Mi literatura está arraigada a mi tierra
Brian Pablo González Lleonart usa gorra, short y pulóver. Sonríe y habla con pasión de lo que sufre y crea: la poesía.
Delgado y de mediana estatura, este joven de 28 años de edad afirma que no tiene rutinas para escribir, aunque recalca que su ejercicio diario es leer constantemente, a veces tres o cuatro libros a la vez. Ha recibido los premios de poesía Aldabón, Mangle Rojo, Quijote y Eliécer Lazo, y el de minicuentos La cola de la serpiente.
La editorial Aldabón, de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) en Matanzas, le publicó su poemario Habitantes de Marte, y en estos momentos está en imprenta El rumor de un lejano galope de caballos, gracias a la editorial Áncoras, de Isla de la Juventud.
Sobre sus inicios y acercamiento a la literatura cuenta que su mamá, Mara, era bibliotecaria de su escuela primaria Desembarco del Granma, en Gelpi, un asentamiento en las afueras de la ciudad de Matanzas.
«Era una escuelita pequeña, de techo de tejas. Ahora tiene dos pisos y techo de placa, pues allí se construyó una comunidad y había que agrandarla», nos dice inmerso en la nostalgia de su niñez.
«Mi mamá no solo leía en la escuela, sino que en la casa también lo hacía porque es una gran lectora. Ahora mi biblioteca ha heredado una gran parte de sus libros. Más bien es lectora de novelas y narrativa en general, por lo que considero que la poesía fue para mí un autodescubrimiento. En mi caso soy un lector de todo tipo de literatura, incluso leo teatro desde mi adolescencia.
«Tuve de profesores en la primaria al repentista Orismay Hernández, quien trató de acercarme a la décima rimada y a la improvisación, pero eso no era lo mío, y luego en el preuniversitario Enrique Hart al escritor Ulises Rodríguez Febles y a su esposa María Isabel. Eso fue un privilegio, porque me llevaron por el mundo de la literatura. En aquel entonces no me imaginaba que me dedicaría de alguna forma a la literatura.
«Realmente entré a la Universidad de Matanzas (UM) en la carrera de Ingeniería Mecánica, y posteriormente me cambié. Me gustaban más las ciencias que las letras. Aunque prefería las matemáticas al español, saqué conclusiones: si me gusta leer y escribir, pues me aferraré a las opciones de la UM y así comienzo la Licenciatura en Periodismo. De esa manera me vinculaba más al mundo cultural matancero.
«Ya escribía de niño y adolescente manuscritos que guarda mi mamá. Con siete años participo en el concurso de literatura infantil Pelusín del Monte, convocado por Ediciones Matanzas y obtuve una mención especial».
—¿En qué sentido te benefició el periodismo en tu obra literaria?
—Como fui del Plan de Estudio D teníamos prácticas en los
medios de prensa cada vez que concluía un semestre, eso me daba una visión amplia del periodismo, la vida y la cultura, atendí el sector cultural en el periódico Girón. Tuve la suerte de conocer y estrechar lazos con el periodista Roberto Vázquez Pérez, quien me orientó en ese mundo.
—¿No empezaste directamente con la poesía?
—Realmente comienzo con cuentos y minicuentos. Gané en 2015 y 2019 con dos minicuentos el concurso La cola de la serpiente, de la Uneac en Matanzas.
—¿Entonces, cuándo llegas a la poesía?
—Creo que todos escribimos poesía en algún momento de nuestras vidas, sin saber que podrías dedicarte a ese género a lo largo de tu vida. Quizá en la secundaria escribí poemas románticos, pero nada de importancia. Prefiero el manuscrito. Me gusta la interacción con el papel y el bolígrafo, tachar palabras o versos, después los escribo en la computadora y vuelvo a revisar el texto o poema.
«Trato de que el texto repose antes de enseñárselo a alguien o publicarlo. Al volver a leerlo mi mirada es diferente y corrijo muchas cosas. Ballena es un poema que ideé en un ómnibus en el transcurso de la universidad hacia mi casa. Esas cosas suceden, un poema nace con rapidez y otro puede madurar durante meses o años.
«En 2015 estaba en la presentación de un libro de Alfredo Zaldívar y cuando escuché uno de sus poemas me impactó de tal manera que instantáneamente me puse a escribir uno inspirado en la leyenda de El perro invisible de Matanzas. Después en la casa revisé el texto apurado y lo mejoré hasta que lo presenté en el concurso José Jacinto Milanés. No ganó, pero me quedó ese amor por la poesía».
—En 2020 te publican tu primer libro Habitantes de Marte. Si hoy tuvieras que editarlo, ¿qué le cambiarías?
—Pienso que ningún libro está terminado ni llega a la perfección, y que siempre se puede mejorar. Mis textos no los enseño previamente, aunque de manera excepcional lo he hecho. Los trato críticamente conmigo mismo.
—¿Qué significa para ti la aceptación de tu poema 1995?
—Mis poemas son narrativos, como 1995, que tiene presente el espíritu del periodismo, narrando los principales acontecimientos. Ese poema me ha traído mucha alegría. Nunca esperé la aceptación que ha gozado, teniendo en cuenta que las personas mayormente miran la poesía como algo romántico. Es un homenaje al año en que nací, con la idea de que el año de nacimiento te marca para toda la vida. Un amigo me comentaba que en mis lecturas de poesía era obligatorio siempre incluir 1995.
—¿Cómo te vez inmerso en la tradición poética de Matanzas?
—Tengo que serle fiel a esa tradición, lo que no significa que sea igual a ellos. Mi poesía no es lírica, es todo lo contrario, y así me siento cómodo. En Matanzas tenemos el peso de la tradición poética centenaria, con una Carilda Oliver Labra cuyos sonetos son los mejores que he leído en mi vida. Siempre me he propuesto escribir desde lo universal anclado en Cuba. Podrás leer algo mío aparentemente lejano de la Isla, pero su raíz está en mi tierra muy arraigada.
—¿Qué te aportó la formación en el Centro Onelio Jorge Cardoso?
—Tuve la suerte de tener como profesor a Heras León. Últimamente se divide a los escritores como poetas, narradores, ensayistas, periodistas, dramaturgos…, sin embargo, todos son escritores. La materia prima o formato cambia, pero las técnicas y las formas de asumir el texto son la base para enfocarlo en las reglas de cada género. Como asumí la poesía un poco más que la narrativa, pues me funcionó igual lo teórico de ese centro.
—¿Te ha angustiado pensar que escribes y no te leen?
—Ese es un viejo dilema en la literatura. Uno escribe para que lo lean. He tenido la suerte de ser leído. Habitantes de Marte fue el libro más vendido en Matanzas, hasta que se agotó. De lo que escribo el primer lector tengo que ser yo, porque si no estoy satisfecho no lo trato de publicar. Aunque te advierto, en la balanza nunca voy a ser complaciente.
—¿Hobbies?
—Soy un deportista asiduo. Ni pinto ni canto. Jugando fútbol me fracturé tres vertebras y por esa causa estuve tres meses casi inválido encima de una cama. Después de jugar fútbol siento que escribo mejor y hasta paso un día más lindo. Cuando amanece me encanta correr por el viaducto de la ciudad.
—¿Tus responsabilidades como vicepresidente provincial de la AHS, te limitan o te han abierto puertas?
—Al no tener una rutina definida, no me ha afectado en el proceso de creación, y en un año y unos meses de vicepresidente escribí un libro nuevo. Obviamente te exige una carga de responsabilidad el tema de las reuniones, de atender cualquier conflicto de algún miembro. Siempre hay algo que hacer. A diferencia de otras organizaciones, uno está vinculado a artistas y al mundo cultural. Trato con artistas jóvenes igual que yo, con las mismas problemáticas e intereses. A pesar de lo difícil del contexto en que estamos, uno dialoga con los jóvenes de una manera natural, discutiendo las problemáticas artísticas. Trato siempre de ayudar en los proyectos que presentan los jóvenes y se puedan impulsar desde la AHS.
—¿Cuáles son las principales inquitudes camino al congreso de la AHS?
—Primero se reunieron los jóvenes en cada sección, oportunidad para recoger las inquietudes de los asociados y tratar de darles solución o tratar de trabajar en base a eso. Después sesionó la asamblea provincial. Un tema no solo matancero, sino de toda Cuba es el relacionado con la promoción y profesionalización de los jóvenes por parte de la empresa de la música. Igualmente hemos planteado la necesidad de un local para algunas manifestaciones de arte. No contamos con espacios para galería de arte, ni para teatro, ni danza…
- Hugo García/ Juventud Rebelde