23 de mayo de 2025

Radio 26 – Matanzas, Cuba

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Luis Posada Carriles: el rostro de la impunidad

Para la mayor de las Antillas, su muerte sin condena representa una derrota simbólica de la justicia universal, esa que debería ser ciega, pero que en este caso pareció mirar hacia otro lado con deliberada negligencia.
Posada Carriles

En el acto terrorista contra el avión civil de Cubana de Aviación, el 6 de octubre de 1976, murieron las 73 personas que viajaban a bordo. Foto: Jorge Oller

El 23 de mayo de 2018 fenecía en un hogar gubernamental para veteranos de Florida, sin enfrentar la justicia, uno de los más polémicos y repudiados cabecillas terroristas de la historia contemporánea latinoamericana, exiliado, protegido y tolerado durante décadas por gobiernos norteños y símbolo de la doble moral de una sanguinaria guerra encubierta contra el proceso revolucionario antillano.

Formado en los antros de la CIA durante la Guerra Fría, Luis Clemente Faustino Posada Carriles fue artífice de una extensa red de sabotaje contra el gobierno cubano, entre cuyos actos más infames figura el atentado contra un avión civil de Cubana de Aviación en 1976 que dejó 73 muertos. Aunque múltiples evidencias apuntaban a su responsabilidad intelectual en esta masacre, su proceso judicial se disolvió en las aguas turbias de la ilegalidad y la manipulación política, aspectos que jamás lograron saldar una deuda tan arbitraria como impagable.

No menos escandaloso fue su involucramiento en una serie de atentados con explosivos en hoteles de La Habana durante los años 90, uno de los cuales costó la vida al joven turista italiano Fabio Di Celmo. Si bien admitió con manifiesta frialdad su presencia en estas acciones, jamás enfrentó cargos criminales por ellas en suelo estadounidense, un territorio a bombo y platillo autoproclamado bastión contra el extremismo violento.

La indignación del pueblo cubano ante tal impunidad y el hecho de saberlo partícipe de no pocos atentados contra el Comandante en Jefe Fidel Castro no solo es comprensible, sino que constituye una reacción visceral y colectiva ante lo que se percibe como una prolongada afrenta histórica. La figura de Posada se entreteje con el dolor de cientos de familias, pero también con una narrativa más amplia de resistencia y dignidad frente al intervencionismo y la arrogancia imperial del verdugo que nunca fue juzgado, el mercenario que se escabulló bajo la sombra de la protección geopolítica.

Para la mayor de las Antillas, su muerte sin condena representa una derrota simbólica de la justicia universal, esa que debería ser ciega, pero que en este caso pareció mirar hacia otro lado con deliberada negligencia. Y es que aunque Posada Carriles pereció rodeado de senectud e insignificancia, el no haber pagado por sus fechorías lacera el ideal ético de la justicia internacional y refleja la hipocresía de quienes, con un discurso de legalidad, toleran el crimen cuando este sirve a sus intereses.

A más de un lustro de su fallecimiento, Luis Posada Carriles pervive en la memoria de la nación que en 1928 le viera nacer, colmado del repudio y la frustración de un pueblo que no olvida y que, con la entereza que ha caracterizado su historia, no ha cesado de vilipendiar sus ardides. Su clamor trasciende lo político para enraizarse en lo humano y subsiste la exigencia moral de que ningún crimen permanezca sin castigo, y que la justicia no sea rehén de los oscuros pactos de la hegemonía.

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