgo de provocar un síndrome por aplastamiento y eso sí resulta mortal para quienes estén debajo de la edificación. En esos casos, construimos un túnel, lo más complicado es que lo tienes que hacer de la manera más rápida y menos riesgosa, solo así la extracción es exitosa.”

Si bien en estas situaciones se sospecha siempre que haya un nicho, aunque sea un espacio pequeño, por el cual el atascado pueda respirar, lo cierto es que las probabilidades de vida caen en picada veinticinco minutos después de sucedida la catástrofe. Durante la primera media hora el riesgo es relativamente inferior y es más probable que la persona sea sacada de manera satisfactoria; aun así, existe el temor de que la víctima haya aspirado polvo, tenga fracturas o heridas de cualquier tipo.

En el incidente de la Centro Habana fueron desenterrados con vida una muchacha y un muchacho, el tercero había fallecido en el momento del impacto; y es que el peso de tres pisos deja escasas posibilidades a la supervivencia. Con cada nuevo servicio se expone a los más diversos peligros, por eso garantiza el cumplimiento de las medidas de seguridad para salvaguardarse a sí misma, intentar que los riesgos la afecten lo menos posible, y recordar que cada integrante del equipo tiene sobre sus hombros la responsabilidad no solo de proteger a las víctimas, sino también de velar por el resto de sus compañeros.

“Un salvamentista sabe que sale de casa a trabajar, pero no tiene la certeza de que regresará. Eso es algo que saben los nuestros. Tratamos en todo momento de cumplir con los protocolos de seguridad, pero realmente no pensamos en arriesgar nuestras vidas para completar con éxito cada rescate. Yo hago lo posible, y en ocasiones hasta lo imposible, por salvar a todos los implicados en una situación de emergencia. Llevo más de ocho años trabajando en el Destacamento y la misión más difícil para mí es decirle a una persona que su hijo, su padre o su hermano ha muerto.”

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La Compañía no le teme a las noches y madrugadas de buceo en busca de personas sumergidas. Por lo general los rescates tienen el mejor de los desenlaces, pero en casos de catástrofe influyen factores ajeno s a la voluntad de los héroes, pues la corriente pudo haber arrastrado el cuerpo a algún lugar desconocido o quizá algún animal se les adelantó.

Cada vida perdida es un golpe para su conciencia, entiende que no debe culpa de las negligencias de otros, pero eso no la exime de la tristeza ante una muerte prematura. Tiene ahora 36 años esta mujer de poco hablar que no se vanagloria de sus logros porque los considera un deber.

Los compañeros de trabajo cuentan que a diario la gente la detiene en la calle porque la recuerdan de algún servicio. Ahora la llaman Yoa y dicen con orgullo que son ellos quienes comparten el peligro con la bombera del destacamento e incluso, de vez en cuando, la convencen para que acepte ser entrevistada por los periodistas interesados en su historia.

Fue de las primeras en llegar al fatídico accidente de aviación que marcó el curso de nuestra historia en mayo de 2018. Ese viernes, Yoandra y Jose cubrían las guardias en las terminales aéreas del Aeropuerto Internacional José Martí. Se cambiaban de ropa cuando sintieron la explosión, no sabían a ciencia cierta qué estaba sucediendo, pero los protocolos de actuación diseñados de antemano los dotaron de la agilidad necesaria para lanzarse a toda prisa por el tubo de descenso que lleva directamente al parqueo.

Llegaron al lugar de los hechos para enfrentarse al peor de los escenarios: el humo arrastrado por el viento se cernía sobre los trozos de metal y la centena de cuerpos esparcidos en el área. Una vez más su capacidad de respuesta ante situaciones adversas tomó el control de la situación. Ambos comenzaron la búsqueda de sobrevivientes al tiempo que se les unieron los miembros del Comando Especial de Bomberos de Capdevila, ubicado a escasos kilómetros del desastre en el municipio de Boyeros.

En apenas minutos se reunieron en aquel tramo entre el Aeropuerto y Santiago de las Vegas bomberos, socorristas, paramédicos, miembros del equipo de Medicina Legal del MININT y del cuerpo policial, los múltiples servicios especializados del Ministerio de Transporte, mandos provinciales del Poder Popular y el Partido y el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. La tragedia del avión arrojó un total de ciento doce fallecidos, incluida la tripulación. Yoandra nunca había asistido en una catástrofe de tal envergadura.

Hombres, mujeres y niños murieron tras la explosión y dejaron detrás un macabro escenario que caló en su memoria para siempre. En pocas horas, La Habana se movilizó para trasladar a los heridos y sepultar a los que perecieron en el impacto. La guardia de la rescatista terminó bajo fuertes lluvias. Esa noche fue a la cama consternada.

Volteó a mirar al esposo y descubrió en sus ojos la misma impotencia que ella sentía. Soltó todo el aire de golpe y, cual promesa, dijo: “Mañana será diferente…, mañana salvaremos vidas”.

  • Tomado del perfil de FB de Iraida Calzadilla.

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