La deuda de los sobrevivientes (+audio)
Ella toma un paño suavemente entre sus manos. Con él frota, entre lágrimas, la superficie de la foto como si de la imagen fuera a emerger en cualquier momento el cuerpo del joven. Junto a esa, 16 fotografías custodian la Plaza de la Vigía esta mañana de sábado.
Son 17 nombres. Se escuchan 17 campanadas en honor a quienes hace un año pusieron el pecho frente a las llamas y, desde el fuego, el arrojo y la pasión propia de los espíritus libres como los suyos, supieron merecer la inmortalidad.
Ella, como todos los familiares de los caídos durante el incendio de la Base de Supertanqueros de Matanzas y el pueblo, rememoran con el estremecimiento del primer día, el fatídico 5 de agosto de 2022.
Alguien podría pensar que luego de un año el tiempo se habrá encargado de mitigar el dolor, pero no ha sido así. 365 días no alcanzan, como no alcanzará una vida entera para borrar el timbre de sus voces, para olvidar el último momento que compartieron juntos, la caricia que lograba destruir cualquier intento de preocupación, el abrazo que reconstruía el alma.
Abrazados lloran a sus hijos, a sus padres, a sus hermanos, como la gran familia que se unió por el sentimiento desgarrador de ausencia que comparten. Solo cada uno de ellos comprende a cabalidad el padecer de los otros, porque solo cada uno de ellos lo vivió en carne propia.
Las flores vuelven a depositarse sobre el lugar donde descansan. En el momento en que se detienen frente a la tumba regresan de súbito las memorias de los días felices, los recuerdos de las pruebas que superaron unidos, los consejos, los aniversarios, en fin, la vida juntos.
Ahora acaricia la fría piedra blanca que los separa. Sabe que ya no puede escucharla, pero confía en esa conexión que entre ellos siempre existió y lo arrulla con sus palabras, besa la rosa blanca en sus manos como si en ella le dejara todo el amor que le tenía reservado y no tuvo tiempo de darle.
Yo, que los observo distante, disimulo la lágrima que asoma. No se compara este dolor con el suyo, tan intenso y profundo que alcanza los huesos, las arterias, el corazón. La deuda que tenemos con ellos es impagable. Nosotros, los sobrevivientes, le debemos la sobrevida.