26 de enero de 2025

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Amelia Peláez y su impronta en el arte cubano (+audio)

El 5 de enero de 1897 vio la luz en la villareña ciudad de Yaguajay una de las más eminentes figuras del arte cubano, venerada por su prolífica obra plástica, su constante búsqueda de la identidad y autenticidad y, principalmente, por la profunda conexión con sus raíces culturales y el inquebrantable compromiso con la expresión artística que en vida siempre reflejó.

El 5 de enero de 1897 vio la luz en la villareña ciudad de Yaguajay una de las más eminentes figuras del arte cubano, venerada por su prolífica obra plástica, su constante búsqueda de la identidad y autenticidad y, principalmente, por la profunda conexión con sus raíces culturales y el inquebrantable compromiso con la expresión artística que en vida siempre reflejó

Alumna de la Academia San Alejandro y discípula predilecta del también distinguido artista Leopoldo Romañach, Amelia Peláez del Casal se convirtió en un ícono femenino de la pintura y la cerámica antillana.

Presentó su primera exposición a los 27 años y continuó su superación académica en Europa, donde además de recibir clases de la pintora, escenógrafa y decoradora rusa Alexandra Exter, exhibió su muestra personal en la Galería Zak.

En 1934, ya de vuelta en la Isla, hizo de su casa de «La Víbora» un taller y mantuvo desde entonces una activa presencia en el movimiento de artistas cubanos modernos, mereció un premio en el Salón Nacional y expuso, en el Lyceum, muchas de las piezas que confeccionó durante su estancia en París.

Peláez insertó multiples elementos de la arquitectura tradicional cubana a sus obras de naturaleza muerta, con composiciones provistas de líneas negras que conectaban y limitaban las zonas planas de color, y realzadas por su empleo del mediopunto, la luceta, los arabescos y giros de la herrería, así como por la brillantez de sus tonos azules, rojos y amarillos.

Por otro lado, resulta imposible no citar su ferviente entusiasmo por la cerámica en el período comprendido entre 1950 y 1962, así como su pericia frente a la pintura de murales, de la que reliquias visuales como la céntrica Rampa capitalina o la fachada del hotel Habana Libre quedaron inmortalizadas en la memoria colectiva nacional.

Abundan los lauros en su periplo profesional, entre ellos los que obtuvo en la II Exposición Nacional de Pintura y Escultura de 1938, el Premio de Mérito en el VIII Salón Nacional de Pintura y Escultura de 1956 y el premio Adquisición durante los certámenes de homenaje a los artistas Carlos Enríquez y Fidelio Ponce de León.

Asimismo, fue agasajada en 1968 con la Orden «30 años dedicados al Arte» gracias a su fecunda producción de la que se distinguen obras como «Paisaje de Puentes Grandes», de 1926, «Naturaleza muerta sobre ocre», de 1930; «Mujeres», de 1958 y «Flores Amarillas», de 1964, y sus incontables exposiciones, que deleitaron en Estados Unidos, Colombia, México, Brasil, España, Argentina y demás naciones.

Su deceso, el 8 de abril de 1968 a la edad de 71 años fue una dura pérdida para el pueblo cubano, mas subsiste en cada trazo y matiz, la impronta de aquella fémina que nos enseñó a celebrar la vastedad del arte, un lenguaje universal que, hasta la fecha, trasciende las barreras del espacio y el tiempo.

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