Por la recuperación del escudo natural de la Tierra
El Sol es nuestra principal fuente de luz y calor, razón por la que la vida en la Tierra sería imposible sin su energía. Sin embargo ese paquete incluye las radiaciones ultravioletas (RUV) que resultan perjudiciales para la salud de plantas, animales y muchos ecosistemas terrestres.
Pero sabia como es la naturaleza, dotó al planeta azul de un escudo o sombrilla compuesta por un gas cuyas moléculas tienen tres átomos de oxígeno, lo que conocemos como Capa de Ozono, una franja gaseosa que además de funcionar como una cubierta térmica al evitar la congelación o sobrecalentamiento de la Tierra, filtra la RUV-B dejando pasarlas RUV-A.
No obstante ese vital papel, la Capa de Ozono es muy vulnerable a procesos socio-industriales que desarrolla el hombre con el empleo de clorofluorocarburos (CFCs). Ejemplo son los aerosoles que fabrica la industria fármaco-cosmética y los gases refrigerantes utilizados en equipos de clima y refrigeración, que llevan al adelgazamiento y destrucción progresiva de la Capa de Ozono.
Justamente el descubrimiento, en 1985, de un agujero en la Capa de Ozono, llamó la atención de los científicos y estos a su vez exigieron la preocupación de todos ante la seriedad de ese peligro ambiental.
Quemaduras superficiales o profundas, manchas, envejecimiento prematuro y cáncer de piel, riesgo de desarrollar cataratas y otras enfermedades oculares, que pueden llevar a la pérdida de visión, el sistema inmunológico se vuelve más sensible a infecciones ocasionadas por virus y bacterias; disminución de las cosechas, perjuicios a los bosques y a la vida submarina por el incremento de la contaminación fotoquímica y el aumento de la temperatura global, son señales de una Capa de Ozono debilitada o ausente.
Así es que el 16 de septiembre de 1987 se firmó en Canadá el Protocolo de Montreal, para comprometer a los gobiernos y comunidades con la reducción y eliminación gradual del casi centenar de sustancias químicas que agotan la Capa de Ozono. La fecha permite celebrar el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono.
Para respaldar el Protocolo, la Enmienda de Kigali, que entró en vigor en 2019, trabaja para reducir los hidrofluorocarbonos (HFC), gases de efecto invernadero y muy dañinos para el medio ambiente
En este contexto Cuba sobresale por el programa nacional diseñado para preservar la Capa de Ozono. Dentro de las acciones desarrolladas está la instalación de una planta, en la fábrica de cemento de Siguaney, de Sancti Spíritus, para destruir las sustancias agotadoras del ozono (SAO) y la reconversión tecnológica de la industria de aerosoles farmacéuticos para el tratamiento del asma bronquial y las enfermedades pulmonares obstructivas crónicas.
A ello se une que hace tres años nuestro país entró en la fase final del programa dirigido a la eliminación de los hidroclorofluorocarbonos (HCFC), ampliamente utilizados en los equipos de enfriamiento doméstico, comercial e industrial.
Más o menos en un período de dos años casi tres millones de refrigeradores que funcionaban con gas R-12 fueron cambiados por otros, libres de SAO. Con este proceso se dejaron de emitir toneladas de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Y pese a la importancia de la actividad agrícola para la Isla, Cuba fue el primer país en vías de desarrollo que rechazó el uso del bromuro de metilo en la fumigación de cultivos protegidos como hortalizas, café y plantas ornamentales.
En compensación se aplican alternativas con métodos biológicos para el control de plagas y malas hierbas.
Bajo la asesoría y guía de la Oficina Técnica del Ozono se desarrollan cursos de buenas prácticas de refrigeración y climatización, campañas de divulgación para la protección de la Capa de Ozono y el chequeo del equipamiento que se importa para que no contenga SAO.
Estas y otras acciones medioambientales que llevan a cabo las naciones firmantes del Protocolo de Montreal además de disminuir las SAO en un 99 por ciento (%) y favorecer la recuperación del escudo natural de la Tierra, demuestran que las decisiones y operaciones colectivas, guiadas por la ciencia, son la única forma de salvar al planeta de la crisis que el propio hombre le generó.