24 de abril de 2024

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María Cabrales: mujer de Patria vestida

Imperecedera en su accionar y firme su figura, María Magdalena Cabrales Fernández forjó una estirpe de féminas que hoy se ven reflejadas en su ejemplo, en su fuerza y en su inmortal e incondicional pasión por la Patria

Aunque frecuentemente atribuida a las relaciones nupciales con el Titán de Bronce, María Magdalena Cabrales Fernández ostenta el prestigio de ser uno de los más honorables y poderosos ejemplos de la firmeza y pujanza de la mujer cubana.

En un contexto en que las ideas separatistas en Cuba atravesaban sus albores y la esclavitud y la discriminación racial constituían lacerantes problemáticas sociales, el 20 de marzo de 1842 María nació en la finca San Agustín, en la jurisdicción de Jutinicú, en San Luis, Santiago de Cuba. Era la menor de los hijos de los pardos libres Ramón Cabrales y Antonia Fernández y su familia compartía vecindario con Marcos Maceo y Mariana Grajales, forjando una poderosa amistad entre sus integrantes.

Con ademanes graciosos, cabello rizado y esbeltez, María presumía una notable belleza en su juventud y pese a los prejuicios que entonces atentaban contra su raza y género, para nada quedó relegada del mundo académico y venció a la ignorancia descubriendo los caminos de la lectura y la escritura.

Como vecinos y amigos íntimos, los Maceo fortalecieron aún más sus vínculos con los Cabrales, cuando el 16 de febrero de 1866, el mayor de sus hijos, Antonio, contrajo matrimonio con María y pasaron a vivir entonces a la finca La Esperanza. La nueva vida entre ambos se caracterizó por la comprensión y apoyo de esta a los ideales revolucionarios de su cónyuge.

Llegado el histórico 10 de octubre de 1868 Carlos Manuel de Céspedes materializó las aspiraciones independentistas que en Oriente se gestaban previamente en pos de alcanzar la libertad de la nación y la abolición de la esclavitud. Este memorable hecho que inició la Guerra de los Diez Años fue acogido positivamente por los Maceo y el futuro líder de la Protesta de Baraguá se sumó a las acciones insurrectas dos días después de esta fecha.

Sin embargo, no solo se conformó con secundar a Antonio en la causa libertaria, sino que al igual que muchas mujeres de su tiempo, encontró en la manigua la fuerza para combatir la injusticia del yugo español sobre la mayor de las Antillas y laboró como enfermera en los hospitales de sangre y, junto a su suegra Mariana, recorrió disímiles campamentos mambises en busca de heridos de guerra para curarlos y proporcionarles alimentoS y ropas.

El 6 de agosto de 1877 acrecentó su figura aún más cuando tras siete disparos recibidos en el combate de Mangos de Mejía, su esposo agonizaba de gravedad, al tiempo que su hermano José resistía valiente, entre disparos, la persecución enemiga. El historiador Enrique Loynaz cuenta sobre este hecho que María abandonó su escondite y se unió a su marido y, cuando parecía que los españoles les pisaban sus talones, aparecieron las tropas dirigidas por el mambí José María Rodríguez y las palabras de María resonaron entre las balas cuando vociferó: “¡A salvar al General o a morir con él!

El Lugarteniente General sobrevivió y, junto a él, María continuó compartiendo el amor y la pasión por la libertad de la Isla que los vio nacer. En cada tentativa rebelde, persecución y hazaña estuvo con su marido, hasta que, junto a la familia de su amado, se embarcó hacia Jamaica poco tiempo después de la firma del deshonroso Pacto del Zanjón y la prestigiosa Protesta de Baraguá que le sucedió.

El activo accionar de Maceo desde la emigración nuevamente separó los caminos de la pareja y la estabilidad que inicialmente compartieron en Kingston se vio opacada por los planes del mambí en torno a la gesta independentista cubana. Fueron entonces Nueva York, República Dominicana, Islas Turcas, Panamá y Haití algunos de los escenarios desde donde María obtendría posteriormente noticias del paradero de su esposo, quien tras el fracaso de la Guerra Chiquita se estableció en Honduras.

Igualmente María, siempre al tanto y en colaboración constante con los diversos movimientos independentistas que se desencadenaban desde la emigración, conoció a José Martí el 12 de octubre de 1893, en Jamaica, y no solo nació una gran amistad entre ambos, sino que unos días después, el 24 de octubre fundó el Club Patriótico José Martí, al que se sumó el 18 de julio de 1894 tras otro encuentro con el Apóstol el también club Hermanas de María Maceo. En ambos clubes destacó sus habilidades comunicativas en pos de organizar tertulias y demás actividades para recolectar fondos en apoyo a la contienda revolucionaria.

En conjunto con su marido, pero desde la distancia, ambos continúan sus labores por la libertad de la Patria hasta que la noticia de la tragedia que tuvo lugar el 7 de diciembre de 1896 llegó a oídos suyos y las lágrimas fluyeron cual cascada por su rostro. Y aunque la pérdida de su marido fue un quiebre para su ya cincuentenario corazón, María se sobrepuso al dolor y continuó haciendo realidad los sueños de su nación oprimida hasta ser incluso designada como Presidenta de Honor del club Hermanas de María Maceo.

Condenó posteriormente los eventos del 15 de febrero de 1898, cuando el Maine explotó en la bahía habanera arguyendo en una misiva al periódico El Porvenir que tanto ha querido España abusar del gobierno de Washington hasta que consiguió lo que se proponía, una guerra con los Estados Unidos para justificar su abandono de la isla

Escamoteada la independencia y ocupada la Isla por la injerencia estadounidense, María regresó a Cuba el 13 de mayo de 1899 y además de honrar al Apóstol en el cuarto aniversario de su caída en combate, creó un hogar para brindar apoyo a niños con padres fallecidos durante la guerra y conservó de Mariana la pasión para honrar a su tierra amada y de su esposo las cartas que con tanto cariño este le escribió.

El 28 de julio de 1905 falleció en su finca natal a la edad de 63 años. Sus restos fueron trasladados hacia la Ciudad Héroe donde le fueron rendidos los honores merecidos y en la actualidad descansan en el Cementerio Santa Ifigenia, de Santiago de Cuba. Junto a Antonio Maceo construyó un matrimonio dominado por el afecto, el compromiso y el sacrificio. Imperecedera en su accionar y firme su figura, María Magdalena Cabrales Fernández forjó una estirpe de féminas que hoy se ven reflejadas en su ejemplo, en su fuerza y en su inmortal e incondicional pasión por la Patria.

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